La Lozere, Aveyron, Gargantas del Tarn y Les Grandes Causses [ACPasion]

Iniciado por ION LUZEA, Marzo 01, 2017, 13:19:19 pm

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ION LUZEA


Saludos

En este enlace de acceso libre podeis ver el relato completo con aproximadamente 1000 fotografias : http://www.acpasion.com/?p=1604

aqui voy a publicar solo el texto, por si a alguien le interesa imprimir para llevar de viaje.



1 - Inicio el viaje en Lautrec, tengo el primer contacto con el río Tarn en Albi y en Brousse le chateau. Comienzo el recorrido por les Grands Causses con la visita al Chaos de Montpellier le Vieux. Continúo por el valle de la Dourbie visitando: la Roque Ste Marguerite, Saint Véran, Cantobre y Saint Jean du Bruel.

2- Recorro la Causse de Larzac visitando: La Cavalerie y La Couvertoirade- prosigo el viaje por el valle de la Dourbie subiendo al Mont Aigoual. En Meyrueis inicio la ruta del valle de la Jonte visitando  las aldeas de Rozier y Peyreleau. Doy un paseo por la Causse Noir y otro a la Rocher de Capluc. Comienzo la ruta por las Gorgues du Tarn visitando: les Vignes, Sévérac le Chateau y le  Cirque des Baumes.

3 - Visito la aldea de La Malène al borde del Tarn. Subo a los panoramas de Roc des Hourtois y du Serre. Continúo por el Tarn visitando las aldeas de: Saint-Chély, Ste-Énimie, Prades, Castelbouc, Ispagnac, Quezac y Florac. Descubro la Corniche des Cévennes y sus panoramas. Retorno al Tarn y en Le Pont De Montvert me despido de este extraordinario río.

4 Atravesando Le Mont Lozère visito: La Garde Guerin, Castanet, un treking a la cima del Finiels 1699 mts, Mende y Marvejols. Por las tierras de Peyre explorando: la aldea de Le Malzieu y la bestia de Gévaudan. De ruta al río Lot sorprendiéndome con: Le Monastier, La Conourgue - entrando en el Aveyron y recorriendo el valle del Lot visitando  Saint-Geniez-D'Olt.

5- Continúo por  el valle del Lot asombrándome con: Ste-Eulalie-d'Olt, Saint-Côme-d'Olt, Espalion, Estaing, Entraygues-sur-Truyère - y abandonado el Lot mi destino es la increíble Conques. Después me adentro en el país de Quercy para hacer una visita a Figueac y seguido me dirijo al río Aveyron para conocer Villefranche de Rouergue.

6 - Remonto el Río Aveyron para contemplar la maravillosa  Belcastel y en tierras de Rouergue visito Sauveterre de Rouergue y vuelvo al Aveyron para admirar Najac. Continúo entre los valles de Aveyron y Tarn descubriendo: Cordes sur Ciel, Castelnau-de-Montmiral, Puycelsi y regreso al Aveyron para despedirme del viaje en la bellísima Bruquinel.
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Este es un viaje por uno de los lugares más deliciosos de Francia, un país de pequeñas carreteras, en el que cada descubrimiento se obtiene recorriendo emplazamientos naturales de excepción y de una magia cautivadora.
En la Lozère se encuentran las aisladas tierras altas de Cevennes y les Grands Causses. Los montes Aigoual y Lozère destacan por su mayor altura y sus grandes extensiones de macizos forestales, pero también con sus praderas y valles.
Les Causses, inmensas llanuras de prados sobre mesetas calcáreas con escasos núcleos de población, conforman un paisaje accidentado e independiente, un suelo cortado por profundos barrancos, cruzado por imponentes paredes y surcado por extraordinarios torrentes que se alternan con valles sorprendentemente verdes.
El Tarn y sus afluentes recorren algunas de las gargantas más espectaculares de Francia, unas sucesiones de vertiginosos desfiladeros de serpenteos rocosos y surcados por carreteras con vistas panorámicas.
El Aveyron se extiende desde las montañas de Aubrac al Tarn, y es recorrido por los ríos Lot, Aveyron y Tarn a través de gargantas y valles con abundantes pueblecitos, situados en lugares encantadores, y que poseen esa autenticidad, esa pureza que los aproxima a la naturaleza.
Pueblos que han sabido conservar su alma y con un patrimonio natural y edificado, trasmitido de generación en generación, como una herencia arquitectónica única, en un estado de conservación elevadísimo. Sus vecinos se esmeran en poner flores y decorar las estrechas calles, sus casas medievales muestran el amor que sus habitantes sienten por su entorno.
Recuerdo este viaje con la mirada de la memoria, una recopilación de textos del diario del viaje e imágenes que me provocan sueños que crecen en mi mente y mi alma.
Hoy me siento conducir entre el cielo, bosques y claros de insólita calma en un mundo limitado por profundos valles de verde intenso, rocosos acantilados de una altura desmesurada, que se elevan hacia el cielo con un impulso vertiginoso y violento. Campos cultivados bordean la carretera y se extienden hasta las tierras de pasto para ovejas y vacas en las laderas de las colinas cercanas.
Me siento caminar con el fresco abrazo del agua del río y el olor a humedad que emana de estos lugares, jamás me había parecido tan embriagador. Me tumbaba inmóvil y escuchaba el murmullo relajante de la corriente.
La maleza azotándome las piernas por los prados, con el sabor a hierba en la boca mientras miraba por encima de los campos de cultivos y los pastos hacia las montañas que dominaban el horizonte, elevándose en riscos cada vez más altos.
Después de que el sol se ocultase, me detenía contemplando el brillante cortejo de estrellas, que parecían al alcance de mi mano.
Este es un viaje para aquellos que aman la tranquilidad de los pequeños pueblos y los amplios horizontes... A los que la naturaleza les ofrece unos espectáculos impresionantes, en definitiva, aquellos que no han perdido la capacidad de la sorpresa, asombro y descubrimiento.

[color=red]1 - Inicio el viaje en Lautrec, tengo el primer contacto con el río Tarn en Albi y en Brousse le chateau. Comienzo el recorrido por les Grands Causses con la visita al Chaos de Montpellier le Vieux. Continúo por el valle de la Dourbie visitando: la Roque Ste Marguerite, Saint Véran, Cantobre y Saint Jean du Bruel.


LAUTREC

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Este es un antiguo pueblo medieval que conserva un bonito patrimonio arquitectónico, cultural y natural que le ha valido  la entrada en el galardón de "les plus Beaux villages de France".
El Pueblo seduce con sus bonitas callejuelas, su tranquilidad, sus antiguas casas de entramado de madera, la plaza central, les "halles" del s.XV. El encantador molino de viento encaramado en una colina, un lugar desde donde admiraba un atractivo paisaje de campos rotulados por cultivos. Estos fértiles campos manifiestan el carácter rural de esta población que conserva sus ancestrales tradiciones, ya que la industria y el turismo han hecho poco deterioro aquí.
Lautrec debe su historia medieval a la familia de vizcondes del mismo nombre (familia de la que desciende el pintor Toulouse Lautrec) y cuyo  linaje fue fundado en 940. Los vizcondes de Lautrec dependían de los condes de Toulouse.
Esta pequeña villa, colgada sobre una colina, fue refugio de los albigenses (cataros) y se convirtió en una notable fortaleza en el s.XII con una muralla y 8 puertas fortificadas erigidas alrededor de la pequeña aldea. Lautrec fue el principal núcleo de resistencia y refugio de toda la región durante la época medieval.
Esta encantadora aldea dispone de una bonita área de AC, la aproximación por la carretera puede parecer lejana al núcleo de la villa, pero desde el área y a pie por una pista peatonal, tardé  solo unos pocos minutos en llegar a esta hermosa aldea.

Irrumpí en un laberinto fascinante de callejones, fachadas de casas entramadas y realzadas con las bellas formas que dibujaban su relleno de ladrillos.
Las viviendas reposan sobre añejas vigas de aspecto pétreo y negro, como fosilizado por el tiempo, creando unos interesantes soportales que me permitían pasear a la sombra  en este caluroso día.
Un agradable paseo por las antiguas calles empedradas y sobre la plaza central, donde se ubica el antiguo mercado, me permitía admirar el encanto natural de aquello que ha sabido ser celosamente conservado y cuidado... una muestra del amor por su entorno.
La aldea conserva su espíritu, su alma ancestral y la muestra con toda la sinceridad en sus callejuelas. Serpenteantes callejones en las que se mezclan estupendas casas, con otras en una situación precaria y de un atractivo abandono.
Fuera de la población, ahí donde esta se funde con los campos, se perciben los vestigios de las fortificaciones del s.XII. Paseaba sobre el césped, al pie de los restos de los lienzos de las murallas, advirtiendo como las viviendas se han abierto paso con ventanas a través de los muros. En algunos puntos todavía resulta imponente en su robustez mientras que en otros aparecía en un ruinoso estado erosionado por el tiempo y por una larga historia.  La puerta amurallada Caussade aparece como un recuerdo del carácter defensivo de esta población.
Desde la plaza del s.XVI comencé la ascensión del calvario de la Salette. Recorría callejones adoquinados y empinados que me llevaban a una zona ajardinada con bellas flores ornamentales, que lucían sus colores en todo su esplendor, dibujando con orgullo la bandera del país de Occitania. Lugares de reposo me rodeaban... y encaramado sobre la ladera de la colina se encuentra el molino de viento, molino que aun funciona en ocasiones especiales.
Continué, la pequeña ascensión, recorriendo pequeños senderos delimitados por setos de boj y atravesando un pequeño bosque llegué a lo alto de la colina, lugar donde se encontraba el castillo, hoy desaparecido. Desde este lugar descubría el entorno maravilloso que me rodeaba. La vista espectacular se extendía, bajo un cielo limpio terso y de color zafiro, desde los tejados de la ciudad a una tierra de fértiles campos de pastos y cultivos coloreados en diferentes tonos de verde y amarillos pastel que me recordaban a una forma textil.
En esta llanura inmensa destacan, elevándose en el horizonte, las montañas de Lacaume y al sur la montaña Noire, un magnifico paisaje armonioso y tranquilo.
Sentado, al pie de la cruz que corona la cima, sentía el sol sobre mi piel acariciada por una suave brisa y la calma de la naturaleza que me rodeaba.
La villa se anima el primer viernes de agosto con la fiesta del ajo rosa, una fiesta que gira alrededor de este producto tradicional de Lautrec y que posee denominación de origen.
Era una fiesta sencilla, con comida popular, originales y tradicionales juegos infantiles, mercado y concursos de cocina cuyo condimento principal es el ajo y a la noche unos bailables. Todo ello tenía un cierto carácter y un estilo que me recordaba a antiguos films de los años 50.
Recorría una villa, en la que en el aire flotaba un extraño aroma a ajo, en la  que curiosamente aun con la fiesta no perdía su esencia serena, y en algunos lugares seguía reinando un silencio casi absoluto.
La Manouille es el nombre de las ristras hechas a mano de ajos de Lautrec, sobre una tarima realizaban una demostración del artesano trabajo. Recuerdo de niño haberlos visto a menudo, pero hasta este momento nunca me había imaginado el trabajo hipnótico de este arte (si no fuera por la peste a ajo...).
Según dice la publicidad, "el ajo rosa tiene un sabor y un sutil aroma que permite utilizarlo en todos los platos"... Terminado el concurso de comida y terminada la labor de los jueces se repartió entre el público los platos cocinados... y su sabor era de un desagradable...

ALBI

Aunque no fue un centro importante de Cataros, Albi dio nombre tanto a la herejía "Albigense" como a la cruzada en su contra con un objetivo político concreto, la conquista del condado independiente de Toulouse.
Hoy la ciudad "Albi la rouge", llamada así por la tonalidad dominante de los ladrillos con los que está construida, reposa en los márgenes del río Tarn reflejando su bella imagen en el verde esmeralda del río.
El elemento más representativo de esta bella ciudad es su catedral, se impone a la vista su extraordinaria silueta con su gigantesco volumen cúbico, a cuyo lado la población empequeñece. Una gran estructura a todas luces maciza y con una belleza que se sale de lo común admirando el tamaño, la audacia de la construcción y el elemento usado, el ladrillo.
El área de Ac se encontraba al pie de esta obra, en un gran parquin escalonado, habiéndose reservado en la parte inferior una zona para las AC. La llegada la realicé contorneando la catedral y cuya primera imagen me resultó vertiginosa al dirigir la vista hacia arriba, desde la base de sus muros.
Construida en el s. XIII como catedral fortaleza (terminada la cruzada contra la herejía albigense el catolicismo quería dejar constancia de su poderío y fuerza) su imponente estructura exterior me recordaba a la de un castillo de altísimos muros. Su aspecto macizo y una absoluta sencillez exterior me impresionaba a esta escala y que formaba junto al antiguo palacio fortaleza "la Berbie" una unidad impresionante y única, siendo uno de los mayores conjuntos monumentales de ladrillo del mundo.
Sobre sus muros de más de 30 m de alto destaca su única y alta torre de casi 80 m de altura y que constituye toda una gran obra de ingeniería arquitectónica para soportar con ladrillos todo el peso de la torre.
En este esplendido muro de ladrillo destaca la entrada principal a la catedral con un baldaquino de piedra ricamente labrado en estilo flamígera del s. XVI.
       
El interior, una nave salón de colosales proporciones, está decorado con pinturas bellamente coloreadas en techos y paredes, un artístico coro y un importante órgano. Detalles que no podía percibir bien debido a la penumbra de su interior, a causa de la poca luz natural que penetraba por sus pequeñas ventanas.
Saliendo de la catedral bordeé todo su perímetro, hasta dar con la entrada y los escalones que bajaban al patio de "la Berbie", otro espectacular conjunto de edificios y jardines. En este lugar hallé la oficina de turismo donde me agencié de folletos y la ruta informativa para la visita de la ciudad.
Constituyendo un conjunto con la catedral se encuentra este monumental y precioso edificio fortificado medieval, el palacio de la Berbie del s.XIII,  es la antigua sede episcopal que forma un complejo de formas impresionantes y sobrias en las que destaca un poderoso castillo-torre de ladrillo rojo.
En este edificio se encuentra el museo de Toulouse-Lautrec, el pintor de Montmartre, y nacido en esta ciudad. Este museo acoge la colección más importante del artista con más de mil obras, referentes de sus distintas etapas y estilos con cientos de dibujos, carteles, cuadros, litografías desde los inicios hasta los últimos años de su corta vida.
Desde el patio del palacio se contemplaba un bello jardín de estilo francés ocupando el espacio de lo que fue el antiguo patio de armas. Descendí por unas escaleras que permitían acceder al antiguo camino de ronda de la fortaleza. Este era un sitio idílico y, aun con el turismo, el lugar invitaba a la serenidad, a hablar en susurros y contemplar el espléndido  paisaje.
La muralla situada entre las antiguas torres de vigilancia, hoy convertidas en románticas pérgolas, me permitía descubrir una maravillosa vista del río Tarn con sus orillas, el puerto de las gabarras turísticas que surcan el Tarn, sus puentes, sus molinos y al otro lado del río el barrio de la Madeleine.
Junto a la belleza del paisaje este lugar también me informaba de la historia del Tarn en el desarrollo de la ciudad a través de paneles explicativos. Toda la visita de esta agradable ciudad se encontraba detallada por paneles informativos en varios idiomas, incluido el castellano.
Marché de este encantador lugar en busca del acceso al Pont Vieux construido en el s.XI. El camino hasta el puente me llevo a través de un interesante laberinto por las viejas calles que concurrían en este puente.
El Pont Vieux, de 151 m de largo, se construyó en 1040 (siendo uno de los más antiguos de Francia) para facilitar la unión y el desarrollo de la margen derecha, llamada el barrio del final del puente o el de la Madelaine. Las orillas del Tarn conocían ya una importante actividad comercial en el s. XI, este puente es el ejemplo de este auge y  hasta finales del s. XVIII se mantuvo un floreciente comercio fluvial a través de gabarras.
Llegaba del río una brisa que ayudaba a remover un poco el aire sofocante y los quais y paseos, de aspecto tranquilo y sereno, permitían tumbarse sobre la hierba, hacer un picnic con soberbias vistas o simplemente descansar al sol.
El Pont Vieux es un lugar indispensable por sus excelentes vistas a ambas orillas del Tarn, las edificaciones de ladrillos rojos que parecían surgir desde el mismo río, antiguos molinos, esclusas y talleres fluviales.
Bancos de arena, con sus marismas y pequeños bosques, rompían la monotonía de la lámina verde del río y al cruzar el puente descubrí nuevas perspectivas de la catedral, la ciudad y el puente nuevo por el que posteriormente regresaría a la ciudad después de visitar el barrio de la Madeleine.
Cruzando el Pont Vieux alcancé el barrio de la Madeleine, y recorriendo este barrio en dirección al puente nuevo caminé entre los molinos aún existentes. Estos molinos estuvieron en uso hasta la década de los años 70, hoy una parte de estos edificios albergan el museo Lapérouse.
Al explorador francés Lapérouse nacido en Albi, por sus cualidades como marino y humanista el rey Luis XVI le confía una expedición científica alrededor del mundo. Durante tres años desarrollo un inmenso trabajo de investigación que acabo trágicamente en 1788 con el naufragio de los dos barcos, "la Boussole" y "la Astrolabe", en las islas Salomón. Desaparecidos todos los miembros de la expedición, no es hasta el 1962 cuando se empiezan a encontrar restos de los barcos e indicios de lo que parecen campamentos de supervivientes.  En las posteriores indagaciones no se han encontrado las causas de la desaparición de Lapérouse y sus acompañantes. El museo describe el itinerario del viaje, objetos encontrados en los naufragios, maquetas etc...
Al llegar al puente nuevo me sorprendí con una magnifica panorámica de Albi, una bella "postal" en la que aparecía el Tarn, el puente viejo y al fondo el viaducto ferroviario. La ciudad se encontraba repartida en ambas orillas y la catedral despuntaba sobre todo el conjunto.
De regreso al casco histórico recorrí los barrios de origen medieval que rodean a la catedral. El barrio del Castelvieil "el castillo viejo", al pie de la torre de la catedral, es el origen de la ciudad de Albi y fue un burgo fortificado que conserva hoy numerosas callecitas y plazoletas.
El barrio de Castelnau, o barrio nuevo, se desarrolla en los s.XII y XIII, sus calles me revelaban bonitas casas medievales con entramados de madera, junto al típico ladrillo de Albi, y poseen voladizos que cuelgan sobre las estrechas calles. En este barrio están la casas natales de Toulouse Lautrec y el navegante Lapérouse.
El barrio de Saint Salvi tenía numerosas calles peatonales y es donde se encuentran la mayor actividad comercial con boutiques de ropas, tiendas de comida rápida y donde se ve el mayor movimiento de los habitantes de esta ciudad. También  localicé  casonas señoriales de los s.XVII y XVIII con entramados profusamente tallados y el campanario de la colegiata de San Salvi sobresaliendo entre las casas que la ocultan. Esta colegiata poseía un bello claustro.
El atardecer saturó de color fuego al ya rojizo Albi y al caer la noche me senté enfrente de la catedral, esta vez disfrutando de los brillos ambarinos que producían los potentes focos que la iluminaban. Al día siguiente, después de otro largo paseo por la ciudad, marché de Albi  siguiendo el curso del río Tarn y llegué a la  siguiente población.
               
BROUSSE LE CHATEAU

Remontando el Tarn me introduje en un aislado valle donde apareció, como testigo de otra época y abandonada por los avatares de la historia, esta bella aldea perteneciente a la categoría de "Les plus Beaux villages de France".
Sobre un espolón rocoso, en las confluencias de los ríos Tarn y Alrance, se yergue el castillo fortaleza del s.IX sobre una pequeña aldea castigada por los cambios sociales de finales del s.XIX y que la sumieron en una lenta decadencia, en un abandono que la llevaba a la desaparición.
A partir de los años 60 un grupo de personalidades interesadas en la conservación de la vida rural y del patrimonio de la arquitectura local, fundó la asociación del Valle de la Amistad. Comprometidos en su salvación y adaptación a los nuevos tiempos, iniciaron la restauración del castillo y de las casas de la aldea.
La aldea se encuentra en un lugar privilegiado, en un entorno natural y sereno. Bonita, acogedora y con difíciles callejuelas pintorescas que transcurren entre casas bellamente restauradas y habitadas, junto a otras, que se conservan como unas admirables ruinas aún pendientes de restauración.
Los callejones me transportaban ahí y allá, por momentos desaparecían y se convertían en senderos que discurrían entre la vegetación y antiguos callejones con muros semiderruidos creciendo por doquier. Me aproximaba al antiguo camino de ronda del castillo del que sobresalían unas torres que delimitan unos bonitos jardines.
El castillo es un testigo mudo de una época en la que vivían enfrentados los diferentes caballeros de la zona, protegió ante las bandas de salteadores, dio seguridad a la población, lucho en la guerra de los cien años y en las guerras de religión.
El sol se ocultó rápidamente detrás de las altas colinas sumiendo al valle en un mar de oscuridad. La pernocta la hice en una explanada herbosa al lado del río Tarn, entre el puente y la población. El silencio solo era roto por el  fluir del agua.
Con un soleado amanecer continué camino por una angosta carretera (parecía la vía de un antiguo ferrocarril) viaductos y estrechos túneles permitían vadear el Tarn. Y a través de sinuosas carreteras llegué a Millau.
Un ligero olor invade sus callejones, el olor a casa antigua... de madera envejecida, de pintura en las rehabilitadas y de humedad en las abandonadas.
Era un olor acogedor, que sabía a historia, vida y pasado de pequeñas poblaciones rurales adaptadas a paisajes históricamente alejados de importante núcleos urbanos. Lo que ha configurado una arquitectura de sus caseríos muy particular.
       
Recorriendo les Grands Causses
CHAOS DE MONTPELLIER LE VIEUX


Llegué a la población de Millau, una ciudad que se encuentra encajada entre las altas mesetas calizas de las Causses, y en la confluencia de los ríos Tarn y Dourbie.
Millau tiene una agradable pernocta pero, por ser la única de este tipo hasta pasadas las gargantas de Tarn, puede encontrase fácilmente completa, aunque también hay numerosos campings. La población es sencilla y discreta, algunas bonitas plazas con terrazas, arboles, comercios y animaciones en general. Pero principalmente varias cadenas de supermercados que me permitieron abastecerme de gasoil y comida para superar las siguientes etapas del viaje entre poblaciones pequeñas y rurales.
La subida al Chaos de Montpellier le Vieux empieza en Millau con una fuerte subida en zigzag que ofrecía espectaculares vistas de Millau. El viaducto, una bella proeza de la ingeniería, sobresalía por encima del horizonte entre valles, bosques y colinas.
Siguiendo la señalización llegué al amplio parking del Chaos donde se encuentra el acceso a esta atracción. La visita es de pago y me dieron un plano con los diferentes recorridos, tiempos y dificultad, también vienen señalizados los lugares más vistosos y los puntos panorámicos. Para los más cómodos hay un pequeño tren que hace parte del recorrido, pero aconsejo realizar el circuito más largo, llevar agua y también algo de comida, para disfrutar sin prisas de este paseo.
El nombre de Montpellier le Vieux viene por analogía a causa de su aspecto con una gran ciudad en ruinas, este lugar se encontraba hasta 1870 oculto por un bosque impenetrable. Siendo considerado por los lugareños como una ciudad maldita habitada por el diablo.
El itinerario comienza atravesando las "calles" de piedras de extrañas formas, y alzadas hasta 50 metros de altura. Las rocas calcáreas, erosionadas por el tiempo, están circundadas por un espléndido paisaje natural de vistas insólitas, y envueltas en una mágica atmosfera.
Bajo un cielo que era de un azul de tan asombrosa claridad que hacía daño a los ojos, las rocas se alzaban a distintas alturas envueltas por una trama de densos follajes.
El sendero estaba acondicionado, en los lugares más difíciles, con escaleras y barandillas, pero conservando siempre un bonito aspecto natural. Caminaba entre bosques, arbustos... y los fantásticos olores que emitían las flores de lavanda, el tomillo, el enebro... por el sendero encontraba paneles informativos que describen la geología de estas mesetas, su formación... y los imaginativos y significativos nombres que reciben estas rocas: Puerta de Micenas, que por sus dimensiones y su altura del Arco de 12 metros es una de las más originales de Montpellier le Vieux, la Esfinge, el Elefante, Cocodrilo...
Este bello y asombroso sendero serpenteaba entre las rocas y me llevaba al lado de acantilados y altas paredes y me conducía a puntos de vista espectaculares como el Douminal, un torreón natural desde cuya plataforma se distinguían las paredes del cañón del Tarn y el valle de la Dourbie. También hallé unas bonita vistas desde los miradores llamados "el Belvedere y les Rempart". Las vistas, de estas extraordinarias mesetas áridas de piedra caliza de 850 metros de altura, se alternaban con panorámicas de valles sorprendentemente fértiles y verdes por donde discurren los ríos Dourbie, La Jonte, y el Tarn. Valles que recorreré en este estupendo viaje.
Recorriendo el Valle de la Dourbie


LA ROQUE STE MARGUERITE

Descendí, desde Montpellier le Vieux, por la misma ruta hacia el ancho valle de Millau y en la primera rotonda inicié el recorrido a través del valle de la Dourbie. Entre le Causse Noir y le Causse Larzac el río Dourbie ha excavado profundas gargantas y bellos valles. La Dourbie toma su fuente a 1300 metros en las alturas de los Cevennes, en el macizo del Aigoual y desemboca en Millau, en el Tarn después de 60 km de recorrido.
Atravesando zonas de camping, deportivas y de alquiler de Kayak, alcancé  la primera población de importancia, La Roque Ste Marguerite. Este pueblo se encuentra enclavado en el corazón de un valle profundo que penetra en la Causse Noir y que lleva a la anteriormente visitada Montpellier le Vieux. La Roque Ste Marguerite se halla dominada por su castillo del s.17. Unas callejuelas, pintorescas y tortuosas típicas del valle, subían a la antigua explanada del castillo donde se encuentra su antigua capilla románica, hoy convertida en la iglesia del pueblo.
Desde el encantador y tranquilo lugar descubría una panorámica del pueblo y del valle de la Dourbie, con el río discurriendo plácidamente en su última etapa antes de unirse al Tarn.
Me aproximé a la orilla del río Dourbie y con el calzado "anfibio" me introduje en sus aguas mansas y cristalinas. Sus riveras están delimitadas por amplias zonas boscosas que invitaban a tumbarse en sus prados o en las playas de guijarros. Estas playas de cantos rodados formaban pequeñas isletas que conservan todo el frescor de las aguas que discurren a su alrededor y desde este lugar contemplaba, a través de sus aguas diáfanas, el pasar de numerosas truchas.
Rincones encantadores y pintorescos emergían en este tranquilo paseo, donde el bosque que forma la última línea boscosa y vertical que baja de las paredes de les Causses se reflejaba en el tranquilo cauce.
Marché de este lugar continuando el viaje río arriba. Me detuve, en varias ocasiones, para contemplar algunos rincones especiales como el Moulin de Corps que se encuentra en un lugar encantador.

SAINT VÉRAN

Continuaba, por la carretera que discurría paralela a río  y que franquea el Canyon de la Dourbie, flanqueado de unas  bellas vistas del río. Abandoné la carretera para continuar por una pequeña pista, que surgió a mi izquierda, y que subía vertiginosamente por las paredes de la Causse Noir. La fuerte pendiente de unos 2km se hacía interminable, parecía subir al cielo, y la estrechez de la pista me obligaba a estar alerta de posibles cruces con otros vehículos. Sorprendentemente, por la estrechez del lugar, al llegar a la aldea halle con un amplio parking a la sombra de unos ciruelos salvajes.
La población colgada de Saint Véran ocupa un sitio pintoresco y se adapta al borde de un altozano desde el que se dominaba, desde gran altura, las Gorges de la Dourbie. Sain Véran tiene la particularidad de haber sido capaz de mantener el encanto de la tradicional arquitectura rural del país de Causses.
La aldea se halla restaurada y unos pequeños caminos escarpados me conducían entre las vetustas casas que rodean un promontorio rocoso. Esta atalaya poseyó dos castillos de los que solo se conservan una torre y algunas paredes. El castillo perteneció al marqués de Montcalm, que murió en Quèbec - Canada, defendiéndola contra el asedio de los ingleses.
Paseaba por calles sin asfaltar que serpenteaban entre rocas y las casas esta pintoresca aldea disfrutando del silencio y de lo natural...no veía comercios, bares o restaurantes. Si no fuese por su estupenda conservación y restauración daría la impresión de encontrarme en una aldea fantasma.
El paisaje era sublime, la altura de la aldea me permitía contemplar unas vistas formidables del Vallée de la Dourbie. Las casas se fundían con las paredes de la Causse Noir, en una continuidad de piedras edificadas y sus similares, las piedras del acantilado.
El camino, pasado las ruinas del castillo, discurría entre rusticas paredes de piedra recubiertas de una pátina herbosa y me subía entre recovecos calcáreos, pequeños bosques y prados. Recuerdo que me gustaba porque tenían un olor, una fragancia de almizcle proveniente de cada matorral, una penetrante esencia de naturaleza salvaje.
Recolectaba bayas y ciruelas y, con una pequeña cosecha, me senté sobre un cercado de piedra para contemplar esta belleza, ahí donde el silencio imperante acrecentaba la atmosfera de misterio. El paisaje me dirigía la mirada desde  los tejados de la rustica aldea a las lejanas perspectivas de montañas, bosques, valles.

CANTOBRE

Después de bajar la fuerte pendiente de Saint Véran continúe el viaje acompañado por la belleza de la Dourbie. Al poco brotó ante mí, encaramada sobre un altísimo acantilado, la aldea de Cantobre con su adorable imagen. La pequeña población medieval, levantada sobre la montaña, parecía una creación orgánica rodeada de bosques, paredes verticales y las sinuosas formas del río Dourbie que discurría límpido y apacible cercado por una bella y densa  de foresta salvaje.
Me detuve al borde del río para contemplar la belleza que me rodeaba. Observaba el asombroso e increíble lugar donde se encuentra esta magnífica población, levantada en la roca a unos 550 metros a nivel del mar y a 100 metros de altura desde el  río.
Cantobre se encuentra construida sobre un promontorio rocoso, en la confluencia del valle de Trévenzel y el de la Dourbie, con el río a sus pies. Su silueta es extraordinaria y merece su nombre "quant obra" que significa "que obra" o Cantobre. Me fascinaba la panorámica de la villa cuyas viviendas, construidas con la misma piedra, se confundían con las rocas a las que se aferraban y los hogares  se asomaban al vacío de una forma vertiginosa.
A continuación, de este pequeño estado de embelesamiento, emprendí la ascensión por la carretera. En el camino hallé una indicación de parking que conducía a una amplia explanada, ideal para la pernocta. Me aproximé a la población y estacioné cerca de la aldea, en la carretera que se adentra en el valle de Trévenzel. Desde el vehículo tenía una bella perspectiva de la inconfundible imagen de esta aldea asentada sobre la roca, que sobresaliendo por encima de la copa de los árboles, parecía como colocada sobre un champiñón.
Franqueé la antigua puerta fortificada de la aldea y encontré un arcaico caserío. Una antigua población, en la que gracias a una adecuada y precisa rehabilitación, esta gradualmente ha recuperado su antiguo esplendor. Una magnificencia en la que se apiñaban casas perfectamente rehabilitadas junto a hermosas ruinas. Había una plaza, restaurantes, algún comercio, y paseos por bellas calles empedradas que me llevaban a bonitos miradores. Escaleras desgastadas que desaparecían en senderos rocosos  y me trasladaban a las zonas más inhóspitas de la roca. Y miradores naturales desde los que observaba unas bellas vistas del valle de la Dourbie y del Trévenzel.
En el extremo de la meseta me acomodé a la sombra de un espolón rocoso que sobresalía del acantilado. Como en un nido de águila, la brisa me traía los perfumes de castaños, robles, hayas, pinos... Aves rapaces volaban entre les Causses de Larzac y la Causse Noir. El silencio acrecentaba estas sensaciones y el panorama que se admiraba era espectacular.
El castillo y la población fortificada de Cantobre son conocidos desde el s.XI, el conjunto fue construido por los señores de Cantobre que tenían fuertes vínculos con los caballeros templarios y sus numerosas posesiones en la Causse de Larzac (que visitare en este viaje) y recibieron la financiación para la edificación de la fortaleza en una posición estratégica para el control del valle.
Sufrió las guerras de religión, por su adhesión a la causa hugonote,  siento tomada por los católicos que la utilizaron como baluarte en la zona.
El castillo se degrada a partir del s.XVII, el  señor de Cantobre es ajusticiado como un vulgar delincuente acusado de robos, asesinatos, violaciones... Y el castillo es demolido en su presencia, siendo con la revolución francesa cuando se pierde definitivamente el título de señores de Cantobre.
Al atardecer volví al espolón rocoso sobre el acantilado y mientras leía un libro disfrutaba de la puesta de sol. Las sombras avanzaban por el desierto valle, un silencio imperturbable ocupaba el espacio y el tiempo parecía detenerse. Y bajo la enjoyada bóveda del cielo nocturno, respirando la noche, sentí que me invadía una profunda calma.

SAINT JEAN DU BRUEL

Siguiendo el curso de la Dourbie y a poca distancia de Cantobre me encontré con esta pintoresca población, situada en un verde y rico valle atravesado por el río Dourbie.
Este bello pueblo se encuentra en el corazón de una escabrosa zona de difíciles comunicaciones como son el macizo del Cevennes, les Causse Noir y le Causse de Larzac, por lo que históricamente se ha convertido en un punto estratégico como enlace e intercambios en este cruce de provincias. Esta situación clave le aporto una gran riqueza y prosperidad comercial, pero también una larga historia marcada de conflictos y guerras como la cruzada albigense, las guerras de religión o conflictos con los caballeros templarios de las tierras de Larzac.
En 1560 el pueblo adoptó la reforma calvinista y en su enfrentamiento con el cardenal Richelieu provoco cruentas guerras, masacres y saqueos con los pueblos vecinos. Hasta el fin de la guerra y la revocación del edicto de Nantes por Richelieu (promulgado por Enrique IV que otorgaba libertad de culto) por lo que fue obligada a la conversión.
De los pueblos recorridos de la Dourbie, es en este lugar es donde encontré mayor actividad turística... restaurantes, comercios, tiendas y oficina de turismo. El paseo era agradable por calles que han sabido mantener el encanto de la arquitectura del país de les Causses.
La población tiene un notable patrimonio local, gracias al agua de la Dourbie, ya que muchas industrias se desarrollaron en su proximidad y hoy estas pintorescas calles llevan los nombres de las antiguas actividades que enriquecieron a la población. Disfrutaba de un tranquilo paseo por estrechas callejuelas que poseían nombres como tonelería, alfareros, cuchillería... descansaba del fuerte sol bajo el original mercado cubierto, reconstruido en el s.XVIII.
Saliendo del pueblo exploré el exuberante y rico campo que cercaba los arrabales de la aldea. Encontré hermosos paseos bucólicos entre rusticas paredes de piedra que bordeaban los cultivos y canales de agua, testigos de su antiguo recurso económico, el del comercio de animales, mulas, cabras, cerdos y ganado.
Volviendo a la Dourbie me senté al borde del río e introduje los pies en las aguas cristalinas y refrescantes y descansando en este lugar contemplaba el bello puente "le vieux pont" del s.XIII.
Abandoné la Causse de la Dourbie para visitar les Causses de Larzac y sus interesantes poblaciones templarías. Ascendí por una fuerte pendiente, desde la que contemplaba una bonita panorámica de la ubicación de la aldea de Saint Jean de Bruel rodeada por un amplio rico y verde valle.

ION LUZEA

2- Recorro la Causse de Larzac visitando: La Cavalerie y La Couvertoirade- prosigo el viaje por el valle de la Dourbie subiendo al Mont Aigoual. En Meyrueis inicio la ruta del valle de la Jonte visitando  las aldeas de Rozier y Peyreleau. Doy un paseo por la Causse Noir y otro a la Rocher de Capluc. Comienzo la ruta por las Gorgues du Tarn visitando: les Vignes, Sévérac le Chateau y le  Cirque des Baumes.

                  Recorriendo les Causses de Larzac
LA CAVALERIE


Al igual que las demás Causses de la zona, Larzac es una meseta calcárea azotada por el viento, y con escasos y primitivos núcleos de población, conformando un paisaje accidentado e independiente. En el s.12, la orden de los caballeros templarios recibió en donación una parte de la meseta de Larzac. Instalaron la encomienda de Ste Eulalie de Cernon y otras encomiendas en La Cavalerie y La Couvertoirade.
En 1312, con la disolución de la orden del Temple, son la orden de los Hospitalarios los que toman posesión de sus bienes. En el s.15, debido al periodo de inestabilidad con la guerra de los cien años y las guerras de religión, refuerzan las fortificaciones con un recinto amurallado, torres, puertas fortificadas y un castillo.
Descubrí en la Cavalerie un remodelado recinto amurallado cuadrangular de 220 metros con tres torres circulares en cada esquina. En la cuarta hubo un castillo que fue destruido por los hugonotes durante un asedio en las guerras de religión.
Tras visitar el perímetro amurallado me adentré en la ciudad a través de una de las puertas fortificadas. Recorría las viejas calles intramuros encontrando antiguas mansiones de rustica piedra labrada, estupendamente restauradas y con  hermosos portones que correspondían a las entradas de los antiguos oficios.
La Cavalerie está situada en el corazón de Larzac, y gracias a su importancia como vía comercial y de comunicación, consiguió una significativa prosperidad que promovió la construcción de comercios, almacenes, posadas y tabernas.
Cruzaba las calles contemplando estas mansiones que van del s.15, que son las que se remontan a la construcción del recinto fortificado, a mansiones del s.18 que se corresponden a la época de mayor esplendor económico. En la población imperaba la tranquilidad, sin aglomeraciones turísticas que profanaran su natural ambiente.
Como dato curioso que refleja el espíritu de los habitantes de estas tierras. En los años 80, la Causse du Larzac salto a la primera plana de los periódicos a causa de la tenaz resistencia política de sus habitantes contra la presencia de un potente cuerpo del ejército francés. Se formó la federación Paysans du Larzac, que dio nombre e ímpetu al movimiento separatista local, se llevaron a cabo varias acciones de sabotaje y masivas concentraciones pacifistas durante la década de los 80. El ejército acabó retirándose, pero aún se encuentran algunas pintadas en que se proclama la firme oposición al ejército, al estado y al gobierno central de Paris y en favor de la autodeterminación y la independencia de las tierras del sur.

LA COUVERTOIRADE

Desde La Cavalerie, la carretera se atravesaba en el desierto de Larzac entre pequeñas colinas y campos cubiertos de matorrales y pequeños árboles, el tráfico era casi inexistente. De pronto apareció en medio de la nada, como una sorprendente ilusión escondida en el árido paisaje rocoso, esta antigua población templaría. Encerrada entre impresionantes fortificaciones y apenas cambiada en los últimos 6 siglos, es un inexorable recuerdo del lado sombrío de la edad media.
En un entorno precioso, divisaba una bella panorámica de la ciudadela erigida en este lugar lejano y aislado del mundo. Bajo un despejado cielo azul destacaban las resplandecientes murallas cercadas de verde frondosidad. Esta imagen fue un auténtico regalo para la vista. Un notable ejemplo de un pueblo fortificado de reducido tamaño y de piedra toscamente tallada. Cerrada con grandes paredes de piedra que lo cercan y sus siete bonitas torres restauradas que sobresalen del conjunto dotándole de un aspecto militar.
La Couvertoirade tuvo el mismo desarrollo histórico que su vecina La Cavalerie, primero fue una plaza fuerte de los caballeros Templarios, que tras su aniquilación paso a manos de los caballeros Hospitalarios. Las murallas fueron levantadas en 1450 por los Hospitalarios, que junto al castillo y la iglesia fortificada de los Templarios le daban esta atmosfera peculiar de ciudad medieval.
Estacioné el vehículo un poco más lejos para evitar los parquímetros de pago del parking de la ciudad, esto me permitió contemplar una preciosa panorámica mientras me aproximaba a sus murallas. El conjunto era bellísimo, la atmosfera que envolvía el lugar parecía irreal, un extraordinario decorado de película. Meritoriamente La Couvertoirade forma parte de la categoría de "Les Plus Beaux Villages de France".
Una vez dentro de las murallas, atravesando el portón principal de la ciudad, me encontré entre estrechas calles adoquinadas y originales casas de piedra, todo el complejo combinaba una bella arquitectura medieval. Siendo la construcción más reciente del s.15.
El conjunto erigía un lugar atmosférico, atractivo e irreal. Una combinación de ciudad amurallada, casas medievales, calles en muchos lugares sin pavimentar. Esto me permitía, en un viaje de exploración, abandonar una callejuela para tomar otra que la cruza, en la siguiente esquina girar a la derecha y en la siguiente a la izquierda. Perderme y buscar por encima de los tejados la torre fortificada de la Iglesia, para encontrar la ruta al centro de la aldea.
Las mansiones forman un pintoresco espectáculo, por la peculiaridad arquitectónica de la región, con sus paredes de piedra caliza del Larzac. En la planta baja se encuentran los graneros donde guardaban las ovejas, ahora albergan numerosas tiendas de artesanía y galerías de arte junto a las de baratijas y recuerdos, cafés y restaurantes. A los pisos superiores, donde se encuentra la zona habitable de la casa, se accede por escaleras exteriores que terminan en un balcón cubierto, umbral del acceso a la vivienda.
En el punto más alto del pueblo se localiza la iglesia fortificada templaría que participaba en la defensa de la ciudad y las ruinas del castillo templario del s.12, que ha perdido sus dos pisos superiores.
Al subir unas escaleras pavimentadas y desgastadas, alcance este lugar y descubrí una bonita panorámica de las torres despuntando sobre las pizarras de las tejados de la ciudad.
El sencillo placer de estar ahí tan solo dedicado a dejar pasar las horas... viviendo entre dos tiempos... en aquel perfecto presente o en un lejano pasado.
Asomado al baluarte la vista de los terrenos extramuros circundantes era grandiosa por lo variada y escabrosa. Observaba bosquecillos, prados, simas y colinas rocosas, y sobre una de estas colinas destaca la imagen de un antiguo molino. 
Rebasando las murallas por una antigua poterna alcancé los campos circundantes, anduve al lado de antiguos recintos de ovejas y continué por un sendero, que en un corto paseo, me llevó al molino restaurado que dominaba el alto de una colina. Desde este lugar contemplaba una encantadora panorámica de la ciudadela y los hermosos alrededores plenos de naturaleza silvestre.
La tarde avanzaba y regresé a una población ya casi desierta de turistas, los comercios estaban cerrando y los visitantes marchándose. Si el aura de la aldea era mágica, en la ultima hora de la tarde se trasformaba en misteriosa  y aparentaba que el presente retornaba  al pasado de esta asombrosa población.
Abandoné este prodigioso lugar para volver a la ruta del valle de la Dourbie. Recorría el mismo camino de vuelta a la Dourbie pero ahora atajando por la población de Nant, para pernoctar otra vez en Cantobre (la noche anterior había disfrutado mucho de la soledad de este lugar).
Al día siguiente continuare viaje remontando la Dourbie por fuertes pendientes y abruptos acantilados para llegar al Mont Aigoual, punto culminante de la región.

REMONTANDO EL VALLE DE LA DOURBIE

Pasando nuevamente por St Jean du Bruel, atravesé el cauce del río por última vez y emprendí la subida hacia las fuentes de la Dourbie. La Dourbie se origina a 1301 metros de altitud en el macizo de Aigoual, cerca de la población de L'Esperou (es la que llevaba como referencia para acceder al Col de la Sèreyrède y que lleva al Mont Aigoual).
La carretera, estrecha y sinuosa, ascendía en fuerte pendiente zigzagueando por un impresionante recorrido sobre una cornisa que me ofrecía vistas de gran belleza sobre el valle, por el que serpenteaba el río. La Dourbie fluye oculto, a través de bosques de pinos y robles e incrustado por una gran red de profundas gargantas salvajes cuyas  paredes de granito pueden alcanzar los 300 metros de altura.
Según trepaba el panorama se creaba más extraordinario. Las colinas delimitadas bajo un bonito cielo azul, surgían definiendo los diferentes valles y sus planicies, creando un paisaje mágico y asombroso.
Atravesaba pequeñas granjas, cultivos en terrazas y la pequeña aldea de Dourbies que da nombre al río. Los caseríos se aferran en estas laderas, integrándose armoniosamente en el entorno natural y salvaje de impenetrables bosques, cañones y precipicios. Como si fuera el resultado de un largo trabajo entre el hombre y la naturaleza.
Ascendiendo el paisaje se suavizaba, los bosques se hacían más escasos y el valle daba lugar a suaves planicies de altura. Esta zona es preeminentemente pastoril e importante paso de la trashumancia de ovejas.
Me detuve un momento en lo alto del valle y me senté al borde de la cuneta. Bajo la luz del sol que brillaba con intensidad en lo alto del cielo, La Dourbie parpadeando con destellos luminosos, discurría como un pequeño arroyo de montaña rodeado de unos suaves prados. Y con una sentida emoción me despedí de este lugar y continué el viaje.
Empezaron a aparecer edificaciones e instalaciones destinadas al turismo invernal como L'Esperou y alcancé el Col de la Sèreyrède entrando en un denso bosque de pinos, hayas y abetos... que son el producto de una reforestación masiva realizada a finales del s.19 por la población local. Hasta entonces, se había producido una violenta deforestación, que causo una fuerte erosión en la tierra, y las fuertes inundaciones en todo el macizo de Aigoual  arrasaban con valles, poblaciones y cultivos.
Remontando la carretera aparecieron las instalaciones del observatorio que se encuentra en la cima del Mont Aigoual.

OBSERVATOIRE DU MONT AIGOUAL

En la misma cima de la montaña despuntaba un imponente edificio de piedra cuya estructura y torreones le asemejan a un castillo, se trata de un observatorio meteorológico inaugurado en 1894. Desde la tabla de orientación, situada en el torreón almenado del observatorio, avistaba un panorama que se extendía desde los Alpes a los Pirineos, el mediterráneo y los montes de Auvernia.
Casi una cuarta parte de Francia se divisan en sus 360º de vistas espectaculares (siempre llevo en mis viajes prismáticos, herramienta imprescindible cuando me encuentro en lugares como este). En el paisaje, el más cercano de estas altas tierras, se revelaba a mí alrededor como se abren los profundos valles de majestuosos bosques de hayas y abetos que dan inicio a las gargantas escarpadas que estaba visitando: La Dourbie, Trevezel, La Jonte o el abismo de Bramabiau. Las aguas, que caen en esta montaña, bajan por estos valles para unirse al río Tarn y finalizan muriendo en el atlántico. A otro lado del observatorio, en las  empinadas laderas de la montaña, los ríos como el Hérault ha cavado profundos valles que hacen discurrir sus aguas al mediterráneo.
A la llegada al Mont Aigoual fui recibido por numerosos y bien organizados párquines que acogen a los numerosos visitantes de esta estación. Una amplia zona está reservada para las AC, permitiendo pasar una mágica noche de altitud a 1567 metros, ya que la pureza de este aire descubre un cielo sorprendentemente brillante de estrellas.
El interior del observatorio acoge un bonito y gratuito museo del clima y la meteorología, viento, agua, el Mont Aigoual a través de las estaciones, historia de la meteorología, instrumentos de medición, mapas, estadísticas climatológicas y sobre todo fotos, miles de fotos y animaciones documentales. A la salida hay una tienda de recuerdos, me llevé como suvenir un mosquetón con una brújula y el emblema del Mont Aigoual. Desde entonces,  cuelga de mi mochila en todos mis viajes.
Este lugar es ideal para excursiones de montaña ya que tiene bonitas rutas bien señaladas que suben al monte desde los diferentes valles. Un panel indica el Sentier des Botanistes, un lugar de bellas plantaciones.  También es un lugar muy frecuentado por los ciclistas que se desafían en las fuertes rampas de subida desde los pueblos que se encuentran en las planicies.
Este sitio es extraordinario y de gran belleza, pero también muy expuesto por lo que soporta cambios bruscos del clima, llegándose a situaciones extremas rápidamente.
Es importante antes de subir mirar el pronóstico de la meteo para no encontrarse en la cima con fuertes vientos, tormentas o cambios bruscos de temperatura.
En este lugar disfrutaba de un maravilloso día con un cielo despejado, suave brisa y una temperatura agradable, que me permitía pasear por sus prados de alta montaña.
Dejaba vagar la mirada sobre el profundo cielo azul  salpicado de pequeñas nubes de algodón que movían lentamente impulsadas por el ligero viento.
El aire estaba impregnado de los agradables aromas de la montaña y del perfume a resina de los bosques.
Viendo aquel paisaje, sus planicies, llanuras interrumpidas por montañas boscosas. Contemplando el horizonte infinito, sentía que se aligeraba el corazón e iluminaba el alma.
Mi próximo destino era la población de Meyrueis, regresé otra vez por el Col de la Séreyrède y me detuve en este cruce de vías a 1300 m de altitud.
Hay algo en este lugar que me retenía y no me dejaba marchar. Caminaba por el Col recreándome fascinado con  el panorama que se aprecia desde este lugar. No esperaba que fuera tan montañoso ni que lo cubrieran unos bosques tan exuberantes. A mí me resultaban exóticos y bellos con unas preciosas vistas donde se cruzaban las colinas, los deliciosos valles de L'Héraul, de Bonheur y les gorges du Trévezel, junto a las paredes de rocas calizas y los antiguos bosques.
Continuando por la carretera emergió a mi izquierda un circo rocoso por donde el río Brambiau cae en cascada, después de un recorrido subterráneo de más de 700 metros por el llamado Abîme de Bramabiau.
El lugar se visita, previo pago, a través de un bonito circuito entre cascadas y cavernas.
Reanudé el viaje bajando entre paredes talladas por antiguas minas y densos bosques que me llevaron a la población de Meyrueis, próxima etapa de este relato.

MEYRUEIS

Arribé a esta pequeña población agradablemente situada en la confluencia de tres ríos, el Bétuzon, la Brèze y la Jonte y emplazada a la entrada del precioso cañón de la Jonte entre la Causse Noir, la Causse Méjean y le Mont L'Aigoual.
Recorría sus viejas callejuelas que poseen un encanto típico, particular y con huella a pueblo de montaña. Estas callejuelas se asomaban a los apacibles riachuelos que rodean la aldea, pequeños y románticos puentes peatonales unen sus orillas. Esta antigua ciudad amurallada ha conservado muchos vestigios de su pasado y un bonito conjunto de edificios que me manifestaban su particular arquitectura rural, a la vez que proporcionaban una bonita pincelada de color a este entorno natural.
Su altitud de 706 metros, su atmosfera pura y las numerosas actividades turísticas de naturaleza la convierten en una población, que aun encontrándose situada en una zona escasamente poblada, con bastante actividad de  servicios... restaurantes, comercios, oficina de turismo y camping. La pernocta se puede realizar en el camping, pero cuando estuve aquí estaba señalizada un área natural para AC situada en un bonito y tranquilo prado cruzando el río y al lado de la aldea.

GORGES DE LA JONTE

Después de unos largos paseos por la aldea y los campos de Meyrueis emprendí la ruta de las gargantas de la Jonte, ruta que es menos frecuentada, conocidas y más cortas que las gargantas de Tarn. Son diferentes, pero igual de hermosas ya que discurre por un valle más amplio, por lo que su horizonte es más extenso y con mayores contrastes de valles herbosos, bosques densos, paredes y rocas. La ruta discurre a lo largo de 21 km siguiendo acompañando por el lado derecho al río del mismo nombre y que desemboca en el Tarn. Descendía por el cañón de la Jonte flanqueado por altas murallas calcáreas de hasta 140 m de altura. Estas paredes marcadas por la erosión delimitaban a ambos lados la causse de Méjean y la causse Noir. En el fondo del valle  fluía el río Jonte, oculto por los bosques y lo abrupto del terreno.
Al realizar la ruta en descenso, podía admirar desde el propio vehículo, el hermoso paisaje. Contemplaba, bajo la reluciente luz del sol, un espectacular panorama de colores, formas y vistas de las crestas rotas de los acantilados que eran increíbles. Pasé por pequeños núcleos urbanos muy arcaicos y totalmente integrados a una hermosa naturaleza virgen.
La sinuosa carretera, que soslaya las formas del valle sin ningún túnel, resultaba un puro deleite envuelta de un mágico paisaje. Realizaba numerosas paradas, al borde de la carretera o en pequeños belvédères, que me proporcionaban extasiarme con las excepcionales vistas que me rodeaban.
En el belvédère de "les terrasses du Truel" había una gran parquin que ofrecía una vista soberbia sobre les gorges de la Jonte y su vida silvestre. Los buitres anidan allí y que, en un vuelo solemne, recorren a lo largo y ancho los acantilados, sobre las corrientes de aire caliente, en busca de alimento. Este lugar quizás fuese el más pintoresco ya que las gargantas, en la proximidad a la población de le Rozier, se estrechaban y las paredes se rompían en pináculos y formas excepcionales.
Disfruté del lugar, para comer al aire libre, rodeado de un deleite puro de naturaleza y tranquilidad. El valle estaba desierto, en silencio, no lo perturbaba ni siquiera el ruido de un motor y el desfiladero de gigantescas esculturas naturales que habían sido forjadas por los alientos de la eternidad, se alzaba encima de mí.
Continuando el camino empecé a ver las primeras casas de Le Rozier. Población que determinaba el final de esta ruta de la Jonte y me apreste para la visita de las poblaciones vecinas de Le Rozier y Peyreleau, separadas por el río de la Jonte. Estacioné para la pernocta en la población de Peyreleau, la carretera que sube a Les Causse Noir tiene numerosos parquin gratuitos, pero con algo de pendiente.

LE ROZIER Y PEYRELEAU

Estas dos aldeas se encuentran en la encrucijada de las tres Causses, Méjean, Sauveterre y Noir. Están separadas administrativamente en dos departamentos diferentes (Lozère y Aveyron) y dos regiones distintas (Languedoc y Midi Pyrenées), pero en la práctica son inseparables y esenciales. Ambas se benefician del turismo gracias a una ubicación privilegiada, en la confluencia de les Gorges du Tarn y les Gorges de la Jonte.
A mi llegada a Le Rozier hallé una aldea situada al borde de la carretera y de la Jonte. Siendo la puerta de acceso a la populares Gorges du Tarn, y careciendo de interés arquitectónico, la actividad comercial está destinada al turismo de aventura y naturaleza, ya sea en paseos por les Causses o en les Gorgues du Tarn.
En la oficina de turismo me acopié de mucha información de esta zona y estupendos mapas visuales de las gargantas del Tarn. Estos desplegables con dibujos "a vista de pájaro" me ayudarían a programar las etapas, los mejores puntos de vista y las poblaciones a visitar. También obtuve algunas interesantes rutas de treking que me facilitaran recorrer unos increíbles parajes y contemplar estupendas vistas de las tres Causses (Méjean, Sauveterre y Noir).
Cruzando el puente sobre el río Jonte llegué a la bonita aldea de Peyreleau, más bonita y tradicional que Le Rozier. La carretera, que remonta a "le Causse Noir", realiza una amplia curva alrededor de la colina donde se encuentra este población.
Teniendo como propósito la torre que se alzaba en su colina, ascendí sus escarpadas pendientes cercadas de jardines, huertos y paredes totalmente recubiertas de enmarañados arbustos trepadores. Pasaba por pequeñas callejuelas intrincadas a las que se asomaban antiguas viviendas medievales estupendamente rehabilitadas.
Era otro día de denso calor y, después de una subida enérgica, llegué colmado de sudor al mirador que se halla entre la torre y la iglesia.
La cima de esta colina estaba dominada por una vieja torre cuadrada, último vestigio de un castillo fuerte que evoca a esta aldea como un antiguo baluarte de los señores de Sèvérac.
Este mirador, además de ser un rincón ideal donde descansar de la subida, el panorama era magnífico. Por debajo veía los tejados de Peyreleau, a mi derecha distinguía el final del valle de la Jonte, delante estaba la aldea de Le Rozier bajo el pináculo de la Roca "Le Capluc". Al otro lado del mirador, al borde de la carretera que sube a Le Causse Noir, se avistaba el castillo de Triadou (familia que sucedió en el poder a los señores de Sèvérac) construido en 1470.

UNA RUTA A LA CAPILLA DE SAINT-MICHEL

A continuación de la visita a esta bella aldea, y siguiendo un plano conseguido en la oficina de turismo, partí a hacer una ruta de treking por "Le Causse Noir" a la Capilla de Saint-Michel.
La ruta se inicia a pie, desde la propia aldea de Peyreleau. Pero, para ahorrar tiempo, resolví atajar parte del recorrido ascendiendo con el vehículo por la carretera en dirección Montpellier le Vieux. Una vez en la parte superior de la "Causse Noir" me dirigí a un lugar llamado, por su peculiar forma, "Rocher du Champignon préhistorique", donde estacioné (como elemento visual hay una antena de telecomunicaciones). Desde este lugar despuntaba una bella panorámica sobre la aldea de Peyreleau y la confluencia de la Jonte y el Tarn.
Desde este paraje un sendero, balizado con postes y pintura roja, descendía por las paredes de "la Causse Noir" entre frondosos bosques. Las ramas más altas se entrelazaban por encima mío protegiendo del sol el sendero que había entre ellas. La parte del cielo que resultaba visible, por encima de los árboles, era de un brillante azul. 
El sendero discurría entre retorcidas raíces de los árboles y envuelto de un silencio catedralicio. Aparecieron algunas  plataformas rocosas, que despejadas de follaje, que me permitían admirar nuevas perspectivas de este paisaje,  considerablemente pintoresco, de las paredes del valle de "la Jonte" y enfrente las paredes de "La Causse Mejean".
Y a la llegada al circo de "Madasse" se manifestó la grandeza y soledad de este grandioso paraje. Sobre un promontorio rocoso se alzaban unas vetustas ruinas envueltas en un halo de misterio, eran las ruinas de la capilla de Saint Michel (parece ser que en realidad son las ruinas de un antiquísimo castillo pero se las asocia a una capilla por el ascetismo que inspira el lugar). Escalando por unas escaleras metálicas instaladas en la roca accedí los restos de dos edificaciones. Y desde este lugar me sorprendió el grandioso panorama que se observaba desde este aislado rincón.
Nunca me hubiese imaginado que algo pudiese ser tan hermoso y maravilloso... un paraíso de formas exóticas. En el aire flotaba un aroma a naturaleza... y en la magnífica atalaya de observación, de este recóndito lugar, descansaba contemplando y reflexionando influido por el aura y el sobrenatural silencio. Solo roto por algunos cuervos que merodeaban por estas insólitas paredes.
Emprendí el retorno a la población de Le Rozier para realizar otra pequeña excursión, más fácil, pero que también me permitiría contemplar el gran paraje de les Causses desde otro balcón panorámico.
   
ROCHER DE CAPLUC
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La "Rocher de Capluc" se trata de una peculiar roca vertical que descuella por encima de la población de Le Rozier. Partiendo de la oficina de turismo, a su derecha había un camino que subía atravesando la pequeña población hasta llegar a una carretera. Ascendía por su fuerte pendiente buscando las señales que me condirían a la abandonada aldea de Capluc. La aldea de Capluc fue un punto de defensa, con murallas y un castillo de observación ya desaparecido, que se encontraba sobre la roca a la que me encaminaba.
Capluc surgía como un pueblo fantasma, muchas de sus casas han desaparecido y otras se hallaban en ruinas. Pero afortunadamente distinguía algunas  en proceso de rehabilitación.
Traspasé las ruinas de Capluc y alcancé las paredes de la Rocher de Capluc. La subida se realizaba por una escarpadura rocosa y ayudado por escaleras metálicas sujetas a la roca, barras de hierro incrustadas en la piedra y cables de acero que daban confianza en la vertiginosa subida (era como una pequeña vía ferrata) y gané la plataforma donde se asentaba el antiguo castillo.
En la superficie irregular sobre la que me localizaba se elevaba una fortaleza, que según narra la historia, fue rival de la vecina fortaleza de Peyreleau y con una violenta relación de asedios.
Me asomé al borde del abismo, protegido por unas barandillas para evitar la caída, y ¡la vista era de una intensidad colosal! En este lugar tenía el privilegio de gozar de la vista más espectacular que se podía tener sobre les Causses.
A mi izquierda descubría una estupenda panorámica del valle de la Jonte delimitada por la Corniche de la "Causse de Mejean" y la Corniche de la "Causse Noir". En medio veía la carretera que descendía desde Meyrueis a Le Rozier. Enfrente asomaba la población de Le Rozier y al otro lado del río, instalada sobre una pequeña colina coronada por el torreón, emergía la aldea de  Peyreleau. A la derecha aparecía la confluencia de los ríos Jonte y el Tarn, saliendo suavemente de las gargantas en una pequeña llanura, delimitada por colinas y mesetas que formaban un gracioso horizonte.
Detrás mío se hallaba el inicio de las espectaculares  Gorges del Tarn, confinadas entre las cornisas de les "Causses Sauveterre" y le "Causse Mejean". La magnífica vista del río y los verdes valles boscosos que se abría ante mí,  así como la exquisita sensación de estar volando sobre este paisaje... me hacía sentir que mi estado de ánimo se exaltaba.

                                                    GORGES DU TARN

Entre les Causses de Méjean y Sauveterre se encuentra el más espectacular de todos los valles, el formado por las gargantas del río Tarn. Este río, en su andadura para ir al encuentro del río Garona, recorre algunos de los barrancos más espectaculares de Europa.
El Tarn se origina a 1600 metros de altitud en el Mont Lozère. Durante millones de años el río, con la erosión, se ha abierto camino entre las mesetas de piedra caliza de los Cévennes. Creando un cañón de extraordinaria belleza de más de 90 km de serpenteantes y escarpadas paredes de hasta 500 metros de altura, en una sucesión de desfiladeros, circos, meandros y caos rocosos. Este espectacular paisaje lo viajé siguiendo una ruta desde Le Rozier hasta la misma cima del Mont Lozère.
El río desciende plácidamente rodeado de un paisaje absolutamente fantástico de naturaleza virgen, sus aguas son cristalinas con numerosos lugares donde reposar en playas de guijarros... pequeños bancos de piedras en medio del rio... zonas donde hacer un picnic al borde del agua... lugares donde darse un chapuzón con la seguridad de su poca profundidad. Siempre rodeados de su serena naturaleza de bosques y altos acantilados que crean un hermoso silencio, solo roto por el fluir del agua o de las numerosos kayac con sus palas, golpeando sobre el agua o el plástico de la propia canoa.
Una estrecha carretera discurre por la margen derecha al pie de estos majestuosos acantilados, atraviesa túneles, paredes que parecen que se desploman sobre la calzada... La carretera se hallaba separada del río por una tupida foresta lo que me imposibilitaba ver las admirables  imágenes del río. Escudriñaba las señalizaciones de aparcamientos o lugares, al borde de la cuneta, que indiquen la parada habitual de los vehículos. Me detenía  constantemente para, en cortos paseos, llegar al borde del río y poder disfrutar de sus 1.001 pinturas que forman este paisaje de una romántica estampa sin igual.
En estas gargantas aisladas se han ido desarrollando numerosos núcleos urbanos perfectamente equilibrados con el entorno. La carretera atraviesa estas pequeñas y pintorescas aldeas situadas a lo largo del río Tarn. Las aldeas varían desde pequeños pueblos sencillos situados en un reducido espacio al pie de los acantilados, a otros han aprovechado la amplitud de meandros o circos del río para asentarse y crecer. Constituyendo poblaciones de notable y original arquitectura en un impecable estado de conservación.
En estas poblaciones, las paredes de "les Causses" se abren, y dibujaban unas terrazas construidas para las plantaciones de vides, frutales etc... Estos lugares permitían apreciar una panorámica más amplia que la que delimita los acantilados del Tarn, el color de las colinas, la vegetación... Me detenía en estas poblaciones para pasear por las estrechas callejuelas y descubrir nuevas imágenes del Tarn que fluía plácidamente al pie de sus casas y pequeñas ensenadas que daban acceso al río o puentes que lo salvaban. Unas pocas carreteras me permitían salir de les Gorges y acceder a puntos panorámicos de hermosas y majestuosas vistas de amplios horizontes.
En este relato voy a tratar la difícil tarea, por el conjunto lugares interesantes, de describir los puntos de parada con  miradores panorámicos, paseos por los recodos del río y algunas poblaciones ribereñas.

LES VIGNES

Esta villa se localizaba en el cruce de una de las pocas carreteras que permiten salir del río y subir a la Causse de Sauveterre. La aldea se halla estratégicamente instalada en el lugar más soleado del valle, y poco antes de que este se cierre con sus altos acantilados en la zona del llamado circo de Beaumes.
Antes de iniciar la subida al Point Sublime me detuve en este lugar, para dar un pequeño paseo bajo la brillante luz del sol. Alrededor, los fértiles campos de prados y cultivos lucían un verde intenso y desde su puente disfrutaba de la primera panorámica, de las muchas, que me va a brindar esté recorrido.
La arquitectura de la aldea no tenía un interés significativo, había alguna playa pedregosa y las aguas translucidas brillaban con los destellos del sol. Disfrutaba contemplando la bajada que tienen que realizar las kayac en la represa del molino, ver el titubeo inicial y los gritos al caer. Después de esta parada busque la carretera D995, que partiendo de esta aldea me llevaría dirección a la tabla panorámica del Point Sublime y a la población  de Sevèrac le Chateau.

POINT SUBLIME

Desde Les Vignes la carretera subía, zigzagueando por la montaña, a través de exuberantes prados en terrazas donde se asientan antiguos caseríos. Al llegar arriba un desvío  me guiaba a la aldea de St Georges de Lèvéjac y en las intercesiones había indicaciones que me transportaron al Point Sublime, en lo más alto del Cirque des Beaumes.
La carretera finalizó en una gran planicie herbosa usada como zona de aparcamiento. Lugares naturales donde hacer un picnic a la sombra de pequeños árboles, una tienda de suvenires, regalos, productos típicos y un bar. Caminaba entre el césped y pequeños arbustos que daban acceso a una gran terraza natural, cubierta de grandes placas de piedra caliza, que se asoman sobre un gran balcón panorámico y que permitían observar un paisaje espectacular.
Me localizaba a 400 metros de altura sobre el Tarn y el panorama que tenía a mis pies era el de una de las zonas más espectaculares del Tarn. El conocido como Cirque des Beaumes, donde el valle se manifestaba en toda su profundidad.
El río zigzaguea en una amplia curva, mostrándome la espléndida configuración del cañón. De los bosques brotaban agujas de granito que subían al cielo y sus paredes se desplomaban al valle. Me revelaba un panorama de iba desde Les Dréroits, al Pas de Sourcy en la parte más estrecha del cañón. Al fondo, el Tarn continuaba su curso, flanqueado por el suave Cirque de St Marcellin, hasta alcanzar a Le Rozier.
Quedé extasiado ante el colosal paisaje, maravillado por asimilar el panorama que aparecía ante mis ojos. Tenía el privilegio de gozar de una de las vistas más espectaculares que se puede tener sobre el Tarn.
El balcón estaba formado por numerosas lajas de piedra que invitaban a pasear, buscando las mejores perspectivas o simplemente tumbarse y dejarse seducir por la suave brisa y el cálido sol de este día. Y ocupar gran parte del tiempo con la contemplación de este entorno.
Después de esta visita abandoné Les Gorgues de Tarn para adentrarme en el interior de la Cause de Sauveterre. Retorné a la carretera  y conduje por la desierta planicie de Sauveterre, alguna solitaria granja rompía la monotonía de esta tierra. Asomó delante mío una pirámide, que se introducía en el cielo azul,  coronada por las ruinas de un castillo y la población medieval de Sèvérac le Chateau que parecía desplomarse hacia el valle.

SÉVÈRAC LE CHATEAU

En otro tiempo la ciudad estaba protegida por una muralla con fosos de 500 metros de longitud y en forma circular, de la cual quedan algunos vestigios y dos puertas fortificadas. Entré en la aldea por la puerta de Peyrou y me descubrí caminando por callejuelas estrechas y empedradas rodeadas de bellas casonas y palacios medievales con torreones y escaleras, fachadas de piedra o entramados de madera, bellas ventanas y vestigios de un rico pasado medieval. La caminata hacia la cima de la colina era extremadamente empinada, pero muy interesante. Había conseguido un folleto en la oficina de turismo, en la que con un plano de la villa me va informando de su historia y los edificios más relevantes. Así localicé la casa de Jeanne del siglo XIII, una de las más antiguas de Francia.
Quizás porque la aldea se hallaba fuera de los circuitos turísticos, me sentía rodeado de una hermosa calma y silencio, solo roto por los ecos del motor de mi cámara réflex. Paso a paso, deteniéndome aquí o haya, me acercaba a la cima de la colina donde se alza el castillo medieval de los señores de Sévérac.
Las ruinas del castillo de Sévérac me dieron la bienvenida en la cima de la colina rocosa. En este lugar localicé, en una panorámica circular, unas fantásticas vistas de la ciudad medieval que alcanzaba a toda la ondulante campiña. Una tierra de fértiles valles con la apariencia de una colcha de retazos de diferentes verdes. En  algún lugar, próximo a esta colina, se encuentran las fuentes del río Aveyron que da nombre a la región. En este lugar gocé de la puesta de sol y del juego de luces y sombras sobre la superficie de los campos que se abrían a mis pies. Una fosforescencia rojiza teñía las cumbres de las colinas... para al momento desaparecer.
El castillo hoy, no es más que una bonita ruina en constante proceso de renovación, en la cual en Agosto realizan espectáculos medievales para atraer turismo a esta discreta, apartada y bonita ciudad.
La fortaleza es solo un desvaído asomo de su notoria historia pasada. Los poderosos Barones de Sévérac nacieron por el s.X y el castillo fue edificado a partir de los siglos X y XI por estos mismos barones. Las ruinas del castillo feudal que subsisten resultan de las profundas transformaciones de la construcción original durante los siglos XIV y XV.
Después de los disturbios de las guerras de religión hasta el s.XVII, sellaron la ascensión política de los barones de Arpajon, una rama de la familia de Sévérac (desde el palacio en Paris de uno de ellos fue arrojada la piedra que mato a Cyrano de Bergerac)  y decidieron transformar el castillo feudal en una residencia renacentista.
Después de dos incendios en el siglo XVIII y el abandono posterior, se empieza a degradar y convertida en cantera, se trasformó en una bonita ruina.

CIRQUE DE BAUME

Después visitar y pernoctar en Sévérac regresé a les Gorgues du Tarn, siguiendo el mismo camino del Point Sublime. Una vez en el Tarn y pasada la población de Les Vignes me adentré en el Cirque des Baumes. Las dimensiones de este sitio eran incomparables, el Tarn forma un meandro que se estrecha en altos acantilados con profundas gargantas a lo largo de 5 km entre las poblaciones de Les Vignes y Malene.
El primer punto de parada es el Pas de Soucy, situado en un recodo en forma de pasadizo estrecho que discurre entre peñascos. Aquí el Tarn desaparecía bajo un caos de enormes bloques de piedras caídas desde el acantilado. En este lugar hay un mirador de pago sobre una pequeña colina, pero prestando atención a la línea del bosque, descubrí lugares donde aparcar al borde de la carretera y bajar a la orilla para admirar estas formas.
Quedé fascinado  ante el ofrecimiento de aquella belleza salvaje que inesperadamente se presentó delante de mis ojos... la luz que el sol irradiaba sobre el río otorgaba un reflejo verdoso y destellos refulgentes a sus aguas cristalinas.
Paseaba por el río, con pantalones cortos y zapatillas anfibias, acompañado de un olor intenso y penetrante a musgo, resina y savia de la foresta junto a la humedad que impregnaba todo el aire. Y el imperceptible borboteo del agua, solo el silencio era roto por el sonido que fluía a través del valle rocoso.
Sentía un deseo incontable de permanecer rodeado de aquella extraordinaria naturaleza, admirando las impresionantes formaciones de tierra, rocas y bosques que habían adoptado formas caprichosas por el efecto, según las leyendas del lugar, de la lucha entre hombres santos y unos diablos.
Después de este estremecimiento, con el primer encuentro las gargantas del Tarn, proseguí el viaje en medio de aquella naturaleza, siempre impresionado por las diferentes figuras caprichosas que me mostraban las grandes paredes talladas en la roca.
En este paso tan angosto la carretera se abría paso con dificultad al pie de enormes paredes que, como gigantes de fábulas, alzaban grandes rocas amenazadoras a los que pasamos por el lugar.
Las murallas verticales se inclinaban intimidatoriamente sobre la carretera, en algunos lugares se han perforado y tallado sus muros y altas agujas de granito con reducidos y oscuros túneles. Hallé una pequeña aldea adosada a los acantilados y pináculos al borde de la carretera y en las paredes verticales se localizaban instaladas numerosas vías de escalada.     
Pasado este lugar penetré en la zona más pintoresca del Tarn, los llamados Les Détroits, que constituyen el paso más estrecho y más profundo del Tarn. El río se cuela entre altas paredes verticales coronadas de frondosos bosques, las kayak discurren plácidamente por este paraíso de silencio, lugares donde hacen un descanso para hacer un picnic en alguna playa de guijarros.
Al otro lado del río distinguí ubicada, en un exuberante entorno verde, la pequeña aldea de Le Croze instalada en el corazón de Les Détroits y solo accesible en canoa.
Entre las kayak arribaron las barcas de los "Bateliers des Gorges". Barqueros turísticos que parten de la aldea de La Malène y ofrecen un descenso de 8 km en una barca de quilla plana y propulsada por un pequeño y silencioso motor, que evita romper el mágico silencio que envuelve este lugar.
La carretera ofrecía numerosos sitios de estacionamiento, pero la mayoría son imperceptibles por falta de señalizaciones y miradores acondicionados. Esto obligaba a parar constantemente, en cada recodo del río, y salir al descubrimiento de nuevas panorámicas... de meandros o acantilados en este hermoso paisaje natural. Algunos senderos me bajaron al pie de la corriente del río, donde observaba con envidia pasar a las canoas. Otros me subían a pequeñas alturas que me ofrecían asombrosas vistas del río, con las formas de sus meandros, los colores de agua, del bosque y la piedra.
Un paisaje que me parecía irreal, a la vez que estimulante. Unas imágenes que aun hoy me provocan sentimientos de pura nostalgia.
Pasado Les Détroits terminaba el Cirque des Baumes y el valle se hacía más amplio. Y bajo un bello horizonte de cielo y montañas apareció la aldea de La Malène.

ION LUZEA

3 - Visito la aldea de La Malène al borde del Tarn. Subo a los panoramas de Roc des Hourtois y du Serre. Continúo por el Tarn visitando las aldeas de: Saint-Chély, Ste-Énimie, Prades, Castelbouc, Ispagnac, Quezac y Florac. Descubro la Corniche des Cévennes y sus panoramas. Retorno al Tarn y en Le Pont De Montvert me despido de este extraordinario río.


LA MALÈNE

Alcancé  la población de La Malène, encrucijada entre la Causse de Sauveterre y la Cause Méjean y antiguo punto de intersección de rutas. Aun hoy inmensos rebaños de ganado cruzan su puente en primavera y otoño en el ancestral rito de la trashumancia.
La Malène está situada en un valle abierto que facilita su accesibilidad entre las mesetas y en un precioso emplazamiento a orillas del Tarn. A modo de carretera, el río fue usado como medio de transporte he intercambio de productos entre las aldeas del Tarn.
Con el uso del río se desarrolló el antiguo oficio de Les Bateliers, que con sus barcazas de quilla plana, fueron el medio de transporte de una orilla a otra o entre las aldeas para el transporte de ganado, mercancías de todo tipo y de personas. Su uso era un negocio familiar transmitido de padres a hijos. Hoy se ha convertido en un reclamo turístico y una bonita forma de visitar Le Cirque de Baume ya que el barquero ejerce también de guía.
La villa es un núcleo importante turístico en Tarn, ya que junto a la oferta de Les Bateliers, se une la de alquileres de kayak que inician su viaje río abajo durante 8 km en su visita al extraordinario circo de Baumes. También tiene como atractivo su playa de guijarros y las numerosas rutas de senderismo que parten o pasan por aquí en dirección al Cirque de Baumes o suben a Les Causses.
A mi llegada estacioné en la gran explanada que hay al borde del río y próxima al puente y a la villa. La luz del sol cristalizaba en una profusión de puntos brillantes sobre el Tarn y me aproximé al puente para realizar algunas fotos. Las aguas estaban tranquilas y límpidas; la visibilidad era excepcional.
El lugar era una estampa de tranquilidad cuya paz no se veía perturbada más que por las numerosas familias cuyos niños disfrutaban de las embarcaciones multicolores, jugaban y se divertían rodeados de esta bella naturaleza envuelta de serenidad.
Y realmente tuve envidia de la bella actividad de visitar le Tarn desde otra perspectiva, recorriendo en canoa al filo del agua estos paisajes espectaculares jalonados por parajes extraordinarios al pie de estas murallas y siguiendo el tranquilo ritmo que marca el curso del agua.
En el mismo puente había una oficina de turismo que proporcionaba  información sobre las dos empresas de kayak que rivalizan en este lugar. También informan sobre el paseo en la barca plana de les Bateliers, otra posibilidad de visitar Le Cirque de Baume sin esfuerzo ni mojarse.
Antes de recorrer la villa me acomodé en la orilla pedregosa, encandilado por el murmullo del fluir del agua mientras las piraguas se dejaban llevar por la corriente.
La calidez del sol inundaba la bella aldea, cuya arquitectura parecía haberse fundido en el paisaje. Entre su  característico caserío, resaltaba una  bella casona solariega con un torreón y que destacaba al pie de la roca de la Barre. Durante siglos los señores de Montesquiou edificaron sus castillos a lo largo del Tarn.
En el renacimiento edificaron, en el 1600, el castillo residencia de La Malène que mostraba con sus torres el poder de esta familia. Con su presencia y el prestigio de su nombre se elevó la  categoría esta pequeña villa. Hasta la llegada de la revolución francesa.
Los habitantes no recibieron con gusto el nuevo cambio y en consecuencia los revolucionarios pasaron a sangre y fuego el país. En 1793, mientras los nobles se refugiaban en las grutas de las paredes del cañón, un destacamento de tropas ataco La Malène y prendió fuego la ciudad. Recuerdo de este incidente son las manchas negras que tiñen el espolón rocoso, a causa del hollín indeleble producido por el humo de los aceites almacenados en las casas.
El pueblo ha mantenido su sello antiguo de angostas y retorcidas calles con pequeñas casas cuyos muros de losas de piedra, que asemejaban ser una prolongación del farallón rocoso, se encontraban cubiertas de una áspera y antigua patina. Muchas de estas casas compartían pared con la misma roca y algunas usaban como cuarto tabique la propia roca a la que se encuentran adosadas.
Caminaba entre sinuosas y estrechas callejuelas rodeado de típicas casas plenas de pintoresco encanto medieval... por lo rustico de su construcción y su destacada situación debajo de la roca.
Macetas de flores y enredaderas conferían un toque de color y frescura a estas toscas piedras, árboles frutales se asomaban por encima de algunas tapias.
Saliendo de este intrincado laberinto de callejas, en las calles más amplias aparecía algún pequeño restaurante o comercio. La pequeña visita se hacía agradable por la tranquilidad, el silencio y naturalidad de sus retorcidos callejones.
                     
PANORAMA DESDE ROCS DES HOURTOIS ET DU SERRE

Desde La Malène y cruzando el puente, acometí la fuerte subida a la Causse de Mejean por una carretera en fuerte pendiente que remontaba el desnivel zigzagueando por la ladera de la Causse (también se puede subir a pie por un sendero indicado a la salida del puente, yo he subido tanto por la carretera como por el sendero).
Subiendo disfrutaba de una maravillosa panorámica. Al fondo de la garganta, distinguía la especial ubicación de La Malène incrustada entre las rocas junto a la sinuosa carretera que discurre por el cañón del Tarn. Al otro lado de la carretera divisaba la explanada con el parquin, el Tarn y la playa de guijarros.
Ya superado el fuerte desnivel, me hallaba sobre la meseta de la Cause de Méjean y conducía entre prados, siguiendo la señalización de estos dos puntos panorámicos. Las edificaciones eran pocas y de vez en cuando aparecía alguna granja solitaria.
Siguiendo la indicación de Roc du Serre llegué a un parquin rodeado de un pequeño bosque, la ruta continuaba a pie entre raquíticos arboles adaptados a los duros inviernos de esta meseta. La foresta se despejo súbitamente y el horizonte se amplió y me hallaba sobre unas piedras planas que pendían vertiginosamente al borde del barranco.
Desde este mirador natural la vista era asombrosa y la sensación... de estar volando. En primer lugar divisaba la aldea de La Malène mimetizada por la afinidad de coloración de la piedra con el del acantilado en el que se apoya. Y la curvada carretera que, tras atravesar el Tarn por el puente, sube por la ladera de la Cause de Méjean.
A ambos lados del belvédère el promontorio rocoso se encontraba envuelto por una trama intrincada, densa y laberíntica de arbustos y foresta. Me resulto imposible avanzar más allá de este mirador.
Abandoné este mirador para dirigirme al cercano Roc des Hourtous. Era  otro belvédère sobre un promontorio en un lugar privilegiado, un balcón aéreo encaramado a un profundo abismo. El lugar estaba ubicado un pequeño terreno privado con bar, mesas y tienda de recuerdos, había que pagar (recuerdo que muy poquito). Después de atravesar esta pequeña infraestructura, se accedía a un balcón metálico suspendido sobre el precipicio a 450 metros de altura y que dominaba con una vista espectacular el Cirque de Baume y le Dètroits con sus agujas, pináculos y paredes. Tallada en la roca circulaba, sinuosa, la línea gris de la carretera al borde del Tarn.
En esta excepcional escena destacaba el contraste de la árida piedra sometida a la erosión de los elementos y la foresta que ha logrado afianzar sus raíces en estas rocas. En este lugar se escuchaba el silencio, me olvidé de que estaba en la terraza de un bar. Sentía la paz y serenidad que ofrecen los grandes espacios y jugaba con el vértigo asomándome al vacío para ver, en la vertical el cañón, el Tarn comprimido entre sus paredes.

ST-CHÉLY-DU-TARN

De vuelta a La Màlene continué la ruta remontando el Tarn. Cruzaba el valle al son de los acordes relajantes de la música del CD, una selección de temas para grandes extensiones. La banda sonora de mi viaje. Acomodado al volante y acompañado de melodías que conectaban con mi alma me dejaba trasladar por este  paisaje. Una excitación de los sentidos en los que no existía el pasado ni el futuro y las percepciones se ajustan en el ahora, solo al presente.
La sinuosa carretera, muy tranquila, discurría al borde del serpenteante Tarn que, libre de las sombras de los verticales acantilados, brillaba al sol con sus aguas cristalinas, transparentes y serenas bajo un cielo límpido, celeste y luminoso.
La fértil foresta conservaba todavía todo su color, verdes intensos junto a amarillos, colores oscuros o floridos en los campos cultivados. A otro lado del Tarn apareció la aldea de Haute-Rive, silenciosa y apacible, tranquila y misteriosa por su incomunicada ubicación, al carecer de carreteras y accesos que no sean a pie o en canoa.
Dejé atrás el bello castillo de La Caze, cuya mejor imagen se obtiene desde el Tarn. La carretera perdió su derechura al entrar en otro escabroso meandro que formaban dos nuevos circos, el Cirque de Pougnadoire al que se adosa la aldea del mismo nombre y cuyas casas se encontraban incrustadas en la roca y el Cirque de St-Chély.
La bonita villa de St-Chély se elevaba en un recodo de la ribera izquierda del Tarn y se encaraba a un gigantesco murallón de piedra que forma un sorprendente acantilado. La carretera salvaba este murallón por un lúgubre túnel y a la salida de esta gruta estacioné para captar una preciosa panorámica de esta magnífica población.
Al pueblo se llegaba por un bonito puente de un solo arco de grandes dimensiones, y desde su vertiginosa altura  se descubría la mejor imagen de la ubicación de esta aldea. Su situación, debajo de lomas empinadas que rodeaban la población, donde encaramaban densos y paredes de roca. Varios arroyos, que cruzaban la villa y se desplomaban con hermosura en le Tarn.
Las casas, enfrentadas a la roca, se asoman al Tarn creando una imagen de excepcional belleza. El tipismo arquitectónico competía en encanto con el  río y la roca, que forman este bello y maravilloso circo de gigantescas paredes.
Paseando por el pueblo observaba  una atractiva arquitectura, muy cuidada y restaurada, con bellas y antiguas casas de piedra que conservaban la encantadora construcción típica de esta región. Los callejones, de adoquines, se retorcían al capricho medieval y los estrechos pasajes me llevaban entre recovecos y plazas.
Un recorrido que me permitió descubrir un conjunto excepcional y que me seducía por su arquitectura y la serenidad que me trasmitía. Encontré una especial paz que me dejaba soñarla en una composición atemporal, un mundo íntimamente relacionado con la naturaleza en el que la tierra el sol y el agua proporcionaban la medida de la subsistencia.
Dos arroyos atraviesan sus calles y plazas para ir al encuentro del Tarn, donde se desploman en cascadas. Mientras se deslizaban por sus cauces acotados por veredas de piedra, que asemejaban a los arroyos decorativos de jardines. Trasmitían una sensación serena gracias al susurro del agua, el frescor que circundaba el aire de este caluroso día y los olores que emanaban a tierra, musgo y bosque.                     
Subía por un tortuoso callejón de adoquines, colina arriba, que se bifurcaba en varios senderos que discurrían por las laderas de la Cause entre bosques y acantilados. Uno de estos senderos lleva a la colina de Saint-Chély, con una pequeña capilla bajo un abrigo rocoso, desde donde se observaba una bonita vista.
Este bonito paseo por esta sincera población de innegables encantos, me acerco de vuelta al puente sobre el Tarn. Al lado del puente se halla la iglesia románica del sXI, su campanario cuadrado es el único testigo de un antiguo monasterio desaparecido.   
Ambos lados del puente eran un magnifico mirador sobre el Tarn y sus riberas. Me desplazaba de un lado a otro para observar la bella escena del río fluyendo mansamente a sus pies. Las multicolores canoas, que han partido de Sainte-Enimie, recorrían sus orillas pobladas de matojos que formaban ensenadas naturales y hacían su primera etapa en esta población.  Los navegantes descubrían sus primeras impresiones en estos acantilados, preludio de las imágenes que les circundarán en el camino al Cirque de Baumes.
Desde el puente observaba la bonita playa de arena que posee esta población, que ofrece un lugar maravilloso para nadar o reposar contemplando este extraordinario acantilado, como el telón de fondo de un escenario gigantesco.
Los sonidos de las cascadas que se abatían al Tarn, las palas de las canoas al golpear el agua o los gritos de los niños circulaban como un suave eco por las paredes rocosas del meandro.
Al abandonar esta población, mirando atrás, descubrí un paraje natural de tupidos bosques, un paisaje verde y frondoso por donde afloraba la aldea de Saint-Chély.

STE-ÉNIMIE

Río arriba y a pocos kilómetros de Saint-Chély, se muestra en todo su esplendor, la población de Sainte-Énimie situada en un hermosísimo meandro, uno de los más bellos del Tarn. Esta villa medieval, bella y engalanada se asienta entre ambas riberas del río, cabalgando sobre el meandro y adosada al flanco de la montaña.
Para contemplar la extraordinaria ubicación de este lugar, remonté la carretera en la ladera de la Causse de Sauverrete dirección a Mende. Esta altura me permitía componer un plano mental de la ciudad y su ubicación.
Y estando en este lugar, como en un acto reflejo, mi mente se llenó de imágenes. Destacaba la fascinante panorámica del  tortuoso meandro, sobre el que se situaba Sainte-Enimie, rodeado de un exuberante verdor.
Paredes escarpadas delimitaban el meandro, formando un corredor de 600 metros de profundidad, a lo largo de un cañón de 1,5 km, en el mismo corazón de las gargantas del Tarn. Y el Tarn brillante y luminoso fluía en medio de esta bella composición.
Ste-Énimie es miembro del exclusivo club de "Les Villages Plus Belles de France" y forma parte del patrimonio mundial de la Unesco. Gracias a su particular estilo arquitectónico medieval y su adaptación a los barrancos que la rodean.
Esta población es la joya del Tarn y una de las principales atracciones turísticas de las gargantas. La tranquilidad, con la que viajaba hasta ahora, se rompe por el bullicio turístico y el ruido de los numerosos vehículos que saturan su principal arteria. Junto a numerosos comercios turísticos como heladerías, cafés y restaurantes, suvenires, productos regionales... Esta actividad turística ofrecía una primera impresión artificiosa, pero que al recorrer sus calles la sensación se convirtió en original y genuina.
Partí hacia el puente para obtener una buena panorámica de la ciudad medieval que se elevaba por la pendiente, insinuándose apasionadamente con sus bellas piedras llenas de luz y color bajo este claro cielo azul. Subía por sus viejas calles empedradas, escaleras que me conducían por pasajes abovedados y que terminaban en encantadoras terrazas, patios y plazas. Una amplia red de viejos, pero remodelados, callejones medievales me conducían a nuevos pasajes abovedados, patios y plazas en una sucesión interminable y laberíntica de un sube y baja por la elevación en la que se asienta Ste-Énimie
Franqueé el casco antiguo entre un mosaico de calles y patios, cada uno más bello que el anterior. Pasaba entre casas talladas con la piedra arenisca del Tarn y sus estrechas callejuelas me llevaban de un fascinante edificio antiguo al siguiente. Cada esquina me descubría un pasado arquitectónico excepcional. A menudo estos caminos parecían ser parte de la roca o literalmente cortados en la misma montaña.
Todo en él invitaba a visitarlo ya que, con sus casas floridas y sus placitas soleadas, provocaban una sensación especial de respeto a estos misteriosos pasajes, intrigantes callejuelas y bonitas plazas.
Los turistas paseaban, con deferencia y silencio, recogidos por la sana imaginación que impregna el alma de esta ciudad. Sus callejuelas son tranquilas pero divertidas, llenas de una silenciosa actividad que invitaban a una desenfrenada exploración a través de sus rincones.
Lugares que se convertían en bonitos miradores sobre los tejados de la ciudad, de la aldea y todo el valle. Con las frondosas montañas sirviendo de telón de fondo en este decorado natural.
Este pueblo medieval debe su nombre a la leyenda de Sainte Énimie. Esta santa era la hermana del rey merovingio  Dagoberto, que estando enferma de la lepra fue curada milagrosamente, por indicación de un ángel, al bañarse  en la fuente de la Burle, un arroyo afluente del río Tarn. En agradecimiento a la intervención divina, la princesa Énimie decidió quedarse a vivir aquí.
Según cuenta la leyenda, la princesa hizo construir el convento benedictino que corona la población. El emplazamiento de la fuente y la abadía fueron transformándose, poco a poco,  en la aldea.
Gran parte del día lo pasé recorriendo estas calles, descansando en sus plazas o fantaseando en sus terrazas. A la hora del almuerzo, los turistas abandonaron el centro histórico y se desplazaron a los restaurantes al borde de la carretera. En este instante un pesado silencio se impuso en las calles, casi como si la aldea hubiera contenido la respiración.
Habiendo terminado la visita de la aldea disfruté, este momento de letargo turístico, para realizar otro recorrido mágico por sus adorables callejuelas, sus seductoras plazas desiertas de las que recuerdo aun hoy conmovido la paz, el color y  brillo que irradiaba el lugar.
Paseando por sus callejuelas escrutaba el interior de las viviendas, a través de sus portones abiertos, y descubría bonitos jardines interiores con esculturas y fuentes. Siendo algunos de estos patios  lugares de exposición de obras de artistas y artesanos.
Ste-Énimie está orgullosa de su pasado y su patrimonio expuesto por la riqueza de sus construcciones, la piedra esculpida en sus paredes, en los dinteles, columnas y capiteles de sus puertas y ventanas, sus muros colgados sobre el barranco...
         
PRADES

A cuatro kilómetros de Sainte-Énimie y en un lugar magnifico rodeado de naturaleza y vegetación salvaje y virgen,  asomaba el castillo de Prades sobre un espolón rocoso en la orilla del Tarn. Su posición era estratégica para el control de la garganta y protección a los accesos a Sainte-Énimie y su Abadía.
Fue construido probablemente a comienzos del s.XIII y siendo transferido como propiedad de la Abadía para su  defensa trascendental. Se comprobó su utilidad durante las guerras de religión, en las que solo con una docena de soldados resistió las envestidas de las tropas protestantes, y detuvieron su avance por las gorges del Tarn en su camino para la toma y el saqueo de la abadía de Sainte-Énimie. Su importancia también la demuestra por haber sido la residencia de los Abades del monasterio, del administrador de Julio de la Rovere, futuro Papa Julio II (el de la capilla Sixtina) y el Papa Urbano V  nacido en estas tierras.
Una pequeña, pintoresca y discreta aldea duerme tranquilamente lejos del bullicio turístico de su vecina Sainte-Énimie. Pequeños callejones solitarios bajan y suben bordeando las paredes del castillo, a ambos lados de las callejuelas surgían residencias que parecían ser de alquiler vacacional y con privilegiados accesos a las aguas del Tarn.
         
CASTELBOUC

Desde la misma carretera me sorprendió la visión de este sitio, un lugar mágico, atrayente y no exento de misterios y leyendas. Una imagen de fábula y quimera, de película o simplemente, una bella postal.
En la profundidad de la garganta del Tarn, Castelbouc  emergía atrapada entre el Tarn y el afloramiento rocoso al que se aferran sus casas. Sobre un alto pitón rocoso apuntaba la romántica ruina de un castillo, que posee su propia leyenda, un fantasma y su arcano misterio.
Un desvió de la carretera descendía por un precario camino que conducía a un sencillo puente sumergible, que me permitía salvar el Tarn y estacionar a la entrada de este insólito pueblo.
La visita a Castelbouc  debería ser rápida ya que el tamaño de Castelbouc, con cerca de 20 casas concentradas en un reducido espacio, pero... este lugar no se visita... si no que se explora, se descubre y se investiga, cada rincón tiene su magia y las paredes de esta aldea troglodita me narraban su propia historia.
Su pequeño centro lo ocupaba la iglesia, algunas amplias casas  y el bonito horno comunal todavía en uso. A partir de aquí comenzaba un recorrido en el que se funde lo urbano y lo natural. Las casas se adaptaban al terreno y a la roca con la que en muchos casos compartían pared. Sinuosos senderos me llevaban, por este lugar de fantasía, entre piedras talladas,  colosales rocas y llamativas forestas.
Las vistas desde el Tarn son de un romanticismo sin igual e invitaban a la contemplación. El río discurría plácidamente con un suave susurro y la luz del sol que se reflejaba en titilantes destellos sobre el agua. Las fachadas de las casas se asomaban al río en un precario equilibrio sobre la piedra caliza erosionada por la corriente del Tarn... y sobre el alto acantilado sobresaliendo, las ruinas del inaccesible castillo.
Su arquitectura sigue el mismo tipismo del Tarn donde la piedra caliza es omnipresente. Las casas están construidas enteramente en piedra del lugar, de gruesas paredes y robustos edificios con techos de pizarra o piedras planas y generalmente construidas en tres niveles. La planta baja para el ganado la artesanía y los diferentes oficios, el primer piso suele ser accesible por una escalera en el exterior y conduce a la vivienda sobre la que se encuentra el ático y granero.
Sentía admiración por el cuidado, el gusto y el detalle en la remodelación de las viviendas, que confería a un edificio de basta construcción pero fuerte factura, en un lugar confortable y pintoresco cuyos habitantes cuidan y miman.
Las piedras limpias y pulidas, estupendas ventanas y contraventanas, las calles cuidadosamente empedradas con guijarros sacados del Tarn, poseían un canalón central para el conducto de las aguas de lluvia. Y todo engalanado con hiedras, plantas trepadoras y macetas de flores.
La naturalidad es total, mientras paseaba por esta encantadora aldea no advertía ninguna extraña infraestructura turística, no hallé letreros ni publicidad. Nada desentonaba o destacaba sobre las añejas  paredes de sus casas.
El castillo, en lo alto del risco, fue desmantelado en el s.XVI. Hoy es inaccesible y gracias a esta soledad su leyenda se mantiene viva:
En el siglo 11 recorre estas tierras un interés inusitado en ir a las cruzadas, los barones, señores, aldeanos, pastores, mendigos y ladrones marchan a tierra santa. Raymond, señor del castillo apela que no está hecho para llevar armas que no es un guerrero, se niega al esfuerzo de la guerra, el sufrimiento, dolor, cansancio y sudor. Él es un poeta y trovador y se queda solo en el castillo. Las mujeres de la aldea se sienten tristes abandonadas en la soledad de las noches por sus hombres ausentes y solicitan la ayuda "galante" de su señor. El castillo se convierte en un lugar de peregrinación de mujeres enfermas de amor. Pero tanta complacencia del galante señor lo debilita, agota, enferma y muere.
Al día siguiente las mujeres afirmaron que un macho cabrío (en francés Bouc y símbolo de virilidad) rondaba las murallas del castillo y declamaron "Es el alma del señor Raymond". Desde este fatídico día uno puede oír, en noches de luna, sobre las ruinas del castillo un balido quejumbroso seguido por extraños susurros de mujeres... Y esta leyenda es la que da nombre al castillo y población "Castel Bouc".

ISPAGNAC

Llegué a esta sincera y encantadora aldea que posee un área gratuita de AC, todo un lujo próximo a Les Gorges du Tarn. Para el recorrido, descrito hasta ahora, había usado esta área como punto de pernocta para la visita de la parte superior de las gargantas.
A causa de la fatiga que produce la visita de las Gorges: conducir, parar, aparcar, bajar, visitar, subir al vehículo y continuar viaje, aprovechaba este lugar para realizar descansos y cortos paseos. Esta bella y tranquila aldea disponía de una discreta oferta turística: una oficina de turismo, un supermercado y algunas terrazas en la plaza.
Ispagnac se encuentra en el cruce de las gargantas del Tarn y el parque nacional del Cévennes. En este lugar el Tarn se abre en un amplio valle, que en su origen era un gran lago cuya masa liquida se abrió paso por las gargantas del Tarn, cuando el cañón se ensancho. Llegó el día en que el lago se secó y los humerales desecados tomaron posesión de la ribera, transformándolo en un rico valle.
Hoy los campos están repletos de cultivos y árboles frutales, cerezos, melocotones, manzanos, peras o vides que invaden la gran planicie y dota de riqueza a los pueblos que lo ocupan.
Las calles centenarias de Ispagnac me enseñaron las huellas de un pasado violento. Aquí y haya aparecían los restos de puertas y fortificaciones con las que esta población se defendió y sobrevivió a las diferentes contiendas. Primero la guerra de los cien años entre franceses e ingleses y posteriormente en 1580 la ciudad de Ispagnac sufrió las guerras civiles religiosas. Los protestantes la asediaron pero sus defensas resistieron los embistes. Hoy, algunas plazas ocupan el solar donde se erigían antiguas viviendas destruidas y fortificaciones posteriormente demolidas.
Las calles más estrechas, desvencijadas e intrincadas pertenecientes a aquella época,  me llevaban por estrechos pasadizos a pequeños cultivos, huertas y jardines. Las calles nuevas, aquellas que se desarrollaron en la paz y aumentaron los suburbios de la aldea, me enseñaban pequeños detalles renacentistas en ventanales y pórticos. Estas calles, por su importancia al encontrarse en el eje que atravesaba el valle, eran las que toleraban el mayor tránsito de bienes y personas. Siendo sus portales lugares de oficios, ocupados por artesanos como herreros, carreteros, zapateros, postas...
Junto a los cultivos, la mayor fuente de riqueza de Ispagnac era el ganado, cuya impronta aparece también en la calle recordada hoy con el nombre de la Blancairie, por ser donde se blanqueaba las pieles de oveja de les Causses. Se hilaba y tejía su lana, se preparaba su carne, leche y queso que posteriormente se vendían en las ferias.
Numerosas casas conservan en el ático las poleas con las que subían la paja, grano y alimentos. Mientras que en la parte baja se usaba para guardar el ganado principalmente cabras, ovejas, cerdos o pollos. En los sótanos se encontraban las bodegas donde conservaban el vino y los quesos de cabra y oveja.
Caminaba por estas calles admirando el estilo de esta arquitectura y el testimonio de su historia y oficios. El silencio rondaba por sus calles, contribuyendo a este sentimiento que penetraba dentro de mí. Un estremecimiento de reconocimiento... como las imágenes dentro de una pintura que permiten seguir observándolas eternamente.
Rebasé las "avenidas" de la aldea hasta llegar a uno de los antiguos pasajes que llevan a los campos. Descendía por un camino, malamente empedrado, y rodeado de antiguos muros de piedra sin tallar, que me separan de bellos jardines privados, y que en la antigüedad fuesen huertos. Desaparecieron los adoquines y el camino se transformó en sendero. Me encontraba en pleno campo.
El día era precioso, había amanecido brumoso pero la mañana había limpiando el cielo y liberando al sol de su manto nuboso. Los colores, brillos y matices destacan con fuerza en los campos multicolores. Pasaba entre huertas y jardines que colindan con las viviendas exteriores de la población. Continué por un agradable sendero rural en el que árboles frutales salvajes me ofrecían sus jugos. En un corto recorrido, rodeado de una bella foresta natural de pastos para el ganado y hermosos cultivos nacidos de esta rica tierra, me aproximé al Tarn. Siguiendo su curso acompañado por el gorgoteo de la corriente comencé a vislumbrar a lo lejos un bello puente gótico, el puente de Quézac.

QUÉZAC

Notre Dame de Quézac en su origen era una pequeña capilla del s.XI, durante siglos el culto a la virgen de Quézac se popularizo. Los peregrinos, que se dirigían a Santiago de Compostela, se desviaban de su ruta para rendir el culto mariano a esta virgen y los romeros cruzaban el Tarn por un vado el cual en épocas de crecidas suponía un serio peligro, muriendo muchos ahogados.
El Papa Urbano V, nativo del Tarn y nacido cerca de la población de Pont de Montvert, gracias a la cercanía de la sede pontificia (era uno de los Papas de Avignon) visitaba a menudo estas tierras y preocupado por las dificultades de los peregrinos ordenó la construcción del puente en 1395. Anteriormente el mismo Papa había transformado la humilde capilla del 1052 en una colegiata rodeada de fortificaciones, murallas y cañones.
Pero, siendo todo arruinado, colegiata, convento y parroquia en los siglos posteriores. Primero los protestantes sitiaron la colegiata bombardeándola y prendiéndola fuego, despareciendo la venerada imagen. Reconstruida en el s.XVI en estilo gótico y con una reproducción de la virgen, fue asaltada y saqueada durante la revolución francesa y destruidos su portal y esculturas. La escultura de la virgen de Quézac, que hoy se reverencia, fue salvada y ocultada por un niño. Hoy la iglesia, ubicada en el centro de la aldea, tenía un aspecto moderno al que no le proporcione mucho interés.
Este bonito paseo, a pie desde Ispagnac, y rodeado de un precioso entorno natural privilegiado, me llevaba al puente medieval de Quézac con sus magníficos 6 arcos góticos y clasificado como monumento histórico.
Al cruzar el puente descubrí otra amplia panorámica del Tarn y el rico valle que rodea Quézac. Este valle goza de un microclima suave y soleado que fomenta el desarrollo de una exuberante foresta y una abundante agricultura.
Continuando la carretera llegué a la aldea de Quézac, que extendía sus casas a lo largo de su calle central. Encontré una aldea rural bellamente construida y conservada con hermosas puertas talladas en piedra y bellas fuentes de agua, algunas figuras de la virgen  aparecían en las esquinas de las casas.
Quézac es una aldea rodeada de ricos cultivos, viñedos, hermosos huertos y además un lugar donde se destila la Lavanda de la Causse de Sauveterre... pero me encontré caminando por una aldea fantasma.
Reinaba la calma, las calles estaban vacías, los postigos cerrados y ardía el calor. Un calor que asolaba la aldea, el campo y los bosques colindantes provocando un pesado silencio en el que la vida perdía vigor. Pero gracias a la falta del bullicio turístico y lugareño, este lugar me pareció precioso y admirable, como un museo vacío de visitas. Las fachadas de sus viviendas poseían el aspecto desgastado y cálido de los objetos usados.
Volví por el mismo camino a Ispagnac, rodeado de la intensa luz del sol del mediodía.

FLORAC

Saliendo de Ispagnac el paisaje cambiaba. Abandoné el cañón que he seguido hasta ahora y continuaba el viaje flanqueado por las fuertes pendientes  de la Cause Méjean y las estribaciones del macizo del Cévennes. 
Aquellos, que amantes del shopping, se hayan aburrido en las aldeas solitarias del Tarn, en este lugar tienen la posibilidad de resarcirse de su frustración con numerosas tiendas, comercios, ferias y mercados, festivales y actividades turísticas y de ocio de aventura.
A la entrada de la población hallé un amplio centro comercial donde me abastecí de algún producto fresco, y marché directamente a la estupenda área de AC instalada en un parquin escalonado. El área poseía unos baños extraordinariamente limpios y cuidados.
Florac se encuentra ubicada en una extensa zona verde en la confluencia de cuatro ríos y arroyos, la source du Pêcher que es un resurgimiento de la Causse de Méjean, el tarnon, la Mimente y el Tarn. También es la confluencia de tres grandes zonas naturales de Francia, Les Causses y las gargantas del Tarn, Le Mont Lozere y Les Cévennes. Siendo la capital de un entorno privilegiado, razón por la cual Florac recibe el nombre de cruce de caminos de piedra y agua. Esta excelente ubicación le da a esta población un encanto especial y una gran diversidad de paisajes para practicar deportes de naturaleza.
Recorría la ciudad, siguiendo el sendero histórico balizado que contornea los principales puntos de interés, entre antiguas piedras y restos de su historia. Paseaba por su casco antiguo descubriendo un pasado tumultuoso entre fuentes, arroyos y resurgimientos de agua que formaban cascadas y pozas. Como la fuente del Pêcher que brota en el corazón de la ciudad  y con sus cascadas  refrescaban el cálido ambiente de este día.
En su lago abundan las grandes truchas y era un bonito lugar para sentarse a reposar bajo un dosel de árboles... y hacer un picnic con lo comprado anteriormente en el supermercado.
La ciudad, siempre en constante crecimiento, sufrió las agresiones de la guerra de los cien años y posteriormente el asalto de compañías de bandoleros. Para su protección se erigió el castillo y se elevaron las murallas pero aun así es destruida en 1363. Las murallas son reconstruidas al año siguiente con la ayuda del Papa Urbano V, mostrando este Papa el apego a su país natal.
Con la llegada de la reforma protestante la población, en su mayoría, da la bienvenida a las nuevas ideas religiosas creando la primera iglesia protestante en 1560. Pero, al ser declarada esta nueva religión como herejía, ocasionara durante los años 1569 a 1598  unas sangrientas luchas de religión en toda la región.
La terrible guerra civil, que implica a todas las aldeas del Tarn en uno u otro bando, termina con la publicación del edicto de Nantes. Edicto promulgado por Enrique IV en el que se reconoce la libertad de conciencia.
Con la muerte Enrique IV se reanuda la guerra civil. Luis XIII influenciado por el Cardenal Richelieu y posteriormente con Luis XIV se eliminaron los lugares de culto protestantes y sus murallas fueron derruidas.
Con la revocación del Edicto de Nantes por Luis XIV con su lema de "una sola fe- una ley- un único rey" se prohibió el culto protestante y los protestantes muertos son desenterrados de los cementerios y vueltos a enterrar en las fincas privadas de familiares. Por el paseo que estaba realizando se vislumbran alguna de estas tumbas en lo que ahora son jardines de la población.
Sin embargo los habitantes del Cévennes, siendo de carácter obstinado, mantuvieron el culto clandestino originando una fuerte represión católica y la respuesta protestante con la revuelta de los Camisards... de la que hablare más tarde visitando la población de Le Pont de Montvert que fue origen de esta revuelta.
Mientras, gozaba del paseo por sus animadas plazas y callejuelas, de una arquitectura escueta y campesina. Disfrutaba de sus arroyos de manantial a la vez que en la oficina de turismo localizaba mapas de la zona, visitaba alguna librería para ver rutas y planos de montaña.
Y recorriendo sus pasajes llegué a la colina donde se ubica el castillo de Florac, lugar donde se encuentra el centro de interpretación de Los Cévennes. Pernocté en la agradable área de AC y al día siguiente marché a visitar la Corniche des Cévennes.

CORNICHE DES CÉVENNES

La ruta denominada "Corniche des Cévennes" une las poblaciones de Florac y St-Jean-du-Gard, que se encuentra  a 52 km de distancia. La carretera fue construida a principios del s.18 por las tropas de Luis XIV, durante las guerras de religión, para permitir un acceso rápido y seguro en esta tierra de gargantas propicias a las emboscadas. La ruta, al discurrir por una cresta,  posibilitaba una amplia panorámica del entorno que evitaba sorpresas, dominio sobre los valles, facilidad para el movimiento de tropas y de penetración rápida  al corazón del Cévennes para someter a las poblaciones protestantes (lo relatado en la visita a Florac).
Esta antigua carretera militar, sin asfaltar hasta los años 60, se vende como un atractivo turístico del Cévennes. Saliendo de Florac por la D907 y siguiendo la señalización de la Corniche o St Jean du Gard remonté el valle du Tarnon (uno de los arroyos de Florac) al pie de las laderas de la Cause Méjean. La primera población que hallé es St-Laurent de Tréves al pie de un promontorio rocoso, en este lugar la guía me indicaba que se encuentran huellas de dinosaurios pero no las localicé. En cambio, en la búsqueda de estas huellas, trepé a una colina que me ofreció una encantadora perspectiva sobre las tres Causses que me han acompañado durante el recorrido del Tarn. La Cause Noir, la Méjean, la Sauveterre y también los montes de Aigoual y Lozere.
La ruta continuaba, serpenteando sobre los valles, con espaciosas y abiertas vistas  a ambos lados de la carretera. Desde el vehículo contemplaba el sosiego que recorría los páramos naturales, bosques que parecían poseer el extraordinario don de la soledad. Panoramas que eran un placer de hermoso paisaje de naturaleza en una zona tranquila y verde. El tráfico que encontré era poco o nulo y la carretera discurría por una amplia meseta de hermosas praderas barridas por los vientos que se abrían a grandes abismos llenos de silencio. A lo largo de la ruta no había poblaciones debido a lo expuesto de la climatología.
En el Col du Rey, en un paisaje salvaje de landas contorneadas de rocas,  se encuentra el lugar donde cientos de "Les Camisards" se agruparon para enfrentarse al ejército real el 23 de septiembre de 1689 en Florac. Un intento que fracaso pero que sirvió de anuncio a una nueva rebelión armada por la libertad de conciencia (en la próxima población comentare este hecho).
En el Col des Faisses me detuve para contemplar otra bella panorámica del Cévennes y un poco más adelante encontré un parquin con una tabla panorámica desde donde  la vista era magnífica. Divisaba el Mont Lozere,  la Valle Francaise y el macizo de L'Aigoual.
La cresta continuaba, siempre horizontal, con impresionantes paisajes a los valles donde aparecían pequeñas granjas aisladas. Poco antes de que la carretera inicie el descenso retorné por la misma cresta a Florac.

LE PONT DE MONTVERT

Desde Florac una bonita carretera de montaña avanzaba, en el alto valle del Tarn, por un estrecho corte practicado en la montaña. Lejos de Les Grandes Causses, los acantilados desaparecían dando lugar a un Tarn resaltado por un precioso horizonte. La vista se abría, en una gran extensión de paisaje, permitiéndome contemplar una gran perspectiva de cielos azules; bajo los que yacen las altas cumbres, de verdes intensos, del macizo de los Cevennes y Les Grandes Causses.
Viajaba por las estribaciones del Mont Lozère seducido por preciosas imágenes de prados y grandes extensiones de bosques; siempre acompañado por la sinuosa línea de un escuálido Tarn, ahora más semejante a un arroyo de montaña. El Tarn, sin las constricciones de acantilados, discurría libremente al borde de bonitos campos, suaves meandros que dotaban de perspectiva un recorrido silencioso, suave y tranquilo.
La soledad de este lugar era impresionante, las cayac y los turistas han desaparecido y solo alguna familia disfrutaba de esta serenidad en pequeñas ensenadas desiertas. Realicé pequeñas paradas para disfrutar de estos magníficos paisajes y admirar estos amplios horizontes que me rodeaban.
El Tarn desaparecía en un boscoso valle, al pie de las laderas del Mont Lozère, solo escuchaba como se rompía en pequeñas cascadas salvajes. Pasado este tupido bosque aparecieron las primeras casas de la aldea de Le Pont de Montvert.
Situada a los pies de la vertiente sur del Mont Lozère a 878 metros de altitud y próximo a las fuentes del Tarn, el Pont de Montvert es la primera población bañada por el Tarn. Los arroyos y canales que lo atraviesan forman parte del encanto de esta aldea.
Caminaba por sus empinadas callejuelas, calles estrechas, pasajes bajo bóvedas, callejas de desvencijados adoquines   que desaparecían en prados, huertas y campos frutales, o simplemente se transforman en senderos de montaña. Exploré la aldea acompañado del granito gris de las altas casas que ocupan ambas orillas del Tarn. El río se hallaba repleto de rocas, arbustos o hierbas que reducían su cauce a pequeños charcos de agua donde una capa de líquenes enturbiaba su superficie.
En definitiva, Le Pont de Montvert se trata de una aldea de montaña que con sus caseríos da testimonio de la arquitectura típica de antaño y que ofrece un entorno con una gran variedad de bellos paisajes.
El centro del pueblo está dominado por su puente de piedra con su torre del reloj en un extremo. Y en la que se concentra la mayor actividad, con su pequeña plaza utilizada para el mercado con los productos típicos de esta tierra, junto a terrazas, restaurantes y pequeños comercios.
En la oficina de turismo se organizan actividades de randonnes por estos montes con un guía que te informa de su historia, características, fauna y flora.
El puente de piedra del s.XVII, que atraviesa el Tarn, junto a una pequeña torre de piedra que en su día sirvió de casa de peaje, son la imagen más característica de la población. Siendo esta torre la memoria de la revuelta de "Les Camisards".
En 1702 el abate Du Chayla (sacerdote nombrado por la corona para reconvertir a los contumaces protestantes rebelados contra la revocación del Edicto de Nantes) instaló en este edificio una cámara de tortura para persuadir a los recalcitrantes. Enfurecidos por esta brutalidad, unos cuantos protestantes encabezados por Esprit Séguier (capturado y muerto tiempo después) asaltaron el lugar y mataron al abate un 23 de Julio.
Las represalias fueron terribles, se pasó por las armas a 12.000 Camisards (nombre que evocaba a los largos sayones que llevaban los combatientes como uniformes) y que tras una larga serie de batallas sin piedad y que no terminaron sino con la captura de los últimos líderes en 1705. Los que no fueron ejecutados, terminaron sus días en galeras y las mujeres, condenadas de por vida en la Tour Constance de la ciudadela de Aigues Mortes.
Presenciaba a numerosos grupos de montañeros, que partiendo de este lugar, ascendían a las cumbres del Mont Lozere. Otros llegaban como etapa de un largo camino, emulando al escritor Robert Louis Stevenson, que en 1878 acompañado de un burro recorrió este itinerario entre le Puy y St-Jean-du-Gard por la corniche del Cevennes. La aldea recuerda este hecho. Al marcharme de esta aldea, me despedí del Tarn, compañero de esta parte del viaje. Ahora comenzare una ruta en torno al Mont Lozère, pero será en el siguiente capítulo.

ION LUZEA

4 Atravesando Le Mont Lozère visito: La Garde Guerin, Castanet, un treking a la cima del Finiels 1699 mts, Mende y Marvejols. Por las tierras de Peyre explorando: la aldea de Le Malzieu y la bestia de Gévaudan. De ruta al río Lot sorprendiéndome con: Le Monastier, La Conourgue - entrando en el Aveyron y recorriendo el valle del Lot visitando  Saint-Geniez-D'Olt.


LA GARDE GUERIN


Le Mont Lozère es un caos granítico con inmensos prados de altura salpicados de pueblos diminutos de típica arquitectura. Granjas aisladas erigidas con un granito recubierto por la pátina del tiempo, densos bosques y pintorescos pantanos. Es nacimiento de ríos caprichosos y majestuosos como el Tarn y el Lot cuyas aguas mueren en el Atlántico, o el más discreto Ceze que desemboca en el Ródano.
Un lugar de bosques, fuentes y arroyos, crestas peladas y amplios espacios de paisajes salvajes y protegidos que albergan una flora y fauna rica y variada. Valores suficientes para ser declarado por la UNESCO reserva mundial de la Biosfera.
Al poco de salir de Le Pont de Montvert perdí de vista el Tarn y remontaba el valle de Luech por una carretera de alta montaña. Los amplios horizontes fueron ocultados por tupidos bosques, entre los que se vislumbraban pequeñas y vetustas aldeas.
En la población de Génolhac, acondicionada para los deportes de invierno, abandoné por mi izquierda la carretera directa a Villefort para realizar un pequeño rodeo por una carretera más panorámica. Alcancé el Belvédère des Bouzès a 1235 metros de altura; en este lugar el terreno se hallaba despejado de árboles y el punto panorámico me permitía contemplar, entre suaves colinas y valles, un lejano horizonte sobre las tierras del Gard. Continué por esta silenciosa y tranquila carretera confinada entre hayedos, abetos, castaños y robles, junto a brezos y escasos prados.

Dejando el desvió a la estación de deportes invernales de Mas de la Barque, proseguí al panorama de Pré de la Dame. Desde este lugar obtuve una bonita vista del alto valle de la Céze, cuyo río desemboca en el Ródano. El paisaje era precioso y la calma absoluta, se escuchaba el peculiar silencio de la naturaleza. Las colinas herbosas y los frondosos bosques se extendían por el horizonte como una alfombra verde y abultada.
Abandonando Pré de la Dame franqueaba grandes y escarpados bloques graníticos y, bajando la pendiente, resaltaba en el horizonte la silueta de los Alpes velada por la calima. Llegué a la planicie desde donde descubría los valles de la Borne y de Chassezac, que me acompañaran en la subida a la aldea de La Garde Guérin. Los campos se proyectan en terrazas de cultivos y aparecían las primeras granjas que me señalaban la llegada a Villefort.
A la salida de esta población apareció el Lac de Villefort. Una enorme presa hidroeléctrica y un hermoso lago entre montañas con un excelente entorno tranquilo y sereno; de un encantador contraste de la masa de agua rodeada de un paisaje de alta montaña. Había una pequeña playa de fina arena, agua limpia, trasparente, botes he instalaciones turísticas. El lugar me sugería realizar un alto para refrescarme y descansar,  ya que el calor de la tarde era inmenso, pero me invadió la sensación de exquisitez e intenso bienestar ante la idea de que estaba a punto de descubrir algo memorable y continué a la próxima La Garde Guérin.
Dejé a mi izquierda el cruce de Mende e inicié la subida a la aldea, a mi izquierda tenía el panorama refrescante del lago y a mi derecha se abrían los barrancos y cañones de Chassezac, ofreciéndome ese estupendo contraste de paisaje entre calmoso y abrupto. Y acompañado de esta bella diversidad llegué a La Garde Guérin.
La Garde-Guérin irrumpió encaramada, a 860 metros de altura, sobre una meseta rocosa en las elevaciones del lago Villefort y emplazada en un entorno excepcional, rudo e indómito, junto al paraje salvaje de las gargantas de Chassezac.
Atravesando una de las antiguas puertas de la muralla me adentré en la aldea fortificada. En seguida me hechizó los restos del castillo y un alto torreón que dominaba todo el paisaje. Al principio la escalera de caracol subía fácilmente los 21 metros de altura, pero... justo el último tramo desaparecía y tenía que trepar metiendo los pies en unos pequeños agujeros abiertos en la piedra, y apoyándome en la trampilla accedí al exterior.
La vista era grandiosa y de una vibrante naturaleza saturada de cambiantes gamas de verdes, perfilados por variedades de formaciones, en la que coexistían suaves y apacibles prados junto a salvajes terrenos graníticos desgarrados por milenios de erosión.
Desde esta atalaya del s.XII, disfrutaba de una perspectiva esplendida de los tejados de lajas bañadas por la luz del sol y el juego de brillos y sombras de las calles de esta minúscula aldea asentada al borde del barranco de Les Gorgues de Chassezac. El resto del paisaje se extendía en un manto de parcelas de cultivos, así como pastos para el ganado. Los bosques llenaban todo el horizonte, desde la mole maciza de Le Mont Lozere hasta las tierras del Ardéche... y a lo lejos... destacaba la cumbre blanca del Mont Ventoux en la Provence.
El tiempo era extraordinario, brillaba el sol sobre un resplandeciente cielo azul, caldeando esta bella tarde sin una pequeñísima brisa. Todo era sol, nada se movía y el sudor me caía por la frente, me resbalaba por los brazos, la presión de la mochila me pegaba la ropa a la espalda y la cámara de fotos estaba bañada de mi transpiración.
La población, aparece en el s.XII por petición del obispo de Mende, en la necesidad de crear un puesto fronterizo defendido por una guarnición encargada de la seguridad y cobro de peajes de los viajeros, peregrinos o mercaderes que se dirigían desde el macizo central al Mediterráneo. De ahí su nombre inicial de La Garde, el nombre de Guérin no se le añade hasta 1298.
Durante las guerras de los cien años y las de religión la aldea fue quemada en varias ocasiones. De aquella época solo subsisten los restos del castillo y la iglesia románica de St. Michel, siendo el pueblo reconstruido entre los años 1595 y 1597.
Después de gozar del paisaje desde lo alto del torreón, abordé el descenso con la intención de descubrir esta preciosa aldea que forma parte de la selecta comunidad de "Les Plus Beaux Villages de France". Descubrí un pueblo detenido en el tiempo; paseaba entre callejones adoquinados ceñidos por encantadoras fachadas de sillares de piedra de admirable manufactura. Todo ofrecía una impresión de pulcritud y una armonía especial.
Este inaudito y hermoso pueblo medieval posee un especial carácter montañés, con unos 30 antiguos y estupendamente rehabilitados caserones, en algunos percibí que conservaban su fecha de construcción del s.XVI.
La Garde Guérin se encuentra cercada por la vieja fortificación, que fusiona e integra la aldea con los campos que la circundan. Unificando de una forma estupenda el alma de la vieja piedra tallada con la imagen de la naturaleza de los suaves prados y la salvaje de las gargantas.
Detrás de la torre hay un prado con un murete en su extremo; desde aquí se revelaba una impresionante vista del abismo de las Gorgues de Chassezad, con más de 400 metros de profundidad, y cuyo río del mismo nombre y afluente del Ardèche esculpió hace millones de años.
Para observar mejor esta extensión salvaje conduje hasta el "Belvédère du Chasseazac" que se encuentra a poca distancia de La Garde Guéri. Alcancé  la señalización del parquin del Belvédère du Chassezac y caminado por un sendero llegué al mirador desde donde se admiraba este impresionante paisaje.
Una salvaje zona caótica, de rocas y cascadas de agua, que caen al fondo del valle formando un estrecho barranco en cuyo fondo fluye con ímpetu el Chassezac. El lugar se hallaba dispuesto con pasarelas y escaleras que ofrecían recorrer la zona y examinar la estratégica posición que ocupa  La Garde Guérin, asomándose a este barranco.
El sol caía sobre el horizonte y las sombras se alargaban... ese momento mágico del ocaso del sol. Me encontraba solo en esta inmensidad, únicamente percibía el ruido del agua redoblando, como un eco, en las paredes del barranco. Con el atardecer aumentó el calor y el inexistente viento no refrescaba el lugar y regresé a la aldea para admirar la despedida del día entre tonalidades naranjas y rojizas.
La Garde Guérin me mostraba una escena nocturna, solo iluminada por los haces de luz que desprendían unas dispersas farolas, me acosté sobre el césped seco y aun ardiente próximo al torreón. A mí alrededor cantaban los grillos, y sobre mí las estrellas brillaban en el firmamento. Y entonces olvidé las preocupaciones, los miedos y la ansiedad, era como si la tensión de los últimos meses por fin hubiera desaparecido... y me quede dormido.

CASTANET

Desperté con un precioso amanecer, donde las sombras comenzaban a dejar paso a un juego de luces, donde los primeros rayos solares jugaban con los perfiles de las montañas. A una noche cálida le siguió un día caluroso, y de camino al parquin recorrí por última vez la aldea. Un brillante cielo se elevaba por encima de unos callejones aun en penumbra y este  luminoso amanecer me tonificó para empezar otro nuevo día. Tenía previsto subir a lo más alto del Lozère.
Descendí al lago para tomar la carretera de Mende... y al traspasar el puente que cruza el lago, disfruté de otra bella vista. En estas tempranas horas el embalse se hallaba solitario, lo que le dotaba de cierto aire de naturalidad. La deleitable combinación de verde y azul, bosque y agua, luces y sombras.
En la calma indiferente del lago, en la quietud del bosque y envuelta con paraje frondoso, asomó como una ilusión la bella doble imagen de Castanet reflejada en la quietud del lago. Rodeada de pequeñas islas, penínsulas arboladas, los prados exquisitos y la pulcritud del entorno característico paisaje francés, limpieza, respeto, cariño, cuidado y buen gusto por su vivienda, su pueblo y su hábitat.
Los muros del castillo, recientemente remodelado, brillaban al sol con una blancura extrema y me cautivaban gracias a su absoluta sencillez y la especial ubicación al borde del lago.
El castillo data del s.XIII, pero es a partir del 1578 cuando se realizan sucesivas y profundas transformaciones para convertirlo en mansión residencial. Consta de un cuadrilátero de granito flanqueado de tres torres truncadas y todo cubierto de techumbre.
La pequeña fortificación se localizaba en un entorno tranquilo y hermoso con un cuidado césped y alguna zona de picnic. Había algunos paseos, por senderos bajo los castaños, que acordonaban las frondosas márgenes del lago (Castanet significa castaña en lengua occitana) en absoluta soledad, silencio y recogimiento. Los pájaros cantaban con el nuevo día, y junto al  agua el aire era más fresco.
Atravesando la carretera llegué a la aldea que se ubicaba en una empinada ladera saturada de exuberantes bosques. El poblado de, típica construcción funcional y sólida, es otro bello ejemplo del estilo conservacionista del francés por su patrimonio. No hay viviendas abandonadas ni ruinosas y atesoraba el encanto de bella naturalidad con callejuelas toscamente empedradas, fuentes, muros austeros y tejados de losas o pizarra. Desde lo alto de la población se contemplaba una bonita imagen sobre el lago y su entorno.

MONT LOZÈRE - SOMMET DE FINIELS 1699 mts

La carretera remontaba el valle, por donde fluye el río Altier que alimenta el pantano de Villefort; perdí de vista el horizonte ya que la carretera se adentró en una zona muy boscosa que me ocultaba la visión del valle.
Mas allí, apenas visible por los tupidos bosques, asomó a la izquierda las bellas torres del castillo de Champ del s.XV. Ganando altura el paisaje cambiaba y la carretera se encontraba flanqueada de amplios prados que ofrecían una soberbia vista sobre las colinas del Lozère.
En el col des Tribes, a 1131 metros de altitud, finalizaba el valle del Altier y descubrí un arroyo de montaña, era el incipiente fluir del Lot. Río que será  una encantadora compañía en las posteriores etapas del viaje.
Dejé la carretera que lleva a Mende en "Le Bleymard" y siguiendo la señalización del Col de Finiels o Pont de Montvert llegué a un lugar conocido como "Chalet du Mont Lozère".
Aparecía rodeado de jóvenes abetos, un alberge-hotel he infraestructuras para senderistas o paseos a caballo y que en invierno se trasforma en estación de Ski de fondo. En este lugar había un gran parquin rodeado de extensos prados y zonas naturales.
Con la primera vista sentía el inmenso gozo que precede a las grandes alegrías, me embargaba la ilusión de la fácil subida a la cumbre del Finiels.
Dejado el parquin, y a la izquierda de la carretera que lleva al Col de Finiels, emprendí la subida por una pista herbosa que se encontraba flanqueada de fragantes abetos y que parecía acondicionada para actividades invernales de Ski.
Descubrí un sendero estupendamente balizado y señalizado. Sin ninguna dificultad la senda subía entre manchas de hierba, landas de retamas y bonitos brezos Alpinos que me embargaban de perfumes, a la vez que la vista se colmaba de esplendidas imágenes del horizonte. Una hilera de grandes piedras plantadas verticalmente, similares a los menhires, delinean el itinerario rodeado de grandes praderas de alta montaña; entre un paisaje sorprendente a la vez que relajante.
Era un camino amplio y directo que cruzaba grandes prados de pastos salpicados de rebaños de ovejas, muy típico del Mont Lozère; al llegar a la cresta disfruté de una estupenda vista de los relieves circundantes. Ya solo queda remontar la cresta siguiendo la huella del sendero entre turberas, pastos, el aroma del campo y los brezos... contemplando las vistas bajo el soberbio cielo azul de un día estupendo, inmejorable, perfecto... que me permitía disfrutar al máximo de esta fácil ascensión.
El Mont Lozère es un paraíso para los excursionistas, siendo la cumbre del Finiels la más alta del Cevennes. Su cima presentaba una gran meseta herbosa bajo un inmenso horizonte de cielo azul. El paisaje que se extendía, tornándose de verde pajizo a verdes intensos, en el horizonte y las oscuras formas de los bosques o las lomas de las suaves colinas se desvanecían en pequeños valles de campos fértiles en medio de un mar infinito de densos bosques. Unas mesas de orientación me ayudaban a reconocer las imágenes que aparecían en la lejanía.
Me tendí sobre la tierra, tamizada de hierba o paja, y cerré los ojos. Me dejé envolver del intenso aroma de las plantas silvestres, de los perfumes de retamas que impregnaba el lugar... y sentí una libertad sin límites.


MENDE

Después de este paseo, a lo más alto del Lozère, continué el viaje hacia Mende. La carretera atravesaba un valle encajonado entre desfiladeros rocosos y boscosos, por donde fluía el río Lot, y me llevaba a la capital del Lozère, Mende.
El área de AC se encuentra detrás de un centro comercial y al borde del Lot. Las aguas caían por una represa en un relajante borboteo que impregnaba de humedad y frescor el aire seco y caliente de otro ardiente día. Me aproximé al Pont Notre-Dame del s.XIV, que con su gran arco central, permite el libre discurrir del Lot en las embestidas violentas de las inundaciones. Desde el puente gocé del paisaje de sus orillas y de la experiencia de traspasar su primer puente histórico (le Lot, viejo conocido mío, al que he cruzado muchos de sus más importantes puentes, y en este viaje, visitare alguno más).
El área de AC y el puente están muy próximos al centro histórico de Mende, y desde este lugar en un breve paseo llegué a la catedral que se alza majestuosa dominando, con sus campanarios desiguales, una amplia plaza.
La catedral fue construida a partir de 1368 a petición del Papa Urbano V (el que he conocido visitando el Tarn) y una escultura suya le rememora a la entrada del recinto. En 1579, durante las guerras de religión, Mende fue ocupada durante dos años por las tropas hugonotes, durante este periodo la catedral sufrió grandes destrozos, siendo rehabilitada a partir del 1600.
Huyendo, del fuerte calor que ahoga la plaza, entré en este imponente monumento y en cuanto atravesé el umbral me colmo el ambiente fresco de su oscuro interior. Era sobrecogedor entrar en aquella pobremente iluminada construcción. Penumbra que no permitía ver con detalle las obras maestras que alberga.
Estaba lo suficientemente oscuro como para contener un ligero halo de misterio... crear un ambiente relajante, una atmosfera de dulce y silenciosa de recogimiento que me estímulo a sentarme y reposar. Solo se escuchaban silenciosos pasos de visitantes y suaves murmullos de conversaciones.
Alrededor de la catedral partían numerosas callejuelas que me adentraban en el casco histórico. Paseaba, bajo el tórrido sol y buscando la sombra, entre callejones empedrados, callejas extraordinariamente estrechas y rodeadas de viejas casas centenarias. Había pequeñas plazas con numerosas fuentes que humedecían y refrescaban el bochornoso ambiente... cálido y seco de este día.
En las calles, que por su amplitud se asemejaban a pequeños bulevares, encontré mucha actividad comercial y eran  excelentes para los amantes del shopping. Numerosas pequeñas tiendas y comercios, restaurantes y terrazas ocupaban calles y plazas.
Mende tenía un cierto encanto provinciano, un ambiente de pueblo y una atmosfera tranquila; es un casco histórico pequeño que se visita rápidamente.
Paseando por sus calles, y a la sombra de sus edificios, localicé algún resto de su antigua historia como la torre de los Penitentes. Un torreón vestigio de las antiguas murallas, hoy desaparecidas, que protegieron a la ciudad durante los violentos episodios de la guerra de los cien años.
Después de este tranquilo paseo y una apacible pernocta, llené el depósito de gasoil (hay numerosos centros comerciales con gasoil a buen precio, y las próximas etapas serán por pequeños núcleos rurales) y continué viaje hacia las tierras de Geuvadan, Aubrac y la Margueride, siguiendo el curso del río Lot.
                     

MARVEJOLS

Marvejols se encuentra situada a 640 metros de altura en un bonito valle en la orilla derecha de La Colagne, un río que nace en las altas  planicies de Gévaudan y se une al Lot, un poco más adelante. A los atractivos de la ciudad, se les incorpora los alrededores que invitan a realizar excursiones por territorios pintorescos y salvajemente naturales como son las tierras de Aubrac y la Margeride. Comarcas  que colindan al Este y al Oeste con las tierras de Gévaudan.
Traspasando la puerta fortificada de Souveyran del s.XVII, situada bajo la protección de la imponente mole de sus gruesas torres redondas, entré en la ciudad medieval. Siguiendo unos medallones (con la imagen tallada de Enrique IV, embutidos en el suelo y con un folleto conseguido en la oficina de turismo), la ciudad me guiaba a través de su historia. Al tiempo que descubría sus estrechas calles y sus antiguas casas.
En el 1307 el rey Felipe el hermoso (el que extermino a los templarios) la convirtió en villa real declarándola la capital del Gévaudan. Fortificada durante la guerra de los cien años, sus murallas se enfrentaron a los ingleses, defendiendo esta ciudad como posesión francesa. 
Posteriormente la villa apoyo la causa del líder hugonote, Enrique de Navarra en el s.XVI, convirtiéndose al protestantismo.
Durante la guerra, entre los católicos de Enrique III rey de Francia, y los hugonotes de Enrique Rey de Navarra, la comarca del Gévaudan vivió terribles enfrentamientos. Siendo la ciudad sitiada, saqueada, incendiada y los ¾ de su población asesinada y sus murallas derruidas.
Después de su huida de Paris, donde había estado preso, Enrique de Navarra lidera la lucha contra el ejército católico al que derrota. Retorna a Paris, esta vez para ser coronado Rey de Francia, con el nombre de Enrique IV. Primer rey Borbón (el que según cuenta la leyenda dejo la frase "Paris bien vale una misa").
Este Rey agradeció, a la ciudad mártir el sacrificio por su causa, ayudándola en su reconstrucción. Hoy la ciudad le homenajea con estos medallones, su nombre en alguna calle y esculturas.
Recorría su pequeño casco histórico, delimitado por las tres puertas medievales que aún se conservan. Discurría por rectos boulevares y encerradas plazas, descubriendo hermosas fachadas renacentistas del sXVII. Saliendo de las amplias avenidas me introduje en estrechos callejones, de aspecto medieval, donde las edificaciones me revelaban el lado más natural de la ciudad, con sus fachadas desconchadas, desvelando las cicatrices el transcurso del tiempo.

LE MALZIEU, las tierras de Peyre y la Bestia de Gévaudan

Marché de la ciudad siguiendo el valle de la Colàgne. Recuerdo al lector que me estaba desplazando sin GPS ni copiloto, ya que viajaba solo, por lo que tenía la difícil tarea de orientarme con el mapa a la vez que conducía  por las extrañas tierras de Gèvaudan.
Buscaba las señales que me llevasen a la aldea de St Leger de Peyre (aldea que debía atravesar para llegar a la Roc de Peyre) dejando la carretera principal y entrando en un laberinto de pequeñas carreteras. Conducía por una zona caótica de grandes bloques de granito erosionados por el tiempo; la carretera se incrustaba en las gargantas del río Crueize y atravesaba lugares con sugerentes nombres como el valle del infierno.
Subiendo fuertes pendientes llegué a la alta planicie de Peyre y el paisaje cambió, se abrieron exuberantes bosques junto a brezales y prados. Las carreteras se entrecruzaban, pero en todas encontraba el cartel informativo que me llevaría a la Roc de Peyre.
El lugar por el que conducía es un remanso de paz, un lugar de silencios, susurros... setos y muros de piedra, campos llenos de florecillas silvestres y vacas... y se percibía un olor a estiércol y animales. Y de repente, sobre las copas de los árboles, percibí asomarse una gran cruz blanca sobre una colina.
En el parquin acondicionado de la Roc de Peyre comenzaba un breve, pero empinado sendero, que me llevaba a lo alto de este pitón volcánico situado a 1.179 metros de altura. Al alcanzar la cima inmediatamente fui recompensado con una gran panorámica y una ligera sensación de estar flotando...
Una vista, de magia cautivadora, por su amplitud de horizontes y la belleza de un paisaje de colinas, montes, bosques y prados en una variedad infinita de tonos verdes. En las lejanía descubría las tierras de Aubrac, La Margeride, le Plomb du Cantal en Auvernia, L'Aigoual y les Causses.
Sobre esta roca estuvo situado el castillo de la baronía de Peyre, uno de los más poderosos de Gévaudan. Este castillo, que era considerado inexpugnable, fue destruido durante las guerras de religión del s.XVI por las tropas católicas, con tal brutalidad que hoy no queda ningún resto de la fortaleza. Solo las paredes rocosas verticales que rodean el lugar y la grandiosa visión que se divisaba desde esta roca, me hacía comprender la situación estratégica del desaparecido castillo.
Marché de este lugar buscando, entre los diferentes caminos, la señal que me llevase a la aldea de Le Malzieu. Como en la subida, la bajada la realicé entre extensos bosques de hayas y pinos silvestres, entre los que aparecían amplios prados salpicados de arroyos, fuentes y resplandecientes manantiales que brotaban desde los bosques. El olor, húmedo y familiar del suelo, penetraba en el vehículo a través de las ventanillas bajadas. La frondosidad oscurecía el cielo y me resguardaba, con su sombra, de los rayos del inclemente sol.
Alcancé la carretera de Mende y descendiendo se abrió ante mí, el panorama de la gran planicie de Gévaudan. Al fondo, como si de un decorado se tratara, se hallaba la bonita aldea de Le Malzieu. Rodeada de fértiles campos y prados regados por la sinuosa banda plateada del río La Truyère (río que nace en la Margeride y que después de rodear las tierras de Aubrac se une al Lot en la población de Entraygues, lugar visitare en este viaje).
Le Malzieu es una ciudad medieval del s.XIII, situada en el corazón de la alta Margeride y en el mismo centro de la región de Gévaudan y a 860 metros de altura, en los límites de la Lozère con la región de Auvernia.
La aldea se ubicaba en un entorno rural, de hermosos bosques y verde naturaleza bañada por La Truyère, por lo recibe el nombre de la Perle de la Vallée.
A mi llegada, fui recibido por sus  murallas con unas alturas de 8 a 10 m, y flanqueada de macizas torres que fueron erigidas en los s.XI al s.XIII. La muralla, que delimita la ciudad medieval, conserva muchos tramos y vestigios de los antiguos lienzos de sus muros, junto a restos del desaparecido foso.
Las antiguas murallas se han transformado en solidas viviendas, que asemejan baluartes, y en otros puntos las ventanas de las viviendas se han abierto camino en los antiguos lienzos defensivos.
Entrando por la antigua puerta de Saugues, que conserva sus dispositivos de defensa, visitaba este pueblo medieval que ha sido capaz de conservar un patrimonio arquitectónico exquisitamente cuidado y conservado. Recorría sus encantadoras calles con el alivio que me producía la sombra de sus aleros y la protección de sus casas ante el impetuoso sol.
En el s.XVII la peste asolo Le Malzieu y provoco la muerte del 80% de su población, para evitar su propagación se prendió fuego a las casas afectadas por la plaga y el fuego se generalizo arrasando una gran parte de la ciudad.
La ciudad se reconstruyo con la ayuda de albañiles italianos que dotaron de una particularidad arquitectónica original y única a la ciudad. El recorrido por sus encantadoras calles me permitía apreciar sus fachadas de ventanales y portones de extraordinaria creación.
En este deambular descubrí la "Tour de L'horloge", el antiguo torreón del desaparecido castillo. Pasaba por la Place La Rozière, con su antiguo convento y el adarve que bordea el antiguo camino de ronda de las murallas.
El camino a Compostela, que viene del Puy, atraviesa este lugar (como atestigua las numerosas conchas esculpidas en la pared de la iglesia) en dirección a las aisladas tierras de Aubrac. Para vadear el Lot por el puente gótico de Espalion, en su camino a la increíble aldea de  Conques.

LA LEGENDA DE LA BÊTE DU GÉVAUDAN - Como recuerda esta población, con un museo dedicado a este hecho. Le Malzieu fue el epicentro de una historia, que amplificada por la prensa sensacionalista de la época, tuvo alarmada a toda Francia y a la propia corte en Paris que envió las tropas reales en busca de tan misterioso animal.
La comarca de Le Malzieu aporto una docena de muertos, a la larga lista de más de 100 víctimas, en la región de Gévaudan. Un amplio territorio que ocupa parte de la Lozère, el Cantal y el Haute Loire en Auvernia.
El 30 de junio de 1764 Jeanne Boulet, una joven de 14 años que cuidaba del ganado a plena luz del día, es atacada por un animal. Esta muerte es la primera de una larga serie marcada por más de tres años de masacres.
La "Bête du Gévaudan" supero rápidamente a todas las noticias de la época, al punto de lograr la movilización de las tropas reales y dar lugar a toda clase de rumores tanto sobre su naturaleza. Vista por todos como un lobo, un animal exótico, un monstruo, o la implicación humana como un hombre lobo o un asesino sexual.
Relatos de testigos no reconocieron a este animal como un lobo, sino que lo denominaban directamente con el término bestia. La "Bête" en lengua occitana, ya que como hombres del campo, conocedores de la fisonomía de los lobos, no distinguieron a la Bestia como tal. Les resultaba un animal desconocido y exótico que nunca habían visto antes.
También, sugieren los testigos, la invulnerabilidad de esta Bestia a las armas de fuego, al ser alcanzada por los disparos y no caer. Asimismo se le atribuye el poder de estar en varios lugares con varios kilómetros de distancia (la región que abarca las tierras de Gèvaudan es muy extensa).
Además hablan de la audacia de la Bestia de atacar en plena ciudad a la luz del día. Y narran a una Bestia muy agresiva y ágil, que no siempre mataba por hambre, y que tenía la habilidad de saltar por paredes o penetrar en haciendas protegidas.
Numerosas conjeturas surgieron entonces, y aun hoy, se especula sobre este hecho. Una teoría de que era un lobo especialmente agresivo y que, contrario a los hábitos de su especie, actuase en solitario. Otra teoría es que se tratase de un animal lejano, exótico y salvaje escapado de algún espectáculo de circo que recorrían en carreta los caminos de población en población.
Otras hipótesis hablan de la intervención humana, si no en todas, si en algunas de las víctimas. La de un asesino en serie sexual ya que las víctimas se trataban de mujeres y niñas, muchas de las cuales fueron encontradas desnudas,  decapitadas y con mutilaciones incongruentes con las realizadas por un animal. Siendo las mordeduras posteriores a su abandono.
Y otras teorías hablan de un complot de un noble de la región, que junto a un campesino, usaron a un perro que había sido adiestrado para la guerra (durante el s.XVI se adiestraban a perros para el combate contra las tropas enemigas. Se les lanzaba en manada protegidos con un blindaje de pieles de jabalí, una piel dura y tupida, que les defendía de las armas de fuego, lanzas o golpes de espada) según esta hipótesis, la bestia atacaba siempre acompañada de varias personas.
Esta última teoría, de un animal asesino por la intervención de los notables de la región con intención de debilitar el poder central de Paris, es el que se usa como argumento en la película de "Pacto de Lobos".
El 19 de Junio de 1767 fue abatido un gran lobo, que según la tradición, el animal matado sería la Bestia de Gévaudan, debido a que después de ésta fecha ninguna muerte le fue atribuida.
Este animal se trasladó a Paris y sus restos desaparecieron en un incendio. Hoy no queda ningún vestigio para su estudio al animal que se le señalo como la Bestia de Gévaudan.
Numerosos gravados, pinturas, esculturas o relatos... y su recuerdo, se divulga en todas las aldeas de la región, desde el sur de Auvernia al norte de la Lozére.
El sol resplandeciente en lo alto del cielo inició su ocaso con su luz cálida y dorada, las sombras se alargaban y los pocos comercios cerraron sus puertas. Opté pasar la noche en el parquin de esta tranquila y silenciosa población; pero el interior vehículo, aparcado al sol durante todo el día, era sofocante. Con rapidez me cambié de ropa, recogí algo para comer, un libro y salté al exterior con la cabeza perlada de sudor. Con agrado seleccioné disfrutar de aquella, bella y calurosa, noche en la calle.
Hallé un lugar tranquilo donde esperar el frescor del crepúsculo y me acomodé en una plaza recogida, solitaria y encantadora. De una fuente manaba un pequeño manantial de agua y el gorgoteo del agua rebotaba en las silenciosas paredes que envolvían la plaza. Introduje la cabeza debajo del caño, con lo que logré limpiar el sudor acumulado a lo largo del día. La sangre circulaba y estimulaba mis sentidos, abotargados por el fuerte calor.
Encontré un banco junto a la fuente y al lado de un parque  con  numerosos adornos florales, aromas y fragancias de las flores y brezos de lavanda me envolvían. Levanté la cabeza y contemplé las estrellas que esa noche salpicaban la bóveda del cielo.
Una vetusta farola lanzaba una suave luz amarillenta, dotando de calidez y magia a este lugar, que me permitió vivir un rato inolvidable hasta bien entrada la noche. De vuelta, anduve por calles desiertas, aparecía la sombra de algún gato o escuchaba el aullido de un perro... Tuve el recuerdo de la Bête... E imaginé sobre estos pueblos en la antigüedad, con sus callejuelas en total oscuridad...

LE MONASTIER

Al rayar el Alba el silencio era abrumador y tumbado en la cama escuchaba el canto del cuco, una maravillosa forma de despertar. La noche había sido demasiado corta... el amanecer llegó temprano, era Julio, y bajo un cielo totalmente despejado el sol se elevó en una vasta claridad, anunciando otro día caluroso.
De regreso a mi delirante viaje, ahora retornaba por la carretera de Marvejols, siguiendo las estribaciones de las tierras de Aubrac. Al poco apareció la señal que indicaba el Parc des loups du Gévaudan, un lugar donde residen en semilibertad numerosos lobos de diferentes países.
Alcancé otra vez Marvejols y volví a recorrer las puertas medievales, continuando por la orilla del  río La Colagne hacia el sur.
Al poco, llegué a la población de Le Monastier, situada en la margen derecha de La Colagne, y al borde de la carretera se elevaba una construcción románica de ejecución sencilla y arcaica. Estacioné el vehículo y salí a explorar este lugar, al que no tenía prevista la visita, y descubrí una bella arquitectura monacal.
Era un lugar considerado esencial, por ser una importante encrucijada de las rutas de comercio, comunicaciones y peregrinaje. En 1079 se terminó de construir el convento dedicado a San Salvador de Chirac y el oratorio se construyó entre el 1090 y 1095 como iglesia mayor del priorato.
En el s.XIV, Guillaume de Grimoard, futuro Papa Urbano V (del que he hablado en Mende y en el Tarn) hizo su noviciado en el monasterio de San Salvador, recibió los votos y las órdenes del sacerdocio.
Urbano V no olvidó a la tierra que le vio nacer, y así como realizó construcciones en el Tarn y Mende. También en "La Colagne" ayudo a la creación de fortificaciones como la de Marvejols y en la aldea de Le Monastier.
La guerra de los cien años irrumpió violentamente en tierras de Gèvaudan y la paz retornó con la división de la frontera entre las posesiones Inglesas y francesas en 1360, en la que se adjudica a los ingleses sus límites en la Rouergue (durante este viaje veré la bastida). Gévaudan se convierte en una tierra fronteriza donde dominaban las bandas de mercenarios, que sin un sueldo por la tregua, vivían de los saqueos.
Bajo un implacable sol realicé un bonito paseo del exterior, visitando su primitivo románico y su construcción de añeja piedra que formaba una amalgama de pintorescos contornos. Después ingresé en su interior, silencioso y fresco... muy fresco.
Estas pequeñas iglesias Románicas, en un paisaje rural, son lugares de paz que me producen un efecto de continuidad histórica, me trasportan al pasado, son inmutables en el tiempo.
Tienen la gracia de su recogimiento (al contrario de las grandes catedrales góticas) y su encanto reside en lo humano de sus medidas. Sus volúmenes provocaban un efecto tranquilizante, de aislamiento, de quietud. Los gruesos muros  y sus pequeños y oscuros ventanales me aislaban del exterior.
Sus formas puras suavizan y conmueven el alma...  y bajo el techo abovedado reinaba un silencio absoluto, tan intenso que solo oía el suave siseo de mi respiración.

LA CONOURGUE

El viaje continuaba siguiendo el curso del río La Colagne y, poco antes de alcanzar el río Lot, descubrí esta encantadora población. La Canourgue asomaba en pequeño valle del Lot cercado de cerrados bosques, lo que le confería un aspecto solitario que le ha permitido preservar su pintoresco patrimonio rodeado de un bonito paisaje de natural verdor.
Las aguas del Urugne se abrían paso a través de la población produciendo inundaciones con cierta frecuencia. Se perforaron túneles para desviar su curso principal, se construyeron diques y canales atravesando la aldea. Estos cauces fueron aprovechados para la producción de actividades industriales como molinos, tintoreros, lavanderías... y durante siglos la transformación de este paisajismo, de ramificaciones del Urugne, construyó la "pequeña Venecia del Lozére".
La población emergía del pasado en todo su esplendor y estos canales, alimentados por las limpias aguas del Urugne, le confieren un innegable e inusual encanto. Un agradable pueblo tranquilo cuya vida discurría a la misma velocidad del agua que fluye entre sus viviendas.
Me aproximé al centro de la villa en un bonito paseo. Atravesaba innumerables canales por los que fluía, en un suave murmullo, una limpia agua. El bochorno del calor era alejado por la húmeda frescura que emanaba de sus canales... sus muros, cubiertos de hiedra y musgo, transmitían el olor húmedo y familiar de las piedras de la salvaje naturaleza.
Una estrecha calle, flanqueada de setos y florestas y a la que se asomaban bellos jardines, zigzagueaba entre ambas orillas cruzando pequeños puentes bellamente decorados con flores de las que emanaban apasionantes fragancias silvestres. Por momentos el camino avanzaba a la sombra, en la oscuridad, por debajo de galerías de viviendas cuyos muros eran lamidos por las aguas del canal.
En la antigüedad estas viviendas poseían cada una su propio telar y en el mismo canal se limpiaban las lanas de las ovejas del Lozére. Se manufacturaban estupendos tejidos de lana, comercio que cayó en desuso con la introducción del algodón.
Estos canales han configurado la urbanización de la aldea. Los pequeños callejones peatonales seguían el curso laberintico de los canales, cuidadosamente limpios y bellamente decorados, con sencillas esculturas de piedras redondas y alambres que simulan aves acuáticas. Aparecían casas llenas de encanto, unas viviendas que me enseñaron un bonito hábitat rural estupendamente conservado.
Los canales, ya más parecidos a jardines zen, me condujeron por estrechos callejones a un centro histórico dominado por una encantadora plaza. La "Place au Blé"un conjunto que destacaba por su hermosura y la variedad de edificios, soportales, fachadas entramadas y la torre de la iglesia que sobresalía del conjunto.
Quede embaucado por el laberinto de sus callejones pavimentados y hermosas casas medievales de piedra, unas entramadas de madera y otras renacentistas. Los comercios de artesanía y de producción local, abrían sus puertas a las calles, en un intento de mantener las tradiciones intactas.
Estos típicos callejones, con sus sinuosas callejuelas y antiguas viviendas, estaban renovados de una forma inteligente, mostrando la originalidad de sus paredes, sin falsos revoques ni nuevas piedras. Sus calles me enseñaron el auténtico pasado rural de su gente trabajadora, un ejemplo de hábitat rural sabiamente conservado de una forma natural.
En la periferia la ciudad parecía fundirse con el paisaje y lo urbano se vinculaba con lo rural. Caminaba por senderos rodeados de antiguos muros semiderruidos que separaban las parcelas de los huertos, cultivos y prados. Campos alimentados por la abundancia de agua de los canales del Urugne. En el centro de la aldea había una pequeña colina, por la que ascendí entre callejones, y llegué a un lugar encantador y tranquilo,  donde se hallaba la torre de un reloj, y había unas bellas vistas de las casas circundantes.
Por último, y como despedida, coroné una colina cercana para contemplar una panorámica de La Canourgue. Era un emplazamiento natural de excepción, con una magia cautivadora en este salvaje y aislado lugar. Al marchar descubrí que en el centro de la localidad se ubicaba un área de AC.

SAINT-GENIEZ-D'OLT

Al salir de La Canourgue entré en el valle del Lot, cambiando de región. Abandoné la Lozère e irrumpí en el Aveyron y, en este lugar, el río Lot recobra su original nombre Occitano de Olt.
El Olt recorre las estribaciones Sur del macizo de Aubrac entre fértiles valles, vergeles naturales, viñedos y grandes bosques de pinos. El valle del Olt se hallaba inmerso en una tranquila serenidad privilegiada, placidez que impregnaba el ambiente de los maravillosos pueblos que atravesaba.
Sus valles eran bonitos, intensamente verdes y entre sus extraodinarios pueblos aparecían algunos de los destacados con el distintivo de "Les Plus Beaux Villages de France".
Viajaba por una carretera flanqueada de árboles, que iluminados por el sol de la tarde, arrojaban su alargada sombra sobre la carretera; hilos de resplandeciente luz o rayos de sol logran atravesarlos y llegar al suelo. Extensos bosques rayaban sus colinas y un manto de espeso bosques cubría sus valles y riberas.
Siguiendo el curso del Olt, y al alcanzar la población de Saint- Laurent, paré un momento para asomarme al puente y saludar al río Olt y celebrar el inicio de la ruta por la región del Aveyron. Viajaba envuelto de un paraíso fascinante y sereno, impregnado de fragancias y de colores. Me rodeaba el verde intenso de los bosques y por encima de mí se abría la cúpula azul de un cielo sin fin.
Llegué a la Población de Saint-Geniez-D'Olt y estacioné en el lugar de la pernocta. Un parquin mixto y tranquilo dentro del pueblo y cercano a la carretera que lo atraviesa.
La ciudad era agradable, con mucha actividad comercial... restaurantes, comercios, terrazas o cafés... donde habitantes y unos pocos turistas deambulaban con aspecto de felicidad. El día tocaba a su fin y quedaba poco tiempo de luz. Caminaba entre iglesias, capillas, mansiones y grandes plazas, una riqueza arquitectónica testigo de una época prospera de la ciudad.
Llegué la Place du Marche, decorada con una bella fuente, y crucé el Olt por el Pont Vieux. En este lugar se encuentran los barrios más antiguos y típicos de la población, con sus casas altas y estrechas y algunas con entramado de madera.
El puente lo tenía cerca, me aproximé, lo crucé, me detuve... y reposé el cuerpo apoyándome sobre la barandilla, al lado de la escultura de "Les Marmots", situada en el centro del puente.
La magia de los puentes no tiene igual, siempre nos enseñan un horizonte... un paisaje... algo que admirar, ¿Quién cruza un puente sin mirar más allá? El puente es una pequeña isla, un lugar donde respirar... asomarse al río... ver como fluye con tranquilidad... recoger su aroma... sus sonidos.
Los puentes, a menudo, representan de una manera simbólica el camino entre el mundo físico y el mundo etéreo. Los pueblos instalan sobre los puentes lo que les es más querido, sus oratorios, cruces o santos. En este puente la población de Saint Geniez d'Olt tiene instalado su enseña. La escultura de "Les Marmots".
La paz y la serenidad me invadían por completo y me dejaba llevar por los sentidos observando las bellas, curiosas y novedosas imágenes que me transmitían Contemplaba, con una indiscreta curiosidad,  a las personas que se hallaban en sus orillas. Los había que paseaban, otros pescaban y varios disfrutaban sentados al sol.
Observando, las ventanas abiertas en las fachadas, la imaginación me componía estampas de aquella época floreciente de tintoreros y telares asomándose al río. Paredes que habían acogido historias, nacimientos o muertes, amores, trabajos, éxitos o fracasos, ilusiones o desesperanzas... en definitiva, todo lo que acarrea la propia vida.
Cuenta una leyenda, del s.XV, que los hijos de un pescador habían capturado una marmota. Un día de tormenta el animal huye asustado y los niños corren en su búsqueda, mientras la violenta tormenta arrasa el valle bajo un verdadero diluvio. A su regreso la aldea ha sido destruida, numerosas viviendas han desaparecido y con ellas su padre. Los niños se habían salvado gracias a la Marmota.
A los niños se les apodo "Les Marmots", nombre que paso a los habitantes de su mismo barrio y posteriormente se extendió a los habitantes de toda la ciudad.
Desde el puente contemplaba una villa, de clásica arquitectura al borde del Olt, que se enriqueció con el comercio de los tejidos. La villa, asentada sobre las dos riberas del Olt, conservaba su característica más medieval en su margen derecha, con sus calles empinadas y estrechas entre casas de altos pisos.
El sol resplandecía en un cálido atardecer y descendí al río en busca del frescor. Paseaba por sus largos Quais al borde del agua, primero una orilla... y después la otra. Caminaba con la cámara de fotos buscando imágenes del río, pero la serenidad y la frescura que emanaba de este lugar me estimularon a sentarme al borde del agua.
Y entonces dejaba vagar la mirada con una curiosidad infinita... pensando como a veces las utopías de los sueños se hacen realidad.
Al otro lado del puente se erigía un extraño mausoleo y la guía de viaje me relató su historia. El mausoleo Talabot rinde homenaje a Marie Talabot, hija de esta tierra y esposa del ingeniero Talabot que fue el pionero en la construcción del ferrocarril en Europa.
Enfermó de neumonía durante la inauguración de la Tour Eiffel en París y lego, como testamento, su fortuna a los pobres de Saint Geniez y la realización de un mausoleo que sirviera de sepultura.
Se elevaba este mausoleo sobre el emplazamiento del antiguo castillo, en un promontorio que domina la ciudad.  Desde la altura de este lugar obtenía una panorámica fantástica. A mis pies se extendía la ciudad y sus numerosos tejados y pináculos con tejas de pizarra y el río Olt discurriendo suavemente. Y como telón de fondo la frondosa naturaleza del valle del Olt.
Al atardecer el cielo se tiñó de rosa y busqué un lugar tranquilo al bode del Olt, era mi momento del olvidarme del viaje y encontrar la abstracción mental con la lectura de una novela.  El tiempo transcurría sin darme cuenta, alcé la mirada al cielo y contemplé una mancha negra sembrada de estrellas... las luces de la ciudad se reflejaban desvaídas sobre el Olt y con una profunda añoranza retorné al vehículo.

ION LUZEA

5- Continúo recorriendo  el valle del Lot asombrándome con: Ste-Eulalie-d'Olt, Saint-Côme-d'Olt, Espalion, Estaing, Entraygues-sur-Truyère - y abandonado el Lot mi destino es la increíble Conques. Después me adentro en el país de Quercy para hacer una visita a Figueac y seguido me dirijo al río Aveyron para conocer Villefranche de Rouergue.

SAINTE EULALIE D'OLT

Saint Geniez amaneció envuelta en una azulada niebla. La vida comercial retornaba a sus calles y los camiones de reparto entorpecían el paso en los estrechos callejones. Deseaba esperar a que el sol se abriese camino en la niebla y contemplar, por última vez, el paisaje de sus añejas casas al borde del Olt.
La niebla se disipaba rápidamente, alcé la mirada y observé el gran disco brillante alzarse sobre la bruma y volví a recorrer la ciudad. El Sol de la mañana me otorgaba unas nuevas perspectivas y esto me permitió completar, bajo otra luz, el reportaje fotográfico de esta magnífica aldea.
Proseguí el  viaje a la cercana aldea de Sainte Eulalie d'Olt. Conducía acompañado de una bella naturaleza que, paradójicamente, no aparentaba naturalidad. Era extrañamente cuidada, ordenada y limpia; parecía que los agricultores fuesen también los jardineros de los campos y arquitectos del paisaje.
Conducía por una llanura trasformada en un auténtico tapiz floral y el sol resplandecía en lo alto del cielo. En un lado de la carretera localicé un letrero que indicaba la pertenencia de esta aldea medieval a "Les Plus Beaux Villages de France" y enseguida apareció Sainte Eulalie d'Olt, acurrucada en un remanso de vegetación, en la orilla izquierda del Lot.
La aldea disponía de un gran parquin para los visitantes y que situaba los vehículos entre bellos parterres de flores. Todo estaba muy bien organizado y con numerosas indicaciones que marcaban el lugar de inicio de la visita junto a paneles que mostraban la historia de esta aldea.
Desde este estacionamiento una sola calle llevaba al centro de la aldea. Caminaba, observando la cuidada y exquisita arquitectura de esta población, por una calle que se hallaba flanqueada de rústicos muros de piedra y bellas fachadas embellecidas con adornos florales cubriendo sus paredes, puertas y ventanas.
Como en todo este viaje me acompañaba un agradable silencio, esa bella anomalía de no escuchar ruido de tráfico. Solo el rumor de los pasos de los visitantes y sus conversaciones en voz baja
La calle terminaba en una plaza donde se encontraba una rustica iglesia del s.XI, un castillo del s.XV y un bello palacete renacentista con su torreón. En esta plaza se localizaban las únicas ofertas turísticas con tiendas de souvenires, un café con su terraza y la oficina de turismo. Desde este lugar  emprendí el recorrido por una calle que  se internaba en el corazón de esta bella población.
Paseando por el corazón del pueblo, con sus calles antiguas estrechas y sinuosas, descubría el indiscutible encanto de Sainte Eulalie. Descubría calles flanqueadas de una encantadora arquitectura de casas centenarias, con fachadas hermosamente ornamentadas y decoradas de adornos florales. Rosales cubrían sus fachadas, geranios por doquier, hortensias en sus zonas más sombrías... y trepadoras tapizaban sus muros de piedra.
Los adornos florales habían sido regados en ese momento y la humedad poseía un embriagador perfume floral que me acompañaba, a través de sus callejuelas, junto al silencio y la tranquilidad de otro soleado y caluroso día. Era una visita de la que participaban todos los sentidos: la vista llena de imágenes multicolor... el olfato con fragancias a tierra... campo y fragancia a perfume natural... el tacto del sol sobre la piel... y los sonidos del silencio...
Las casas, estupendamente rehabilitadas y cuidadas, se alineaban en la calle principal de la que partían algunos callejones  que llevaban a la orilla del río. Algunas de estas casas fueron construidas con piedra tallada, pero muchas otras están edificadas con piedras pulidas extraídas del río, en este mismo lugar.
A mi paso, medio oculto por el tapiz floral, observaba preciosas vigas, contraventanas pintadas de variados colores, portones medievales o renacentistas.
Todo lo que exponía el pueblo era de una solemne sencillez medieval que ha sido correctamente conservada, manteniendo un aspecto genuinamente rural y campesino. Por lo que se concedió el galardón de las más bellas de Francia.
Esta magnificencia estaba acrecentada por la falta del bullicio turístico, las calles estaban desiertas de gentes y coches. El paseo era dulce, sin prisas, y me detenía a realizar fotografías sin la espera de permitir el paso de los visitantes. Se percibía el silencio, como banda sonora al precioso escenario original, de este bello pueblo del Olt.
Saliendo de la aldea caminaba por el romántico curso del río Olt, que fluía acompañado del paraíso natural que lo rodea. Y con la compañía del olor a río, humedad o moho y de plantas acuáticas, alcancé un antiguo puente que me permitió tomar una bella perspectiva de la maravillosa ubicación de la aldea junto al río, el bosque, las colinas y los campos que la envolvían.

ST- CÔME-D'OLT

Aun hoy, mientras escribo este relato, me sorprendo con la increíble cantidad de paisajes, ciudades, pueblos y aldeas de una calidad inimaginable localizadas en el reducido circuito que estuve realizando por estas tierras. Saliendo de una, inmediatamente, tenía que detenerme a visitar otra.
Al abandonar Sainte Eulalie, seguidamente me hallé con esta otra población, catalogada igualmente como "Les Plus Beaux Villages de France".
St Côme aparecía, apiñada en un fértil valle, formando un bonito conjunto a orillas del Lot. Un armonioso cuadro que observaba, desde la otra orilla del río, con el Lot fluyendo mansamente a sus pies.
Entré en la población, a través de una de las puertas que aún permanecen de las antiguas fortificaciones, y encontré  un centro histórico reducido y compacto.
Después de la construcción del castillo, en el s.XII, el pueblo se expandió al amparo de la fortaleza obedeciendo al plano primitivo de la ciudad y a las limitaciones de espacio impuesto por la muralla circular. La aldea quedo ceñida, dentro de un círculo, alrededor del castillo; ocupando la fortaleza el centro de la aldea.
En el s.XVII las zanjas de las murallas fueron tapadas y sustituidas por el amplio paseo que hoy envuelve la ciudad. En sus murallas se abrieron puertas y ventanas, transformándose las antiguas murallas en las fachadas de las nuevas viviendas.
Recorría sus estrechos callejones desiertos donde mis pasos sonaban con eco sobre el pavimento. Caminaba entre una maraña de constreñidas callejuelas, en las que parece no entrar nunca el sol y percibiendo el olor peculiar de las calles angostas y sombrías.
Descubría magnificas construcciones medievales y renacentistas de terratenientes o burgueses, que huyendo de los duros inviernos en la tierras de Aubrac, edificaban sus elegantes mansiones en este lugar. La aldea exhibía  el encanto de las bellas casonas de los s.XV y XVI junto a palacetes medievales con torreones y fortificaciones anexas a las murallas de la ciudad.
     
La aldea, encerrada en sí misma, tenía un encanto especial y en un callejear circular  me permitía descubrir la original arquitectura de sus casas, cuya altura impedía a la luz del sol iluminar las calles del todo.
El ambiente de soledad del pueblo con sus casas de piedra, sus tejados increíblemente inclinados, su carácter medieval casi lóbrego, umbroso, oscuro... de una originalidad perfecta, ejercía un efecto de... catapultado a un mundo diferente . Saint-Còme-d'Olt era una puerta al pasado.
   
En este paseo circular llegué a su epicentro, ahí donde se eleva el castillo del s.XII, cuyos propietarios eran los señores de Calmon d'Olt y señores de Espalion. Castillo, diseñado originalmente como fortaleza de combate, fue  posteriormente restaurado como residencia en el s.XVI.



ESPALION

El sol continuaba inalterable brillando sobre un cielo añil profundo. Esta incandescencia ralentizaba el movimiento, lo detenía y el paisaje se revelaba a través de una imagen fija... irreal... como si contemplase una bonita acuarela.
Sentía el sol en la piel... la calma en la naturaleza... ni un soplo de aire removía las aguas del Lot. Observaba este increíble paisaje del agua, convertida en un brillante espejo, donde las imágenes rojizas del hermosísimo puente medieval, el bello palacio y las viviendas de los curtidores resplandecían con intensidad sobre sus aguas.
Esta imagen invitaba a la añoranza, un ensueño de poesía echo realidad. Ahora, mientras contemplo las fotografías de este lugar, trato de contener la arrolladora nostalgia, el deseo de regresar...
Espalion es una invitación al sosiego, a caminar a lo largo del Lot. El encanto de emprender el cruce del Vieux Pont con los aires místicos que impregnan el lugar... el éxtasis de los miles de peregrinos que atravesaron este puente durante cientos de años  en su camino a Conques, una etapa primordial en el largo viaje a Compostela.
Permanecía sobre la balaustrada del puente, corazón de esta aldea desde el año 1060, observando el increíble y animado multicolor del paisaje. Este contraste de colores de la arenisca roja del puente... las casas de los curtidores con sus balcones de madera... las formas del palacio con sus torrecillas. Junto a las pintorescas casas de color pastel junto a los prados herbosos y los arboles asomándose al Lot.
Todo este conjunto inspira al arte, a la pintura... me envolvía una maravillosa calidez y sentía esa intensa atracción que me trasmitía esta atmosfera de equilibrio sosegado, incluso natural, entre la humanidad y la tierra.
Recorría las orillas, conmovido por la paz y el silencio de un lugar, donde la belleza del entorno transforma la melancolía en felicidad.
Desde el paraje del jardín del Forail gozaba de una sublime perspectiva de las tenerías, el Vieux Paláis renacentista del 1572, el puente y la naturalidad del lugar. Me sentía abrumado y dejé transcurrir el resto del día disfrutando del entorno, oliendo la humedad de las plantas... los perfumes del jardín Forail... hipnotizado por la inmovilidad del Lot.
Caía la tarde, y con el atardecer el sol se vistió en todo su esplendor tiñendo el cielo con un sinfín de tonos rosados y rojizos. Y el Lot resplandecía como una lámina esmeralda...

ESTAING

El Olt parecía inagotable en maravillosas sorpresas. Dejando la preciosa Espalion, la carretera serpenteaba siguiendo el curso del río Lot, y aguas abajo surgió la imagen de otro increíble pueblo que se asemejaba a la ilustración de un cuento de princesas, hadas y malvados reyes.
Ubicado al borde del Lot y entre las exuberantes colinas boscosas de las estribaciones de la Aubrac se alza, sobre un promontorio que domina la aldea, el castillo de los señores de Estaing. Una enorme mole de edificios, formas y volúmenes.
La visita la inicié sobre su puente gótico construido en el s.XVI. Siendo una construcción del camino a Compostela en su centro se levanta una original cruz de hierro forjado, símbolo del Aveyron. La vista del valle del Lot era preciosa, el río pasaba lánguidamente a sus pies y el eterno horizonte estaba dominado por limpios pastos, bosques y colinas... y la primera vez que se contempla a lo lejos, la visión de esta población queda retenida en la memoria para siempre.
La aldea de Estaing, perteneciente a "Les Plus Beaux Villages de France", se ubica a los pies del castillo que afianzó la defensa y protección de todo el valle. La luz dorada del sol inundaba las calles y mis ojos se deleitaban con la visión de las bellas fachadas de los s.XVI, XVII y XVIII.
Mis pasos me trasladan a través de estrechos callejones medievales que me invitaban a realizar un viaje en el tiempo. Ascendía por caminos, que me conducían bordeando antiguas mansiones de piedra con tejados de pizarra, para después bajar por laberinticos callejones.
El pueblo ha mantenido su originalidad de asentamiento medieval perfectamente conservado en su primitiva disposición.
El recorrido,  de una belleza insólita, me conducía por estrechas calles en pendiente al peñón rocoso donde se alza el castillo. Por el camino hallé una encantadora plaza, ocupada por la iglesia de Saint-Fleuret construida en el s.XV, su portal gótico se situaba frente de la entrada del castillo y la cruz de piedra esculpida, que se localizaba en su plaza, aludía a la ruta a Compostela.
El lugar estaba rodeado de mansiones de los s.XVI y XVII y parte de la gran obra del castillo. Esta atmosfera invitaba al reposo y a la admiración. Me senté en las escaleras de la iglesia y mientras daba un vistazo al lugar, intensamente iluminado por el sol, leía la historia de esta aldea y su castillo.
De esta forma descubrí la relación existente entre el, ex presidente de la república francesa, Valéry Giscard d'Estaing con este lugar.
Los primeros elementos del castillo actual parecen que datan del s.XV, siendo edificados en torno a un torreón del s.XII. Más tarde fue objeto de transformaciones importantes que modificaron su aspecto exterior, transformándolo en uno de los castillos más lujosos del Rouergue y digno de la influyente familia  que lo habitaron.
Este castillo fue la cuna de la poderosa familia d'Estaing que dio a Francia a personajes de influencia y valentía heroica, militares, almirantes, prestigiosos políticos, valiosos cortesanos, y altos dignatarios de la iglesia.
El castillo, en posesión del Estado Francés desde la revolución, fue adquirido por el ex presidente de la república  Valéry Giscard d'Estaing, miembro y descendiente de esta ilustre familia. Una fundación con su nombre se encarga de su patrimonio y en alguna de sus salas se ensalza su vida, su imagen política y los éxitos de este presidente (cosa que me importaba bien poco).
Pasado el castillo y desde el promontorio, donde se yergue el baluarte, observaba como al otro lado del peñón se extendía la aldea baja ubicada en el valle. Este rico valle es atravesado por el río La Coussanne.
Descendía por esta ladera, siguiendo un tortuoso recorrido, cercado por una maraña de callejones con antiquísimas casas de ondulados y retorcidos tejados de pizarra. Más allá de estos tejados veía unas colinas ondulantes que miraban al cielo y una amplia extensión de las tierras arboladas y los cultivos del valle sur de Estaing.
Caminaba por un laberinto de callejuelas, de gran encanto, bordeadas de casas con tejados de pizarra negra y fachadas de piedra sin tallar. Experimentaba una sensación de paz en el interior de estos pasadizos estrechos y toscamente tallados. Rebasando pequeños jardines y huertos alcancé al puente que vadea el río La Coussanne.
Esta parte de la aldea tenía un especial atractivo rustico con antiguas casas de construcción práctica y arquitectura tradicional. Tejados de losas de piedra de pizarra, sus callejones en sombra refrescaban el ambiente y el romántico puente sobre La Coussanne invitaba a respirar la humedad.
Bajando de las tierras de Aubrac el torrente "La Coussanne", con muy poco caudal, serpentea lentamente  rodeado de árboles, foresta salvaje y las fachadas de las viviendas construidas sobre el mismo torrente.
El suave clima del valle, protegido al norte por el macizo de Aubrac, ha hecho posible que Estaing tenga el viñedo más pequeño de Francia (exceptuado el de Montmartre en París).
Las caras norte se dedican al cultivo del castaño y producción de madera, el sur está reservado al cultivo de las viñas.
Al cruzar el puente sobre la Coussanne, rápidamente el paisaje se tornaba rural. Se abrieron amplios y limpios pastos y paseando, sobre la cálida hierba del campo, contemplaba la masa imponente castillo elevándose sobre los prados y la aldea. Como un faro, en el corazón de la ciudad medieval, su imagen compacta y maciza destacaba bajo un cielo terso y azul ribeteado de blancas nubes.
Durante el segundo fin de semana del mes de Septiembre, Estaing disfruta de sus fiestas medievales. Sus calles se trasladan al s.XIII. Sus plazas se convierten en mercados tradicionales donde los productos de la tierra se integran con otros de otras épocas, artesanos venden sus productos y se celebran banquetes. Por sus calles desfilan trovadores, malabaristas y toda suerte de caballeros junto a los habitantes de Estaing con vestidos medievales.

ENTRAYGUES-SUR-TRUYÈRE

El dulce y manso Lot, que me ha acompañado en este recorrido, cambia drásticamente. A mi izquierda se levantaban  vertiginosas pendientes por las que trepaban tupidos bosques y algunas agujas calcáreas asoman en las crestas.
Entre los ríos Lot y el Aveyron se sitúa la Causse de Comtal con densos bosques y profundos barrancos por los que corren arroyos, que alimentan a los afluentes del Aveyron y el Lot.
A partir de la presa de Golinhac el Lot caía en una profunda garganta salvaje; pero aproximándome a la aldea de Entraygues, gracias a la apertura de un gran valle, el Lot volvía a deslizarse apaciblemente y con esa suavidad bañaba la población de Entraygues.
El perseverante sol, que me ha acompañado en todo el viaje, ha desaparecido bajo una neblina, calima... creo que producto del fuerte bochorno de aquellos días. La capa gris de nubes había sumido a la aldea en una luminosidad difusa.
El mosaico de colores, con el que he viajado, se había disuelto; los árboles, el río y las fachadas de la aldea... todo era blanquecino, desteñido por la difusa luminosidad del sol. Con su desaparición perdí mi ímpetu, la fuerza vital que me colma de satisfacción y entusiasmo. El sol me agudiza los sentidos, dilata la percepción del tiempo y da pulso a la vida.
Entraygues, "entre dos aguas" en lengua occitana, se encuentra en la confluencia del Lot y la Truyère. El río que había visto en las tierras de Gévaudan y que después recorrer el norte del macizo de Aubrac se funde con el Lot.
Al entrar en la aldea lo primero que me atrajo fue su castillo. La ciudad fue fundada a mediados del s.XIII, al mismo tiempo que el castillo, y fortificada en 1357 por tratarse de un punto estratégico en la encrucijada de los caminos entre Auvernia y el valle del Lot. Destruida y saqueada, junto al castillo en 1587, hoy solo quedan dos torres cuadradas con matacanes de las 213 torres conectadas con murallas que protegían la ciudad. El pueblo aún conserva agradables calles medievales con casas de los s.XV y XVII que poseen bellos entramados de madera y voladizos.
Pero, sobre todo, lo que más resaltaba es la extraordinaria ubicación de la aldea situada entre las gargantas y los valles que forman los dos ríos, La Truyère y el Lot. Aquí, la belleza y la perfección de la naturaleza, ejercía toda su fascinación con grandes valles boscosos del que brotaban altas crestas rocosas y con vistas a profundas gargantas. Estas cualidades le confieren  a Entraygues un especial atractivo para el turismo deportivo o náutico.
Al cruzar los puentes medievales del s.XIII, que atraviesan ambos ríos, me hallaba envuelto en una masa boscosa intensa y salvaje por donde fluían apaciblemente ambos ríos. Las proyecciones de las imágenes de los puentes, arboles, casas... sobre los ríos era preciosa... Y Con sol lo habría sido mucho más.
Los amplios paseos, por las riberas de la población, son de un bucólico romanticismo. Los senderos serpenteaban entre arbustos en flor, caminos encerrados entre setos y muros de piedra... reinaba un silencio ni siquiera roto por el encuentro de ambos ríos en su unión.
Había estacionado sobre una playa de guijarros al borde del Lot, una tranquila pernocta natural. Me acomodé sobre los guijarros y leyendo esperé al anochecer; no hubo puestas de sol y por primera vez no pude contemplar el cielo nocturno iluminado por las estrellas.
La noche fue encantadora, escuchaba el suave rumor del Lot y el canto de alguna lechuza. Amaneció con claros y emprendí el camino a la exquisita Conques.
La salida de Entraygues la realicé por una carretera panorámica, al borde de un profundo barranco. Al llegar a lo alto me detuve en un mirador y disfruté de una bella vista del paraje de Entraygues, el sol iluminaba el lugar... y hoy pienso que debería haber vuelto a la aldea... para realizar una representación fotográfica a la luz del sol.

CONQUES

Recorría una estrecha carretera en lo alto de una cresta por una tierra confinada entre densos bosques, escarpados barrancos de verdes exuberantes, cañones y precipicios; a ambos lados una bóveda de foresta se elevaba hacia el cielo. Atravesaba minúsculas aldeas, aisladas granjas y cuando la carretera inició el descenso a un valle apareció la primera señal de "Conques Les Plus Beaux Villages de France".
Me detuve en el llamado "Le site Du Bancavel" un mirador con un panorama extraordinario, que permite apreciar la especial localización de este lugar en medio de un entorno precioso y natural.
La aldea brotaba sobre un remanso de verdor en un remoto valle y rodeada de montañas con bosques salvajes y altos cañones. Un lugar donde la naturaleza y la historia parecen haber concluido un acuerdo y conjugado sus fuerzas para dar a luz esta obra de arte. Una gran iglesia abacial y su pueblo que han salido intactos del fondo de los siglos.
En el interior de una meseta ondulada los ríos Lot, Dourdou y sus afluentes, han abierto una red de valles sinuosos y profundos. En este lugar los desfiladeros tallados por el torrente Ouche, en su encuentro con el valle del Dourdou, se ensanchan y trazan una especie de circo de pendientes escarpadas, afloramientos rocosos y  las manchas sombrías de los bosques de castaños que suscitan un paisaje grandioso y salvaje.
Esta, casualidad de la naturaleza, forma un emplazamiento en forma de "Conque" del Latín "concha". Lugar  ideal con la forma representativa del peregrino en una de las principales etapas francesas  en el camino a Compostela.
Este cuadro natural se revela también como una opción practica por sus ventajas climáticas; la iglesia y el pueblo están instalados en la ladera soleada y protegidos de los vientos del norte. La aldea se encuentra lo suficientemente alta para escapar de la humedad y las nieblas del fondo del valle y con abundantes manantiales de agua que la atraviesa.
Contempladas desde este mirador de Bancavel las viejas casas de Conques formaban, con la Abadía de Sainte Foy que parece aplastarlas con su masa, un conjunto indisoluble y de un encanto excepcional.
Permanecí largo tiempo en este mirador, la quietud del viento semejaba haber congelado todo, incluso los sonidos... El aire no se movía y todo parecía suspendido.
Estacioné en el parquin, que se encuentra en el extremo de  la parte superior de la aldea, y comencé el descenso estupefacto al encontrarme rodeado de tanta belleza. Un paisaje majestuoso, inalterable durante siglos... parecía salido de un cuento. Había algo real e irreal al mismo tiempo, algo familiar en él... como si lo hubiese visto antes en un sueño.
Pasaba junto a hileras de bonitas fachadas con entramado de madera en la que cada casa poseía un encanto especial; una magnifica arquitectura de mágica realidad cuyo conjunto parece haberse armonizado a través de la historia.
Cada callejuela, cada esquina era un descubrimiento y recorriendo este lugar tenía la impresión de haber sido proyectado al pasado.
De hecho la carretera del s.XIX, por la que descendía y que atraviesa la población de Oeste a Este, es la única alteración de su trazado original de la edad media; toda la aldea ha conservado su imagen ancestral. Conques se puede recorrer metro a metro para empaparse de su belleza y de la tranquilidad que inspira.
Las casas más antiguas datan del fin de la edad media pero en conjunto la arquitectura de las casas es de una gran unidad estilística impecable, independientemente de la época de su construcción.
Sus muros son de piedra de pizarra, por ser la más abundante en la zona, usada tanto para su construcción como para las lajas de sus tejados y el pavimento de sus calles.
En algunas casas se encuentran piedras de caliza amarilla que se localizan a veces en forma de columna o fragmentos esculpidos que provienen  de antiguos edificios monásticos de la propia abadía, cuando a principios del s.XIX se demolió el claustro y sus materiales se usaron como cantera.
La originalidad de Conques reside también en sus fachadas de entramado, siguiendo la misma técnica desde el s.XV hasta el 1900, con lienzos de maderos dispuestos en diferentes formas y con relleno de pizarra. Las más bellas fachadas tienen dos pisos en voladizo sujetadas por vigas con cabezas talladas en las repisas.
La autenticidad de su conservación es de escrupulosa pureza, su color monocromo le imprime una realidad histórica. No han caído en el error de pintar las fachadas de vivos colores, porque que las pintorescas restauraciones de policromáticas que se ven en otros lugares son producto de la imaginación moderna.
El paisaje urbano era fascinante y el recorrido colmaba de admiración, curiosidad y asombro a todos los que descendíamos por la calle. Los niños disfrutaban con la sensación de encontrarse en una ciudad imaginada por los hermanos Grimm.
En un maravilloso itinerario abandoné la carretera que atraviesa el pueblo y me introduje entre preciosos callejones que recorrían pronunciadas cuestas adoquinadas. Los adoquines de pizarra, que eran como un manto de trama negra a lo largo de las calles estrechas y tortuosas, transferían a mis pasos un sonido incomparable... como un timbre metálico.
Recorría sus empinadas callejuelas cuesta arriba y abajo siguiendo las numerosas escaleras que salvan la distribución en terrazas de las viviendas sobre la ladera del valle.
La fachada principal de las casas se orientan hacia el sur en busca del sol y con unas fantásticas vistas de la aldea y el valle. Al fondo, sobre los tejados, destacaban las colinas con frondosos bosques en sus laderas.
Me perdía  por sus callejones, donde se respiraba la paz y tranquilidad, sintiendo el ambiente del pasado. Era una zona de artesanos donde los locales comerciales y sus viviendas estaban pegados unas a otras.
Me envolvía la armonía de sus casas y la belleza de jardines y flores que impregnaba el aire de encantadores perfumes florales.
Alzaba la mirada y contemplaba los altos tejados de pizarra en los que el sol dibujaba reflejos de plata. Y sobre las techumbres afloran buhardillas y pináculos que contribuyen a un mayor encanto de la población.
Este recorrido me transportó a su majestuosa plaza, en la que fuera del periodo vacacional, la serenidad de este recinto era extraordinaria. Este lugar disfrutaba de su atmosfera mística; el silencio del lugar ceñido por el resplandor áureo de la luz que iluminaba la piedra dorada de la abadía.
Al pie de las dos torres de la fachada, que se pueden ver desde prácticamente toda la villa, coincidí con numerosos y cansados peregrinos, que ya sea en solitario o en grupos, soportaban pesadas mochilas, bastones... 
Escuchaba conversaciones en diferentes idiomas pero entre ellos, cuando coincidían, siempre había un signo de reconocimiento, de saludo y de fraternidad... Conques convierte a este lugar en un extraordinario punto de encuentro entre personas de diferentes países y culturas.
Los peregrinos, en su ruta a Compostela, llegan a esta aldea caminando desde el Puy, en el Haute Loire. Han atravesado las planicies desiertas de Auvernia, han cruzado las tierras austeras y salvajes del Aubrac y subido a través de gargantas y bosques para llegar a este lugar. Donde la comunidad de religiosos de Conques les da la bienvenida.
Esta abadía se ha convertido en una de las etapas más concurridas del camino a Compostela que sale del Puy en Velay.
La fachada principal se abre sobre la pintoresca plaza medieval cuya forma semicircular parece albergar y proteger celosamente la iglesia románica de Sainte Foy. La luz del sol se derramaba alrededor de la plaza creando un efecto de tiempo detenido. La tranquilidad y el poder romántico, que brotaba de este lugar, me fascinaban.
En este entorno medieval destaca el Tímpano de su puerta, que posee una magnifica representación del juicio final. Una escultura que contrasta con la desnudez general de la fachada.
La escultura, del 1135, describe el juicio final con el diablo en el infierno y Cristo en el cielo en la parte superior del Tímpano. Con una magnifica riqueza escultórica esta escultura representa el pesaje de las almas, una idea innovadora a principios del s.XII.
Al entrar fui acogido por un repentino frescor, sentía como si la piedra respirara. Despacio, rodeado de silencio, giré sobre mí mismo y elevé la vista... el lugar me sobrecogió.
Aquí dentro percibía la presencia etérea de sentimientos que han perdurado durante los tiempos, las pasiones y las emociones que han dejado una huella indeleble sobre la atmosfera de este lugar. En este recinto vagan los espectros de las exaltaciones de infinidad de vidas.
   
Avanzaba por la nave, solemnemente silenciosa he iluminada de forma natural por las numerosas ventanas que envolvía la basílica, con pasos silenciosos como de pies desnudos en la hierba. Sentía las irregularidades de las losas... siglos de lenta erosión que han convertido el piso en un suave pulido... la pátina del tiempo. Y quedarme allí sentado... un rato en la soledad.
En el aire se elevaba un penetrante aroma a incienso, mezclado con el olor a cera de las velas votivas que iluminaban oscuros rincones, y disfrutaba del resplandor denso y ambarino que el sol imprimía sobre sus puras, elegantes y delicadas formas. 
Conques debe su origen a un ermitaño, llamado Dadon, que se había retirado en el s.VIII a este lugar salvaje para llevar una vida contemplativa. Poco después, según una carta del año 819, "un hombre lleno de piedad llamado Medraldus se retiró al mismo lugar y vivió con Dadon. Y la santidad de ambos se extendió por los pueblos vecinos y otros, sintiéndose atraídos por la misma vida contemplativa, decidieron tomar este tipo de existencia.
El grupo piadoso aumento poco a poco y elevaron en este lugar una iglesia dedicada al Santo Salvador  y como monjes adoptaron la regla de San Benito.
Durante esta época los soberanos Carolingios favorecían las instalaciones de monasterios (una forma de gestión administrativa de las tierras en zonas aisladas) y colmaban de favores a estas comunidades. Las crónicas hablan de visitas de Carlomagno, y posteriormente sus hijos, entregando ricos presentes a la comunidad de religiosos.
Pero su mayor apogeo comenzó con un "hurto". En una época en la que la riqueza de un monasterio la determinaba las reliquias que podían atraer a un peregrinaje para su veneración... junto a sus donativos, Conques carecía de ellas.
Sainte Foy fue una joven de 12 años que se convirtió en una de las primeras mártires cristianas y sus reliquias se conservaban en el monasterio rival de Agen, lugar de su martirio. En el s.IX un fraile de la Abadía de Conques robo las reliquias y con las reliquias de Sainte Foy en Conques, se desvió la ruta de los peregrinos a este remoto lugar.   Estableciéndose en Conques una importante etapa del camino a Compostela.
Con las nuevas riquezas aportadas por los peregrinos comenzó la gran expansión del s.XI. La iglesia de Sainte Foy fue totalmente reconstruida entre el 1045 y 1060, siendo una de las primeras iglesias románicas de peregrinación a Compostela (esta abadía poseía también una capilla y un hospital en Roncesvalles).
Su riqueza llego al extremo de que hoy su tesoro (durante la revolución francesa se ocultó en el pueblo y no pudo ser localizado) contiene la colección de orfebrería en oro medieval y renacentista más importante de Europa occidental. Parte de este tesoro se elaboró en los talleres de la propia Abadía y a estas, se les sumaron las ofrendas de los reyes Carolingios, incluido un relicario regalo del propio Carlomagno.
Durante la revolución francesa la Abadía fue abandonada y devastada, a partir de 1837 se inicia la restauración de la iglesia abacial. En 1874 se emprendió su completa rehabilitación, se reconstruye la columnata del coro, las bóvedas... y a partir de 1881 comienza el levantamiento de las dos torres de la fachada.
Del Claustro solo conserva dos secciones de la arquería original del s.XII y una bella plaza que los peregrinos  atraviesan para dirigirse a los edificios monásticos, donde son recibidos y les proporcionan  alojamiento.
Desde este lugar podía contemplar la masa imponente de la abadía cuya fachada sur está orientada de modo que la superficie dorada captaba y reflejaba el sol sobre el patio del claustro y bajo esta luz, la plaza y su fuente tenían un aspecto particularmente prístino y encantador.
Desde la Abadía la villa se estira a lo largo de la calle Carlomagno, ruta por el que entran los peregrinos a la ciudad. Abandonando esta calle, y serpenteando por callejones, llegué a la antigua puerta de Barry. Elemento de las fortificaciones que protegieron desde sus orígenes a esta ciudad, particularmente durante la guerra de los cien años, y que presenta las características de un edificio fuerte del s.XI.
La puerta de Barry desemboca en los barrios bajos de la villa, lugar donde se concentraban en otra época las actividades artesanales (molinos, curtidores...). Su fuente románica me permitió refrescarme y desde este lugar contemplaba otra bella panorámica de la aldea de Conques, en su aspecto aún más medieval si cabe.
La Vía Podiensis es la más antigua de las rutas que llevan a Compostela. Inaugurada en el 951 por el obispo Godescalc y con una longitud de 1.530 kilómetros, sale de Puy-en-Velay para atravesar el alto Gévaudan, entra en Lozère por Aubrac donde probablemente la inmensidad del paisaje está a la par con el sentimiento de soledad de donde la vía saca su símbolo y pasión. Las amplias extensiones de pastos, bosques y valles de increíble belleza convierten a esta ruta en una de las más hermosas. Esta etapa es considerada como el jalón histórico y simbólico del patrimonio mundial que representan los caminos a Santiago de Compostela.

FIGEAC

Abandoné Conques descendiendo por una enrevesada carretera rodeada de densos bosques hasta alcanzar el Valle de Dourdou, y continuando su cauce llegué al río Lot, donde las señales me llevaron a Figeac. A la llegada estacioné en el área de AC que se encuentra en la parte alta, al lado de las murallas.
Desde el parquin, en un corto paseo, alcancé  la iglesia de Notre Dame du Puy; que se halla sobre un alto que domina la ciudad. Al lado de la iglesia hay unos tranquilos jardines escalonados que ofrecían una vista única de todo el valle y  la mejor imagen de los tejados de la ciudad. Figueac está emplazada en un ambiente natural precioso, entre verdes prados y rodeada de un magnifico relieve montañoso ribeteado de frondosos bosques.
Con esta ruta me he salido del Aveyron y entrado en el país de Quercy. Pero la proximidad de esta extraordinaria ciudad, con su excepcional patrimonio arquitectónico medieval, el sosiego y a la vez animación que se disfruta al pasear por sus calles peatonales. La convierten en un lugar ineludible y merece la pena el desvió para su visita. Esta ciudad, habitual etapa en mis viajes, y en estos jardines, relajado con la lectura de un libro, he vivido bonitos e inolvidables atardeceres.   
Figeac se inicia, a partir del s.IX, alrededor de un monasterio de religiosos venidos de Conques. El Abad del monasterio es el señor directo de la villa y la dirige acompañado de una delegación de ciudadanos. Todos los servicios administrativos se encuentran en el interior de la Abadía.
Figeac se sitúa en la ruta de peregrinaje, que viene del Puy y de Conques, camino a Compostela y con el afluir de peregrinos y viajeros, sus artesanos y comerciantes se beneficiaron enriqueciéndose gracias a esta extraordinaria situación geográfica entre Auvernia, Quercy y el Aveyron.
La ciudad crece, los ricos comerciantes inician una labor constructiva de elegantes y suntuosos palacios. Los artesanos no les van a la zaga con sus magníficas mansiones e instalando los talleres en amplios portones que se abrían a sus estrechas callejuelas.
En 1302 el Abad del monasterio cede la villa al rey Felipe el hermoso y, a partir de ese momento, se convierte en ciudad real; siendo dirigida por un grupo de Cónsules y sus ciudadanos. Adquiere el derecho de instalar una fábrica real de moneda (actual oficina de turismo).
Se ralentiza su desarrollo durante las guerras de los cien años y las guerras de religión. Durante un año permaneció en poder de los ingleses, que la devuelven a los ciudadanos a cambio de una indemnización. Las guerras de religión encontró la ciudad dividida entre los católicos que seguían a Paris y los creyentes en la nueva fe protestante.
En 1576, los calvinistas de la ciudad, abrieron las puertas a los protestantes y la ciudad fue masacrada y gran parte quemada; convirtiéndose en un importante reducto protestante. Durante la libertad de culto promulgada en el edicto de Nantes la ciudad se declara protestante pero con su abolición, en época de Luis XIII, se desmantela este baluarte y es eliminado su culto. El siglo XVIII fue un periodo de prosperidad, crece el comercio, sus murallas y fosos son eliminados. Llegando la ciudad a nuestros días, tal como la contemplo ahora desde el jardín de Notre-Dame-du-Puy.
Desde la iglesia Notre-Dame-du-Puy descendía, por la adoquinada rué Deizhens, y me descubrí paseando al filo de calles estrechas y tortuosas. Atravesaba plazas intimas que invitaban a descubrir las fachadas de sus viviendas, que modestas o lujosas, revelaban una excepcional calidad de su patrimonio arquitectónico. Un legado de la edad media magníficamente conservado.
Mientras caminaba por estas calles se manifestaba un Figeac sublime e inesperado; descubriendo rincones donde nada recordaba al presente. Sus portones góticos, antiguamente locales de artesanos y comerciantes, ahora aparecían ocupados por tiendas y cafeterías que me transmitían una sensación de atemporalidad; gracias a esa mezcla de lo antiguo y lo nuevo, creando un ambiente vivo y agradable.
Franqueé la encantadora Place du Champollion. En torno a este espacio abierto se erigen un conjunto de magníficos edificios medievales, entre los que se encuentra la antigua Commanderie de los Templarios. La Commanderie destacaba por su fachada de estilo gótico en la que se erigen grandes pórticos y ventanales ojivales que ocupan gran parte de la fachada. Su piedra, clara y cálida con la que está construida, reflejaba la luz del sol creando sombras alargadas dibujadas por sus cornisas. El contrapunto moderno lo constituían las blancas sombrillas de la cafetería que se hallaba en sus bajos.
Desde la Place Champollion alcancé la Plaza del mercado, que se localiza en el centro de su casco histórico. Esta plaza se halla, en su mayor parte, ocupada por la techumbre metálica del mercado (desgraciadamente el antiguo mercado del s.XVI fue demolido) y cuando no está instalado el mercado este lugar se encuentra ocupado por las terrazas  de los locales cercanos.
También era un lugar de mucha animación ya que, habitualmente entre las mesas, había músicos y diferentes artistas alegrando el ambiente. Alrededor de la plaza hay estupendas fachadas de mansiones, entre la que destaca la torrecilla de estilo inglés de la Maison Cisteron.
Caminaba, abriéndome paso, entre las numerosas personas que abarrotaban las aceras de las estrechas calles comerciales; en las que la gente deambulaba entre las tiendas y los cafés con aspecto de jovialidad vacacional. Llegué a mi destino, la antigua fábrica real de moneda hoy ocupada por la oficina de turismo.
En este bello edificio suministran una hoja llamada "las llaves de Figeac". El recorrido de descubrimiento de Figeac está señalizado, en fachadas y esquinas, con placas que poseen la imagen de una antigua llave que indica la dirección y un número de referencia para el folleto.
Con este impreso y su mapa me adentré en un laberinto de callejones peatonales a los que se abrían magnificas puertas labradas. Descubría una variedad de callejuelas sombrías y tranquilas  con características arquitectónicas excepcionales; en las que se mezclaba la piedra tallada, junto a altas casas entramadas con ladrillos cerrando las fachadas.
Su casco histórico conservaba su plano de la edad media, con sus calles estrechas y tortuosas, estando circunscrito por una hilera  de boulevares que ocupaban el antiguo emplazamiento de los fosos de las desaparecidas murallas.
El viejo Figeac lo hallé muy bien renovado y ofrecía un paisaje, de una armonía encantadora, que revelaba un conjunto de casas y palacios construidos por los ricos mercaderes de Figeac. Sus fachadas entramadas presentaban las maderas pulidas, limpios los ladrillos y sin fantasías modernas; una fidelidad que mostraba una honesta  imagen de su pasado.
Al nivel de la calle los muros de las casas, de los s.XII al XIV, eran de piedra arenisca de color tostado. Los pisos superiores descansaban sobre un bajo portificado y podían ser de robusta piedra tallada  o ladrillo entramado con ventanales esculpidos en piedra o de antigua madera, algunas se inclinaban en ángulos precarios.
El "soleilho", es una especie de camarote abierto utilizado para secar los alimentos; el tejado se sustenta sobre este camarote por pilares de madera, piedra o ladrillo.
Estas callejuelas me recibieron con su agradable sombra en una bochornosa tarde de Julio y, fuera de las zonas comerciales, con una tranquilidad de absorbente silencio y calma. Era todo quietud y sosiego con apenas unos pocos atónitos visitantes, provistos del mismo folleto de la visita, seguíamos el mismo itinerario.
Las sombras se alargaban al tiempo que la luz del sol declinaba. Me aproxime a descansar en la ribera del río Célé, que naciendo en Auvernia en los montes del Cantal, atraviesa esta población. Pero, aun con el frescor del río, el lugar resultaba desagradable por el tránsito de vehículos.
Así que regrese a los tranquilos jardines de Notre Dame de Puy a contemplar, por encima de los tejados de Figeac, el atardecer con un resplandor violáceo anaranjado del cielo.
Y, mientras el crepúsculo se convertía en noche, salí para un último paseo nocturno. Excepto en las terrazas de la plaza del mercado, en el resto reinaba una quietud irreal. Atravesaba los serpenteantes callejones bajo antiguas farolas que colgaban lánguidamente iluminando apenas la calzada.
           

Jean-François Champollion, la piedra Rosetta y los Jeroglíficos Egipcios
En 1798 Napoleón invade Egipto, junto al ejército viajan varios centenares de científicos. En medio de esta guerra, contra los mamelucos y los ingleses, los estudiosos inician una campaña de excavaciones (son los precursores de la arqueología egipcia) y en una fosa de trincheras en el puerto de Rosetta es localizada la llamada "piedra de Rosetta". Al caer Egipto en poder Ingles todas las muestras arqueológicas obtenidas son incautadas por los británicos. Por esta razón la Piedra Rosetta se encuentra junto con otras obras arqueológicas en los museos Británicos.
Jean-François Champollion, nacido en 1790 en Figeac, se siente atraído desde niño por las inscripciones jeroglíficas y con la intención de descifrarlas se aplica a la profundización de las lenguas orientales conocidas.
A los 9 años aprende latín y griego, a los 13 años el hebreo y a los 14 años el árabe, el caldeo, sirio y copto.
Champollion emprende el estudio de la piedra Rosetta a partir de una reproducción que le permite identificar los nombres de cada uno de los personajes de la estela.
Esta estela lleva la copia de un decreto escrito en caracteres griegos, demóticos (egipcio popular antiguo) y jeroglíficos. Comparando los tres textos estima que se trata de un mismo texto en tres idiomas y establece una lista de correspondencias entre ellos. De esta forma llega a identificar las letras y el alfabeto con tan solo a la edad de 32 años. Diez años más tarde fallece este genio de las lenguas.
De la Place Champollion sale una pequeña calle que conduce a la casa natal del egiptólogo, hoy alberga esta casa el musée Champollion. Este museo profundiza en las escrituras del mundo y ofrece una gran cantidad de información sobre la evolución de la escritura a lo largo de la historia en diferentes culturas. Es muy didáctico pero... lleva mucho tiempo, estudio y comprensión. Además de estar toda la información solo en francés.
Al lado del museo se abre la pequeña  plaza de las escrituras, un lugar encantador rodeado de bonitos palacios. En esta plaza, sobre el pavimento, destaca la inmensa replica en granito negro de la piedra Rosetta.

VILLEFRANCHE DE ROUERGUE

En 1252 Alfonso de Poitiers, conde de Toulouse y hermano del Rey San Luis, decide crear una nueva ciudad en la margen derecha del Aveyron con el objetivo, junto a otras bastidas, de constituir una red urbana que ayude a consolidar la población rural.
A mi llegada estacioné cerca del río y, caminando junto a la ribera, contemplaba como la ciudad surgía a lo largo de la orilla río. En este lugar era donde antiguamente se encontraban los molinos, curtidores o tintoreros y aquellos oficios que necesitaban la proximidad del agua.
Villefranche de Rouergue perdió una parte importante de su aspecto medieval con la destrucción de sus fosos, murallas y puertas fortificadas. Esto hacía que su visión, desde el Aveyron, pareciese una aldea normal; pero en su interior se conserva su plano original de bastida con sus calles, casas y su monumental plaza central.
Después de contemplar la bella estampa que ofrecía el Quai de la Sénéchausssée, proyectándose en las tranquilas aguas del Aveyron, me acerqué al puente viejo o puente de los cónsules. Este puente fue mandado construir por el rey Felipe el Hermoso en 1298. Hoy el puente se parece poco al de entonces ya que sus dos torres, una en cada extremo para controlar el acceso a la ciudad y servir como peajes, fueron demolidas en 1730.
Al entrar en la ciudad por la Rue de la République observé que, al contrario que en otras villas turistas donde dominamos los visitantes, esta ciudad tiene un dinamismo propio y como en la antigüedad sigue siendo una ciudad viva y con una profunda actividad comercial.
Mis pasos me llevaban, en un agradable recorrido y envuelto en un ambiente especial, entre austeras fachadas medievales con escaparates comerciales en los bajos. Siguiendo las calles rectilíneas, que me conducían al centro de la ciudad, observaba la arquitectura de la bastida. Su planimetría es la característica de las ciudades fortificadas; sus manzanas son cuadradas con vías formando una cuadricula regular con calles paralelas y perpendiculares convergiendo en su plaza central.
Sus calles lineales evitaron que me perdiese en un laberinto de callejuelas y avanzaba, siguiendo sus paralelas y perpendiculares, descubriendo la arquitectura de casas y mansiones.
La bastida, en sus orígenes y después de determinar su red de calles, se distribuyó los terrenos en cientos de parcelas. A cada lote de parcela para construir se le concedía otro lote de terreno cultivable en el exterior de sus murallas. Y cada familia, asignada el lote, disponía de un tiempo determinado para edificar la vivienda.
Estas construcciones individuales, junto con las posteriores reformas, los derribos y la construcción de nuevas edificaciones hacía que, en el paseo por la ciudad, contemplase un heterogéneo ejemplo de fachadas, ladrillo, barro, piedra o entramadas.
Perdonada por todas las guerras Villefranche ha conservado su patrimonio, un testimonio intacto que conserva estas casas de diferentes de diferentes épocas y movimientos arquitectónicos.
En este deambular entre calles, era conducido paso a paso hacia la plaza de Notre Dame, verdadero corazón de la antigua bastida y lugar en donde convergen todas las vías.
La caminata por las calles de la bastida llevan obligatoriamente a la Plaza Mayor; todos los caminos conducen a este lugar. Siguiendo como referencia el alto campanario de la Colegiata, que destacaba por encima de los tejados, llegué al mismo corazón de la ciudad.
La plaza se hallaba bordeada de soportales de arcos ojivales que soportan las mansiones más importantes del fin de la edad media y del renacimiento, así como palacetes de los s.XVI y XVIII. En uno de los extremos de la plaza descollaba el desmesurado pórtico de la colegiata y, elevándose hacia el cielo, su imponente campanario dominaba toda la explanada.
Situada en el centro de la bastida, la plaza de Notre Dame ocupa un espacio enorme y era el lugar de intercambios económicos y corazón de la política comercial y religiosa.
La mayoría de las casas de la plaza estaban ocupadas por comerciantes. Las tiendas se encontraban bajo los pórticos y las mercancías expuestas estaban protegidas bajo los soportales. Este espacio fue una gran galería comercial que se extendía por los pórticos hasta la misma colegiata. Incluso actualmente, cada jueves por la mañana, se lleva a cabo en este lugar uno de los mercados más bellos de la región.
La monumental plaza, con su original pavimento inclinado y bellamente adoquinado, lamentablemente cuando no hay mercado se usa como parquin. Rompiéndose de esta forma todo el encanto medieval que posee.
En la plaza destaca la hermosa colegiata de Notre Dame; su construcción comenzó en el s.XIII pero sus obras fueron interrumpidas repetidamente a causa de la peste negra y posteriormente por la guerra de los cien años. No fue hasta finales del s.XV que se completaron, siendo este edificio un referente de la evolución de la arquitectura gótica.
La colegiata era un gigante de piedra y de espectacular arquitectura con un impresionante porche, que cruza sobre la calle, donde se abre en un admirable pórtico gótico. Y sobre la gran arcada, que se abre a la plaza, se elevaba la torre, con una altura de 58 metros, dominando la plaza de Notre Dame con su inmensa masa.
Las campanas de su torre ofrecen la oportunidad de jugar con un amplio repertorio musical de la mayor precisión. El campanario, como una banda sonora, me acompaño durante la visita con unas agradables melodías.
El horario de apertura de la colegiata y el de subida a la torre no coincidió con mi visita; pero si puedes subir los 163 peldaños de la torre se puede gozar de una extraordinaria vista sobre la ciudad.
La esperanza, La sierra de Teruel y André Malraux
El escritor francés André Malraux llega a Madrid en Mayo de 1936 como agregado cultural de la embajada francesa.
Poco después, con el golpe fascista en España, se dedica a la organización de una escuadrilla aérea en apoyo a la Republica.
En este periodo escribe la novela La esperanza (había esperanza del triunfo de la Republica). Posteriormente inicia el rodaje de la película La sierra de Teruel, basada en la novela y que narra la vida de un grupo de pilotos.
La mayor parte del rodaje se realizó en Cataluña, pero se vio interrumpido por el avance de las tropas franquistas. El equipo tuvo que salir del país y terminar la película en Francia. Varias de estas secuencias se rodaron en esta plaza, algo le evocaba a André Malraux con alguna arquitectura similar de su estancia en España.

ION LUZEA

6 - Remonto el Río Aveyron para contemplar la maravillosa  Belcastel y en tierras de Rouergue visito Sauveterre de Rouergue y vuelvo al Aveyron para admirar Najac. Continúo entre los valles de Aveyron y Tarn descubriendo: Cordes sur Ciel, Castelnau-de-Montmiral, Puycelsi y regreso al Aveyron para despedirme del viaje en la bellísima Bruquinel.

BELCASTEL

Alcancé las tierras de Aveyron y en el corazón salvaje de estas tierras,  surcadas por el curso del río que da nombre a esta región, emergió la aldea de Belcastel ubicada maravillosamente junto al río. Belcastel es la aldea más  representativa de este remoto valle y con una tierra modelada a voluntad para configurar una imagen perfecta en todos los sentidos.
Estacioné en la parte baja de la aldea y dando un pequeño paseo, entre prados y senderos de tierra batida, llegué a la orilla del río Aveyron. La corriente discurría suavemente bajo el oscuro dosel que los arboles formaban sobre el claro río, algunos sauces dejaban mojar sus hojas en el agua.
Era  un lugar silencioso rodeado de vivos prados, cielo, bosques y claros de insólita calma... un paseo sosegado... el delicado murmullo del agua como único sonido que rompía el silencio.
Rápidamente descubrí las cualidades excepcionales de este magnífico lugar, ya que Belcastel se encuentra ubicada en un privilegiado y romántico entorno de excepcional belleza.
Asoma esta admirable aldea sobre la ribera derecha del río en un ambiente rural, agradable y solitario, que se revela en medio de las campiñas y protegida por las laderas boscosas de la parte inferior de este salvaje valle del Aveyron.
Las casas de la pequeña aldea se reúnen al pie del castillo del s.XII, que se yergue en lo alto de la colina y todo el armonioso conjunto se encuentra  siguiendo la curva del sinuoso río que parece abrazarlo y protegerlo.
Esta panorámica le ha valido a Belcastel el galardón de "Les Plus Beaux Villages de France".

La ilustración más célebre de Belcastel es la visión que se contempla desde el puente del s.XV. La aldea se extendía cuesta arriba en una sucesión de terrazas ocupadas por casas de estructura medieval, y sobre el cerro se yergue el castillo. El río y la abundante vegetación, que se alzaba hacia el brillante cielo azul perlado de blancas nubes, completaban la figuración de este bello retrato. Ofreciéndome, como un  valioso regalo, la ocasión de descubrir este paisaje fascinante.
El Aveyron se interponía entre la aldea y la iglesia de la Sainte Madeleine del s.XV; su único acceso era a través  de este mismo puente. Ambos, el puente y la iglesia, fueron construidos por el señor de la aldea Sonnac Afridi y la tumba donde reposa se encuentra en el interior de la pequeña iglesia.
Fascinaba cruzar el puente... figuraba magia... una ensoñación de entrada a un mundo  hechizado. Caminaba sobre una calzada adoquinada de antiguas piedras y la ajada baranda mostraba el paso del tiempo.  En el centro del puente se levantaba un pequeño oratorio; un ambiente bucólico y hermoso... una agradable sensación envolvente de calma recorría mi cuerpo. El Aveyron discurría por debajo en un lento e hipnótico fluir.
Atravesando el puente llegué a la aldea con sus antiguas casas de techos de piedra, lajas y pizarras; algunos vehículos deslucían la bella imagen de antigüedad y aun así reinaba una quietud irreal. Encontré una solitaria callejuela peatonal que trepaba serpenteando en sucesivas rampas y que me permitía remontar a lo alto de la colina en la que se asienta la aldea.
Subía por una empinada calzada cubierta de un bello mosaico de piedras de múltiples colores. Las viviendas, de macizo aspecto y bien restauradas, se hallan construidas de losas de piedras y es sus sencillas fachadas se abren pequeñas ventanas. Todo el conjunto tenía una cadencia, un equilibrio que se integraba perfectamente en el paisaje.
Entre las piedras afloraban numerosos jardines, macetas, parterres de flores y frutales... estos arreglos florales eran la única nota de color en la uniformidad monocromática de las piedras de calzadas y viviendas.
Subía la pendiente, bajo el constante calor del sol abrasador, antiquísimas fuentes me permitieron refrescarme y remplazar la humedad del sudor  por la refrescante del agua y una ligera brisa llevaba hasta allí un ligero aroma floral.
Este agradable paseo me fascino, me encontraba en un estado de absoluta felicidad. Sentía una ligereza de espíritu y durante unos momentos me parecía que ascendía hacia otro mundo
Esta disposición en terrazas me facilitaba pasar a la altura de los tejados de las casas y contemplar el bello tapiz que formaban sus tejas primorosamente encajadas, las siluetas de sus tejados y las ventanas en las buhardillas.
Caminaba por pequeños rincones buscando sus peculiaridades, diferentes perspectivas y multitud de pequeños detalles que se perdían entre el generoso paisaje. Subía y bajaba por escaleras que recorrían pequeños callejones que atajan entre las rampas y permitían el acceso a las viviendas.  Casas que se amontonaban una sobre  la otra y cada cual se exponía sobre un nivel distinto.
En este solitario errar no hallé comercios o tiendas, lo que confería al conjunto un mayor realismo. Asombrosamente pequeña y llena de encanto, Belcastel me arrastro a otra vida; estos muros de piedra me trasladaron a otra época.
Llegué a las puertas del castillo. Desde este lugar disfrutaba de una vista única de los tejados de la ciudad y el  panorama del pequeño valle del Aveyron era excepcional. Un lugar hermoso, encantador y tranquilo rodeado de en una naturaleza en la que se entrelazan numerosos senderos que parecen jamás tener fin y que te conducen a descubrir lugares increíbles.
El castillo, de los s.XI XII y XV, era propiedad de la familia de Belcastel. Esta poderosa familia se arruinó en el periodo de las guerras de religión y emigraron en el s.XVI. El castillo permaneció abandonado durante los últimos 400 años, se encontraba en estado ruinoso, junto a la solitaria aldea, que agonizaba y solo se podía acceder por difíciles caminos.
El arquitecto Fernand Pouillon descubrió entonces la vertiginosa roca dominando las pobres y desvencijadas casas de la aldea y los restos todavía formidable de la fortaleza. Fue en 1974 cuando compro el castillo en ruinas y comenzó de inmediato su renovación.
Esta iniciativa alentó las esperanzas de los habitantes de la aldea, que se siguiendo su ejemplo, perseveraron en la regeneración de la aldea. Se restauraron las casas de los s.X a s.XV, los caminos... y su patrimonio como la antigua fragua, hornos, el puente y su entorno.
Y Belcastel paso de un pueblo en ruinas a transformarse en uno de "Les plus Beaux Villages de France".

SAUVETERRE-DE-ROUERGUE

Abandonando Belcastel circulaba por un paisaje natural y frondoso. Viajaba a través de un bosque, aparentemente interminable, de robles, hayas y castaños. Salvaba profundos valles por donde fluían los ríos que rodean la meseta de Lezert. Alcancé una amplia planicie donde aparecían pequeñas aldeas, con reducidos cultivos y prados donde pastaba el ganado, y arribé en la población de Sauveterre de Rouergue.
La aldea sugería dormitar, bajo un cielo luminoso y despejado, donde un sol abrasador parecía fundir el asfalto de la calzada. Después de cruzar el antiguo recinto de sus fortificaciones, hoy convertido en un bello "promenade", y traspasar una de sus antiguas puertas fortificadas; me interné por calles franqueadas de hermosas casas edificadas en piedra esculpida y algunas puertas ornamentales. Las plantas superiores, construidas en voladizo sobre la calle, eran de entramado de madera.
Caminaba, buscando la sombra, por calles desiertas. Las contraventanas estaban cerradas para protegerse del bochorno del exterior y los postigos de las numerosas tiendas de artesanía permanecían cerrados. Siguiendo la típica cuadricula de una bastida, arribé en la gigantesca plaza la plaza central bordeada de arcadas, llamados aquí "chitats" y orlada de bellos edificios.
La plaza ocupaba un espacio enorme y casi vacío, en medio solo se levantan un pozo y una cruz de hierro forjado, y estaba delimitada por pórticos de los s.14 y 15. Por encima de los arcos ojivales se elevaban las casas  de un precioso entramado de madera, o de piedra tallada, decoradas con bajorrelieves. Tenían unos pintorescos tejados a dos aguas, muy pronunciados, con buhardillas y ventanas con frisos.
La inerte oscuridad de los pórticos era un refugio por donde pasear, en marcado contraste con la reluciente luz del sol de una intensidad hiriente.
Guillaume de Mâcon, senescal de la provincia de Rouergue, fundó esta bastida en 1281 en el corazón del Ségala para proteger a la población de las partidas de bandidos. Sauveterre de Rouergue fue una nueva villa fruto de la política de urbanismo por aquel entonces. Bajo la tutela del magistrado real, la bastida fue construida como una urbanización con una plaza central, de grandes dimensiones, para el mercado y conjuntos de solares donde construir una casa, cada uno con un jardín y un pozo. Cuatro calles principales, cortadas por calles transversales que dan acceso a los jardines, conducían a la plaza mayor.
Durante la de guerra de los cien años  a la bastida se le añade un poderoso recinto amurallado, pero aun así es tomada en 1362 por los ingleses, permaneciendo en su poder hasta el 1369 la ciudad ya está rodeada de murallas pero es tomada en 1362 por los ingleses permaneciendo en su poder hasta el 1369.
El trabajo sobre las fortificaciones, realizadas durante el periodo inglés, continúa en los años sucesivos; siendo la mayor parte demolida en la segunda mitad del siglo XIX. Solo subsisten dos puertas, una torre y algunos lienzos de muros y parte del foso que la rodeaba.
Pero la ciudad había sido construida sobre una llanura demasiado pequeña para crear un campo agrícola que permitiese subsistir, por sus propios recursos, a la villa medieval; por lo que, apoyada por privilegios fiscales otorgados por el rey, se convierte en administrativa y comerciante. Van apareciendo oficios diversos, fraguas, telares, carnicerías... y en los pórticos de la plaza se muestran, en grandes mercados, la efervescencia económica de la villa. Pero las epidemias de peste y hambrunas despueblan Sauveterre, que aislada en una meseta de barrancos y apartada de los grandes ejes de comunicación, se estanca a partir del siglo XVIII. La nueva ciudad fracasó pero gracias a este fracaso podía visitar un encantador y agradable pueblo que reflejaba un momento de su historia.
A partir de mediados del s.XX la ciudad y sus habitantes empiezan a restaurar su patrimonio arquitectónico y apuestan por una integración progresiva de la bastida en los circuitos turísticos. Figurando hoy, esta pintoresca bastida, entre las pertenecientes a "Les plus beaux villages de France".    

NAJAC

Conducía envuelto en la penumbra de un bosque que parecía infinito. Serpenteantes carreteras atravesaban bosques tan tupidos que resultan impenetrables para la luz del sol y el campo, de un follaje denso y verde, daba paso a zonas cultivadas y pequeñas poblaciones agrícolas. Un viaje mágico por una desierta carretera en un entorno  natural excepcional de abundante foresta en la zona más salvaje del Aveyron.
Sin GPS seguía la señalización en los cruces, giro a izquierda... a derecha... el sol del mediodía tenía que permanecer a mi izquierda... Las carreteras parecían cada vez aún más estrechas, más cerrada y salvaje, salvaba pequeñas colinas y valles... Y al cruzar un pequeño collado se desplegó la insólita panorámica de un profundo y cerrado valle que señalaba la entrada a las gargantas salvajes del Aveyron. Y a mí derecha asomaron los primeros edificios de la asombrosa aldea de Najac.
Desde el primer momento, al divisar la población, me quedé estupefacto... me absorbía esta la increíble vista. Las casas aparecían colgando en la cresta de la montaña y sobre el extremo más alejado despuntaba la figura del castillo. La vista era increíble, realmente el pueblo parecía suspendido de la montaña y detenido en el tiempo.
El pueblo se halla, literalmente, colgado en lo alto de una montaña y en equilibrio sobre una cresta rocosa excepcionalmente larga; en la otra punta se localiza el castillo. La montaña se alza, en un escabroso acantilado, sobre un meandro en medio de las gargantas del Aveyron.
Todo el conjunto  se halla en un entorno natural y solitario. Un gran espacio verde rodeado de densos y abruptos bosques; constituyendo un paisaje excepcionalmente tranquilo y bello, donde armonizan la arquitectura de sus construcciones, los densos bosques y el agua que fluye por las gargantas del río Aveyron. El río, a partir de Villefranche, pierde su placidez y se interna en profundos barrancos desapareciendo entre extensos y salvajes bosques.
Najac me fascinó desde la misma entrada a la población. Entré a través de la única plaza del pueblo, la del Faubourg, un ensanchamiento de la calle para convertirla en una amplia plaza. Una construcción que se realizó, en el s.XIII, para transformar la aldea en bastida y crear un recinto para la celebración de los mercados.
Esta plaza destacaba por las originales fachadas de las viviendas que rodeaban este acogedor lugar. Me gustaron sus bellas casas con entramado de madera situadas sobre pilares de piedra arenisca; en los porches se ubican los puestos de venta  desde hace siglos. Hoy la oficina de turismo se halla en los bajos de una de estas casas.
Una pérgola, una pequeña plaza con bancos, terrazas de cafés o restaurantes y una bella fuente del s.XIII completaban el conjunto. Un lugar excelente, acogedor y un estupendo preludio de las maravillosas sorpresas arquitectónicas y paisajísticas que ofrece  este pintoresco pueblo magníficamente conservado intacto a lo largo de los siglos. Y que por derecho propio forma parte del selecto club de "Les Plus Beaux Villages de France".
Este lugar cautivante de una gran belleza, alegre y mágico, es representativo de una arquitectura impecable y de una sutileza exquisita, llena de encanto. Un destello de perfección. Sus hermosas casas de piedra, edificaciones marcadamente medievales, con techos a dos aguas y que siguen la curvatura de la cresta, hacía de sus calles un lugar romántico y seductor.
En la oficina de turismo obtuve el mapa y la información del recorrido de la visita; una visita en la que no hay riesgo de pérdida ya que Najac se extiende a lo largo de una sola y única calle.
Y, con el folleto en mano, comencé la visita a este conjunto medieval estupendamente conservado y que me proporcionó múltiples sorpresas en el recorrido.
La plaza de Faubourg, al finalizar, se estrechaba en la calle de Barry iniciando un prolongado descenso. Desde aquí arriba podía admirar los equilibrios, el lucimiento del lugar y el bello recorrido que, atravesando el pueblo,  culminaba en el castillo al fondo sobre la colina.
El agradable paseo a través de la aldea proseguía por su única y estrecha calle flanqueada hermosos edificios que, situados a lo largo de la calle, habían sido realizados en diferentes épocas y estilos arquitectónicos. Y cada paso que descendía en la cuesta retrocedía, en un encantador viaje, a la antigüedad
Mis sentidos efectuaban el tránsito de la belleza a la sorpresa... descubría las antiguas casas, cuyas fachadas cuidadosamente restauradas, no ocultaban las cicatrices de la historia... como las arrugas de un árbol centenario. Hermosas tiendas de artesanos, perfectamente integradas en el ambiente, se abrían a la calle.  Y todo ello sin perder de vista el castillo que se alzaba sobre el horizonte.
Una hermosa fuente apareció en mi camino, la Fontaine des Consults, un monumento del 1344 construida en granito y con 12 figuras talladas en la piedra. Esta fuente, situada al lado del ayuntamiento, indica el centro de la localidad.
Entre la hilera de casas se despejó un pequeño mirador dejando ver, sobre los tejados de la población, un paisaje sorprendentemente orlado de ese intenso verde; unas vistas increíbles de este pueblo situado en un entorno de salvaje belleza natural a lo largo del Aveyron. Densos bosques, que parecían infinitos, se cerraban sobre profundos valles perfilados de colinas frondosas.
Desde este lugar emprendí la subida por una calle adoquinada que me conducía hacia el castillo del s.XIII. Descubría esta reliquia histórica poca a poco, siguiendo la hilera de casas que llevaba al recinto del castillo en la cima de la montaña.   En el ascenso a la fortaleza me aproximaba al núcleo inicial del pueblo que nació en esta colina en el s.XI y que se expandió siguiendo la cresta hacia el Este desde el s.XIII.
En la cuesta se hallaba la casa del gobernador, está era la antigua residencia del admirador Real y en la que residieron distintas familias de ricos mercaderes y nobles desde el s.XIII. Cruzando un antiguo portón se apareció el edificio señorial de la mansión del Senescal que data del s.XV. Aquí residía en época medieval el Senescal de Rouergue, gestor de los asuntos comerciales y financieros de cuando Najac era la capital de Rouergue. Ambas mansiones estaban hermosamente restauradas y conservaban perfectamente ese estilo medieval tan atrayente.
Subiendo al castillo miraba hacia atrás, ya que la vista de la ciudad desde este lugar era hermosa. La aldea se perfilaba comprimida a lo largo de una sutil línea bordeada de una profunda foresta. Es excelente lugar lleno de historia en una encantadora región.
En el extremo de la aldea, y sobre un promontorio rocoso, se alza la fortaleza a 200 metros por encima de las gargantas del Aveyron. Construida en 1253 por Alfonso de Poitiers, hermano del Rey San Luis, sobre los cimientos de un viejo castillo del 1100. El castillo formaba parte de la red de castillos reales ubicados en el valle del Aveyon, en un claro ejemplo del dominio real sobre Najac después del episodio cátaro y la conquista del Condado de Toulouse. En este lugar conseguí un buen punto de descanso y observación... quedé suspendido entre cielo y tierra... permanecí hasta que el Sol se ponía y se iba apagando lentamente detrás de las colinas y otro día tocó a su fin. Mientras la luz acababa de desvanecerse en el cielo, realice el último paseo  de retorno por un pueblo solitario. Realice la pernocta en el área de AC que se encuentra al pie de este promontorio y al lado del río Aveyron.

CORDES SUR CIEL

Al aproximarme se dibujaba su silueta sobre la colina, abrazada por un precioso paisaje de bosques, prados y cultivos. Este mágico pueblo medieval, como buen bastión defensivo, se construyó en lo alto de un promontorio rocoso y sus preciosas casas medievales, junto a un encantador conjunto de estrechas y tortuosas calles, se apretujaban dentro de sus cuatro murallas concéntricas.
Hechizado por la imagen de la ciudad emprendí la visita, bajo un sol inclemente y un calor implacable. La peor situación climática para visitar esta población, ya que sus empinadas calles subían sin piedad ni respiro hasta alcanzar lo alto de la colina.
Pero el esfuerzo, que exigía subir, era mínimo comparado con el estímulo vivificante que causaba la vista de este maravilloso conjunto de casas perfectamente conservadas. Abordé la subida por la grande rue de l'Horloge, una calle amplia que nace en la villa baja y que conduce a la torre del reloj.
Según trepaba, calle arriba, a cada paso retrocedía en el tiempo. Comencé la vista en el s.XIV para terminarla en el s.XIII.
En el s.XIV un cuarto recinto, y después un quinto recinto amurallado fueron construidos para la defensa de los barrios que fueron proliferando con el desarrollo de la ciudad. Pendones medievales ondeaban en sus calles donde restaurantes, comercios y tiendas de artesanía exhibían su pericia. Por desgracia la saturación de numerosas tiendas "medievales" para turistas, es también lo que echa a perder  la naturalidad del lugar.
La puerta del l'Horloge, probablemente reconstruida en el s.XVI, es un pintoresco vestigio de la cuarta muralla y originaba falsos ánimos de encontrarse cerca del final... pero la pendiente continuaba prolongándose por esta atracción turística de primer orden. Desde la pequeña place du l'Horloge divisaba la subida por la callejuela de  l'Escalier du Pater Nostre; una subida más tranquila, natural y romántica desde la villa baja.
Traspasando la puerta del l'Horloge reanudaba la ascensión, ahora por la rue de la Barbacane, y a medida que ascendía por esta empinada calle sentía que retrocedía más en el tiempo. Al cruzar cada umbral era como viajar a través de los siglos.
Este tramo de calle parecía más original y heterogéneo. En sus fachadas combinaban las paredes de antiguo cemento agrietado y los tabiques entramados junto a bellas paredes de piedra. Los comercios desaparecían, la calle se volvía más tortuosa y la ciudad recuperaba su autenticidad de pueblo medieval.
A mi paso descubría como las fachadas evolucionaban en pintorescas composiciones estrictamente medievales, y la subida se convertía en un agradable paseo entre mansiones con siglos de historia. Un  lugar en el cual se percibía a Cordes sur Ciel como una ciudad de otro tiempo, donde la luz jugaba sobre los tonos dorados y grises de sus antiguas fachadas de granito.
Surgió ante mí el tercer recinto de las murallas, ahora trocadas en viviendas donde se abren puertas y ventanas. El callejón, que zigzagueaba al pie de la muralla, me llevó a la antigua Barbacana del fin del s.XIII. En este siglo la ciudad se extiende fuera de sus primeros baluartes y se decide la construcción de un tercer recinto amurallado, del que subsiste la Barbacana que protegía el acceso a la última puerta "la porte des Planol". La entrada a la villa alta.
El lugar era muy atractivo, las calles inclinadas y la barbacana convergían formando una pequeña plaza, en la que a los muros defensivos se contraponían delante las antiguas y rusticas fachadas de piedra y entramado de madera. Un lugar de mágica fantasía medieval, tranquilo y conmovedor.   
Al poco de atravesar la Barbacana ascendía por una sinuosa curva, en cuyo final se veía, por fin, el último portón fortificado.
Subía, rodeado por las antiguas fachadas del s.XIII, hasta alcanzar el umbral de la puerta des Planol por la que irrumpí  en la Grand rue Raymond VII. Esta era la calle principal que me llevo al centro de la villa alta, al corazón de Cordes, y al primer año de su construcción en 1222.
La estrecha calle se hallaba saturada de tenderetes, galerías de arte, especialidades gastronómicas de la zona y numerosos turistas arrimados a sus escaparates. Pero detrás de estas exhibiciones turísticas comenzaba a vislumbrar una ciudad medieval con un patrimonio gótico excepcional... con porches, murallas, fachadas esculpidas y numerosos rincones ocultos.
Las antiguas residencias de los ricos mercaderes s.XIII son verdaderas joyas de la arquitectura gótica que posee un lenguaje, cuyo misterioso significado hace que reine un clima de leyenda, gracias a sus fachadas de granito ocre que cobran vida con dragones, animales exóticos... y símbolos del gremio al que pertenecía su morador.
Las residencias más importantes y las mejor conservadas bordean esta calle, la arteria principal, y que une las dos puertas acceso a la villa alta. Sus fachadas se abrían sobre la calle con grandes arcadas y por encima se sobreponían dos pisos de ventanas ojivales. Esta bella arquitectura me permitía captar la esencia de esta importante villa medieval, y me ilustraba de cómo pudo haber sido la civilización occitana en la época de los condes de Toulouse.
Justo en el centro de la villa, ahí donde las calles se cruzan en ángulo recto y se organizan alrededor de la plaza del Mercado, aparecían 24 grandes pilares octogonales que soportaban el peso del tejado del antiguo mercado. Este lugar fue, en otra época, el centro importante de intercambio y hoy es el principal punto de animación turística de la ciudad. Precisamente en el mercado hay un pozo de 113 metros de profundidad al que los ciudadanos de Cordes arrojaron a tres inquisidores allá por el s.XIII y todo el pueblo fue excomulgado.
Después, del esfuerzo de la subida, hallé la tranquila plaza de la Bride un lugar encantador donde descansar contemplando una apasionante vista sobre el fértil valle de Cérou, río que desemboca en el Aveyron. Desde esta alta escarpadura contemplaba la ordenada llanura agrícola, una cuadricula de campos instalados con pulcritud, y donde la mirada se perdía a lo lejos en la línea irregular del horizonte.
Cordes fue fundada en 1222 por Raimond VII, conde de Toulouse, que deseaba erigir un bastión contra el avance de las tropas francesas enviadas para eliminar la herejía Catara. Un subterfugio para la conquista del rico condado Occitano. Aquí encontraron refugio las familias que se habían quedado sin hogar a causa de la destrucción de los cruzados franceses.
Posteriormente, Cordes gozaría de gran prosperidad gracias al comercio de tejidos, seda, cuero... Del s.XIII al s.XV los enriquecidos mercaderes y los nobles se construyeron mansiones de lujo y ricos palacios protegidos por el sistema de fortificaciones que rodeaba la ciudad. Aun hoy la población se encuentra perforada de túneles y bodegas  empleados para el almacenamiento y el refugio en tiempos de crisis.
Posteriormente las guerras de religión y unas devastadoras plagas de peste precipitaron su declive y a principios del s.XX el lugar estaba en avanzado estado de decadencia. Descubierto el lugar por artistas e intelectuales, comenzaron las obras de restauración a partir de los años cuarenta. Pero actualmente el pueblo depende totalmente del turismo, no queda nada de la prospera industria que enriqueció la ciudad en la antigüedad.
Recorría, ahora descendiendo, la Grand rue Raymond VII bordeada de un conjunto de magnificas casas medievales. En una pequeña plaza se hallaba la antigua iglesia de St-Michel con su alto campanario, junto a una torre con forma de atalaya.
La calle finalizaba en la Porte des Ormeaux; el acceso a la villa en el otro extremo de la Porte de Planol y último reducto de entrada a la villa. Si los asaltantes lograban superar los diferentes bastiones y puertas fortificadas se encontraban con la desagradable sorpresa al enfrentarse a los gruesos muros de sus torres. Los accesos a la ciudad disponían de unas estrechas puertas que se cerraban fácilmente con rastrillos.
Desde este lugar me encamine al tranquilo y solitario camino de ronda. Recorría un sendero que rodeaba la ciudad, entre la muralla y las fachadas, que se abrían al exterior. Desde este lugar observaba unas bellas vistas de la campiña circundante. Siguiendo este camino llegué a la Barbacana por la que accedí, al principio del relato, a la alta población. Y con gran pesar me despedí de la ciudad de la que Albert Camus escribió: "Todo es bello aquí, hasta el pensar".
En un último intento de permanencia en el recuerdo, ascendí a una colina cercana para contemplar una panorámica del pueblo elevándose por la colina. Imagen por la que a Cordes se le añadió recientemente el nombre de Cordes sur Ciel, una acertada descripción ya que parecía suspendida sobre el horizonte.

CASTELNAU-DE-MONTMIRAL

Llegué a esta pintoresca villa situada sobre un promontorio rocoso desde el que se domina el valle de la Vère y el bosque de Grésigne (ruta que seguiré al encuentro del río Aveyron). Castelnau de Montmiral, cuyo nombre original es "Castellum Novum Montis Mirabilis", de lógica traducción y una clara referencia a la vista que se obtiene desde este lugar. Lo que la señalaba en la antigüedad como un lugar importante de observación y vigilancia.
Esta antigua bastida, de pintoresca ubicación, fue fundada en el s.XIII por Raymond VII conde de Toulouse, para remplazar a una plaza fuerte destruida por los cruzados franceses en la conquista del condado de Toulouse.
Entré en la población por la maravillosa Place des Arcades; la plaza central característica de las bastidas del Suroeste francés. La plaza se hallaba delimitada en sus cuatro laterales por pórticos con arcadas ojivales y sobre estos pórticos se localizaban los pisos construidos con diferentes materiales en sus fachadas. De ladrillo y entramado de madera, de piedra y apoyados sobre columnas de piedra o madera.
Esta plaza, situada en el centro de la bastida, era una pequeña maravilla de la arquitectura medieval, íntima y agradable en un marco realmente excepcional. Extraordinaria como el propio pueblo, clasificado como "Les Plus Beaux Villages de France".
La plaza, siendo el núcleo principal turístico, mantenía su tipismo medieval conservado como en el s.XIII. Este es el lugar donde concurren todas las actividades comerciales y sociales, punto de encuentro de sus ciudadanos y de turistas y aun así era un remanso de paz. El cielo estaba despejado y hacía una tarde luminosa y cálida.
Recorrí el contorno de la plaza bajo las vigas sólidas y robustas del techo de sus pórticos, que proporcionaban una agradable sombra en este día con otro cielo  azul zafiro. Me introduje en sus calles, que eran realmente acogedoras y tranquilas, naturales y relativamente poco visitadas por turistas.
Este camino me hacía sentirme libre vagando al azar por callejones estrechos o pasadizos bajo antiguas mansiones  flanqueados de ancianas y venerables residencias de piedra o entramados de madera. 
La ciudad, tan ordenada y decorada, conjuntaba con el paisaje circundante donde huertos, prados y bosques verdeantes se presentaban ordenados y pujantes.
Esté paseo me condujo a la puerta Garric; la única puerta medieval que se conserva y un excelente ejemplo de la arquitectura militar medieval del s.XIII. Continué recorriendo sus callejones y pequeñas plazoletas donde la apariencia de las envejecidas piedras carecían del aspecto a decrepitud y abandono; gracias a acertadas restauraciones que han manteniendo la magia de antaño.
Como siempre en estos pueblos franceses los vecinos participan activamente poniendo flores, decorando sus calles junto a la limpieza y la belleza de sus fachadas.
Castelnau de Montmirail, encaramada orgullosamente sobre esta roca, era también un magnifico mirador que ofrecía unas vistas maravillosas. El panorama que me proporcionaba, subido sobre esta atalaya, era el de un fértil y rico valle en un entorno de naturaleza radiante de cultivos, bosques y colinas.
Desde esta altura se justifica la impresión de fortaleza inexpugnable; que a lo largo de la violenta historia del Midi francés resistió los embates del inglés durante la guerra de los cien años y las cruentas guerras de religión.
Después de sobrevivir cinco siglos de las acometidas de la historia, la revolución francesa altero el aspecto de La bastida demoliendo el castillo y parte de sus fortificaciones en 1819.

PUYCELSI

Al oeste del bosque de Grèsigne, entre el valle de Tarn, el Vere y Aveyron, se elevaba rodeada por sus baluartes y sobre una gran plataforma rocosa en el pico dominante del valle de Vere la villa fortificada de Puycelsi. El panorama era extraordinario; construida a gran altura sobre una enorme peñón y rodeada de 850 metros de murallas, armonizaba con su entorno natural de valles, colinas y densos bosques.
Subiendo por una fuerte pendiente, la carretera serpenteaba  en un largo recorrido por  un paraje natural de bosques y verdor. Al final, asomaba la imagen de Puycelsi, destacando sobre el azul del horizonte e increíblemente situada como en un nido de águilas.
El sol, que centelleaba sobre el blanco de sus murallas y los edificios que despuntaban por encima de sus almenas, creaba una fascinadora ilusión... y sentía el sonido de una voz que me hablaba de mitos, de magia y de hazañas guerreras.
El parquin para la visita se localizaba un poco por debajo de la ciudad. Un lugar tranquilo y estupendo para la pernocta.
Desde el parquin ascendía por un sendero, paralelo a la carretera, que me acercaba a la ciudad. Alcancé el sistema defensivo con sus muros, torres, almenas y saeteras que parecían tan amenazadoras como en la antigüedad.
Llegué al adarve que protegía la entrada y que me encauzaba, en zigzag hacia la primera puerta; al pie de la amenazadora Tour Prisión. Subía, cercado por las murallas defensivas, para franquear la segunda puerta; también defendida por otra torre y acceder al interior de la ciudad.
Atravesada esta última puerta defensiva irrumpí en sus estrechas calles con encantadoras casas del s.XIV depositarias de una hermosa arquitectura. Bordeaban los callejones un bello conjunto de mansiones de piedra, fachadas con entramado de madera, arcos ojivales y pisos en saledizos, un claro ejemplo de las casas medievales del Midi Francés.
Puycelsi ha conservado intacto el encanto y el misterio de las bastidas medievales y paseando por sus callejones la ciudad me ofrecía sus interesantes y pintorescas mansiones magníficamente remodeladas y bellamente decoradas  con arreglos florales.
El ambiente era tranquilo, y al contrario de Cordes, parecía inalterada por el turismo... por lo que Puycelsi era como un salto al pasado. Recorriendo sus calles, pequeños jardines, rincones y plazoletas volaba mi imaginación y soñaba con ricos mercaderes transitando por  sus calles, aldeanos arrastrando carros con sus cosechas, en los bajos trabajaban los diferentes oficios y la guardia hacia la ronda.
Los condes de Toulouse fortificaron el lugar; y la población, leal a Occitania, soporto en dos ocasiones el asedio de la cruzada contra los cataros y el condado de Toulouse. El propio Simon de Montfort, líder de las tropas francesas, victorioso de todos asedios contra castillos y poblaciones, fracaso en esta conquista.
El tratado de Meaux en 1229, que marco el final de la cruzada albigense y en la reconciliación de Raymond VII con el rey Louis IX, se estipulo que 25 ciudades que habían resistido a Francia debían ser destruidas. Puycelsi fue una de las elegidas comenzando entonces el desmantelamiento de la aldea y sus fortificaciones.
Durante la guerra de los cien años resistió a los ingleses y en las guerras de religión defendió al catolicismo contra el avance de los hugonotes. Resistiendo el tiempo y una larga  historia agitada de frecuentes asedios parece un milagro que subsistan tantos elementos de la antigua fortificación.
En los años 20 el pueblo se vacía de habitantes, se empobrece y las casas comienzan a caer en el abandono. A principios de los años 60 los veraneantes comenzaron a rehabilitar las mansiones y les siguieron los vecinos y habitantes de las proximidades.
Las casas góticas o renacentistas recuperaron este espectacular aspecto de la opulencia que tuvo Puycelsi en el pasado. Y gracias a este magnífico trabajo hoy forma parte de la excelencia de pertenecer a "Les Plus Beaux Villages de France".
La muralla, que rodea la ciudad, posee un adarve que me permitió recorrer todo el perímetro de la fortaleza ofreciéndome unas vistas magnificas de 360º del paisaje que circundaba a Puycelsi. Era un encantador recorrido de 800 metros de murallas que con miradores y paneles informativos que me orientaban sobre la historia de la ciudad y el paisaje.
Desde este lugar, de calma y piedra caliza, contemplaba atónito una vista de la campiña llena de árboles y pastos; todo ello ubicado en el valle de Audoulou, de un verde intenso. Una cambiante naturaleza del paisaje, unas veces eran despejadas llanuras, otras bosques profundos y oscuros, aquí y allá buenas tierras de granjas mezcladas con bosques y colinas que se elevaban al fondo.... Y al atardecer las copas de los arboles resplandecían con un tono anaranjado bajo el menguante sol. Empezaron a verse las primeras estrellas y de camino al parquin recorría silenciosos callejones bajo luces vagas y amarillas de las farolas.
En armonía con su entorno natural, Puycelsi ofrece un el hermoso panorama del bosque de Grèsigne; que se encuentra en la ribera izquierda del Aveyron y en los confines del departamento del Tarn. Siendo el bosque más grande del Midi-pyrénées, compuesto de castaños, robles y coníferas. Durante los siglos 17 y 18 fue de propiedad real y se usaba para construir y equipar los navíos. Los caminos actuales en el interior del bosque  datan de esta época. Pueblo y bosque siempre han estado ligados y los habitantes de Puycelsi tenían el privilegio de usar la madera real para la construcción de viviendas y la fabricación de barriles, herramientas o leña.

BRUNIQUEL

Después de virar en una curva, asomó en una bonita panorámica, la imagen de este hermoso pueblo medieval encaramado sobre un acantilado de 100 metros de altura sobre el valle del Aveyron.
Bruniquel se aferraba en la ladera de la montaña y los pequeños espacios lineales entre sus tejados, me sugerían los sinuosos recorridos de las callejuelas que subían a lo alto. El hermoso conjunto aparecía coronado por dos castillos. El sitio era bonito, mágico... en un entorno verde y de un esplendor natural.
Estacioné en los párquines próximos al cementerio, y que a la noche se pueden usar como lugar de pernocta. La oficina de turismo se hallaba enfrente de la original iglesia; que aun con su arcaico aspecto solo data del s.XIX.
Después de agenciarme un plano, con el recorrido de la visita a esta bonita de la localidad, emprendí la subida por la Rue de L'Hopital que me conducía a la Place de L'Horloge. Esta pequeña plaza, con un antiguo pozo, se encontraba bordeada de bellos edificios y la porte Méjane. Al atravesar la antigua puerta fortificada me envió, como en un viaje en el tiempo, a una remota época. 
Bruniquel conservaba su alma medieval con un dédalo de callejones en pendiente, puertas y pasadizos. Restos de fortificaciones, viejas casas de piedra o madera, torreones, arqueadas puertas, calles florales.
Una multitud de detalles que seducían, creando un estado de ánimo, una atmosfera, una belleza que dejaría una impresión duradera.
Recorría un laberinto de calles estrechas y empinadas salpicadas de fachadas ornamentadas; puertas y ventanas germinadas encaradas en edificios de bellísima arquitectura de los siglos 15 al 17.
Todo cautivaba la mirada, una multitud de detalles. Los adoquines de la calle, las viejas tablas de las puertas, figuras talladas o el olor de... Miles de plantas y flores colmaban sus calles... las fachadas de las mansiones se encontraban envueltas por una trama intricada de plantas trepadoras. Todo era un asombroso jardín de embriagadores aromas que saturaban el ambiente de brillo y frescor.
Todo invitaba aquí a la exploración de incalculables rincones. Avanzaba, subiendo y bajando empinadas escaleras y callejuelas, perdido en mis pensamientos contemplativos. Los turistas recorrían este lugar con un respeto místico, espiritual, hablaban en susurros como si se tratase del interior de una catedral. Y como en una inmersión en la historia, en este maravilloso lugar se respiraba un aire diferente, tranquilo, sereno y relajante. Una calma de serenidad increíble para un pueblo catalogado como "Les Plus Beaux Villages de France".
Me aproximé  a una terraza sobre el esplendor natural de las gargantas del Aveyron... Y reposando, a la sombra de sus árboles, me sacudí del agotamiento físico y emocional de las últimas semanas. Y terminé el viaje.

Iosaneta

Los dientes rallando el parquet, usted .baba me entiende...
Salud.2
Iosaneta III - Iosaneta IV

LA VIDA ES UN MISTERIO A DESCUBRIR, NO UN PROBLEMA A RESOLVER.

durruti1

Gracias por compartir.
Todos los veranos paso cerca, a ver si este le dedico más tiempo que es muy bonita esa zona. ;)

kikoleioa

Brutal, y alado de casa! lo mejor es que parece una zona tranquila y que no tiene muchas aglomeraciones de gente (igual en verano aquello es un caos). bonita zona para primavera / otoño

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Muchas gracias por el trabajo y compartirlo, precioso viaje

triptrafic

Hola  ;)

.fotografoAlbum LOZERE Y AVEYRON  .fotografo

https://onedrive.live.com/?authkey=%21AM2ldKma_IG5vGY&id=F43A01787E5FCA98%211008&cid=F43A01787E5FCA98

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ION LUZEA

Cita de: kikoleioa en Marzo 15, 2017, 17:03:01 pm
Brutal, y alado de casa! lo mejor es que parece una zona tranquila y que no tiene muchas aglomeraciones de gente (igual en verano aquello es un caos). bonita zona para primavera / otoño


Saludos
El viaje (o viajes, ya que el relato es una fusión de dos viajes) están realizados en las  dos ultimas semanas de Julio (total cuatro semanas), cabalgando con el primer fin de semana de Agosto.

Merci a los comentarios.

ION LUZEA

Cita de: triptrafic en Marzo 18, 2017, 16:57:17 pm
Hola  ;)

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Saludos al pays d'Oc

Bonita tierra, gentes, paisaje, cultura e historia.

tra´fi:k

Esta crónica es clavadita a esta otra, no?: https://www.furgovw.org/foro/index.php?topic=266683.0
No se si es que has hecho dos veces el mismo recorrido o es que has hecho 2 crónicas de un mismo viaje.
Declaración Universal de los Derechos del Hombre:
Art.4: la libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás.
(...)



Mis viajes

ION LUZEA

Cita de: tra´fi:k en Septiembre 02, 2019, 09:43:31 amEsta crónica es clavadita a esta otra, no?: https://www.furgovw.org/foro/index.php?topic=266683.0
No se si es que has hecho dos veces el mismo recorrido o es que has hecho 2 crónicas de un mismo viaje.

Saludos

lo que aparece publicado antiguo era un esquema de un viaje...se archivo en relatos de viajes, pero era un sencillo esquema.
Este es un relato completo del viaje en el que doy mas detalles pueblo a pueblo. Y como publico muchas fotos, el sistema del foro me parece muy complicado para su publicación. pero como participo en otra web he incluido, al principio, el enlace con el relato publicado, en bonito y colores, con todas las fotos...un monton...