HASTA RUSIA SIN VISADO: EL DIARIO (25d) ***AÑADIDO AL INDICE***

Iniciado por viano, Octubre 26, 2006, 13:37:20 pm

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viano

Octubre 26, 2006, 13:37:20 pm Ultima modificación: Marzo 28, 2021, 11:54:22 am por Kenar
Nota de la moderación, 27-03-2021: A pesar de que se han perdido las fotografías originales del relato (subidas en su día a "imageshack"), se puede ver la crónica completa en el enlace que, a continuación, nos ofrece su autor.

Muchas gracias, Viano
;) 



Para imprimir todo el viaje como texto en formato seguido, y para ver mejor las fotos y las actualizaciones que he retocado pulsa aquí.

Si tu conexión a internet no es muy rápida, también puedes ver las etapas una a una:

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Las estadísticas:

Vehículo: Mercedes-Benz Viano Marco Polo 3.2, versión 2004
Km totales: 8899

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Duración: 25 días (del 24 SEP al 19 OCT 2006)
Países en tránsito: 8
Monedas utilizadas: 4 (EUR, CHF, PLZ, LTL)
Poblaciones visitadas: 74
Presupuesto íntegro todo incluído 2 personas 25 días: 4100 € (82 € persona/día combustible, comidas, compras y extras)

El estilo:

Quiero disculparme, antes de todo, primero por no saber resumir mejor lo vivido en estos días: muchos de los sucedidos os pueden resultar irrelevantes e incluso obscenos; y de otro lado, por la visión ofrecida de los lugares, las personas y las circunstancias, que necesariamente es subjetiva, opinable y en todo caso enfocada a nuestro modo, que seguramente no es el mejor, pero es el nuestro.

Si alguno consigue llegar hasta el final de tirón, que me escriba para incluirlo, agradecido, en mis últimas voluntades...

Hay que reconocer que la manera de viajar que solemos practicar no es muy estándar. No sólo porque moverse en camper como hacemos los foreros es ya una opción minoritaria y hasta mal vista, sino también porque nos resulta muy apetecible viajar de madrugada, sin tráfico (y sin calor en verano); dormir por la mañana, el mejor antirrobo; vivir las ciudades por la tarde, cuando más ebullen; y patearlas  o entregarnos a sus solaces cuando destilan esencia, en la noche. ¿Alguien recuerda haberse sentado en una terraza de la Plaza de San Marcos de Venecia completamente en soledad? Nosotros sí.

Ello tiene varios inconvenientes: el más serio es encontrarse muchos atractivos fuera de su horario de visita. Hay veces que ni puedes verlos por fuera. También el tener que tirar de fast-food porque los comederos decentes ya tienen cerrada la cocina.

Pero hace brillar diversas ventajas como que nadie te abrase con el claxon las mil veces que uno se equivoca de carril o dirección en tan desconocidos parajes. Y, ¿qué me decís de aparcar sin más trámite a la puerta de cualquier cosa del centro sin que te cueste un céntimo? O escoger el sitio en el aparcamiento de lo que vamos a visitar al día siguiente. Adiós a los atascos de mañana y tarde.

Si te dejas cosas por ver, ya hay excusa para volver en otra ocasión. Al fin y al cabo, la joya de cualquier pinacoteca seguirá en su sitio veinte años después. Sin embargo, nuestros veinte años (en cada pata) no volverán jamás. Es el momento de darle gustito al cuerpo. Después lo demás.

La aventura:

Viajar es más un concepto que un hecho. Es aventurarse a lo desconocido, aunque se repita lugar.

Para nosotros es coger las llaves, la cartera, y algún manual de superviviencia. Las guías, la comida, la ropa... ya están por defecto en la furgo. Podría resumirse en la ingenua pregunta de mi carnicera el día antes de empezar el periplo:

-Oye, ¿y por qué carretera se va a Rusia?- decía metiendo un poco de jamón de Salamanca en cada envase al vacío. 
-Pues, mujer: por la de Valladolid...

Los prejuicios:

Los escenarios apocalípticos que nos dibujan los telediarios sobre según qué sitios tiran a la gente para atrás. Con lo a gusto que se está en casa...

Para mucha gente, Euskadi es un lugar en guerra al que es peligroso desplazarse. Conozco a varios que piensan así. Sin embargo el viaje demuestra que en el centro de Barcelona, Alicante o Sevilla se respetan menos tus propiedades que en Zagreb o Budapest. ¿No seremos nosotros los peligrosos?

El idioma:

Otro acojone que aborta muchísimos viajes es esa ensalada infame de acentos sobre impronunciables consonantes, oes partidas por la mitad y zetas con cuernos. Es más el ruido que las nueces. Con muy poco de inglés, los dedos de la mano y algún billete no se te sube a la chepa ninguna cajera de supermercado ni gasolinero. Ni aduanero, ni camarero. Para los casos más graves (¿quién se pone a estudiar húngaro o polaco?) bastan unos cuantos folios con la pronunciación figurada de unas cien expresiones frecuentes (saludar, pedir cosas, números, comidas, preguntar una dirección...) que puede uno bajarse en un momento de cualquier web sobre el tema.

El dichoso avión:

Hay sitios que no hay más remedio que alcanzar así. Para los demás, nada puede compararse con ir viendo cómo los lineales de los hiper se metamorfosean lentamente. Los yogures adquieren extrañas formas ovales y aumentan de peso neto. ¿Por qué los del LIDL pesan el doble que los Danone? Los precios del salmón ahumado se tiran en picado todo lo que se estiran los del aceite de oliva. Y los panes, ¡ay los panes! Eso es la quintaesencia de los pueblos. Quien no los va probando todos, no ha estado en ninguna parte...

Cómo va a ser lo mismo aterrizar en Helsinki que ir llegando poco a poco con una furgo... viendo el cambio de luz, de tez, de acento, de vida... Un vuelo es como trasplantar una maceta de la tundra a la selva. O al revés...

Los objetivos:

Nos proponemos llegar de alguna manera hasta Rusia. En la embajada nos han informado del sinfín de trámites que se necesitan para tan sólo entrar en el primer pueblo tras alguna frontera (pedir cita, ir personalmente a Madrid, hacerse las fotos, pagar más de 100 € cada uno, rellenar varios impresos, declarar la ruta, aportar reserva confirmada de hotel...). Así es que tenemos claro que regularmente no va a ser. Tampoco nos importaría intentarlo con Bielorrusia. Aunque, bien mirado, las policías en las dictaduras tiñen sus actos con menos poesía.

Lo que sí tenemos claro es que deseamos ver con cierto detalle algunos de los escenarios más importantes de la Segunda Guerra Mundial en Polonia y de la Guerra Fría entre las dos superpotencias. Y también nos haría ilusión empezar a visitar las tres repúblicas bálticas por la más desfavorecida: Lituania, la que está más al sur. Que sean ya comunitarias nos lo pone más fácil.

La última vez que estuvimos en Polonia, con el viejo Renault 21, fue una fugaz incursión a los pueblos de la frontera oeste, a la altura de Frankfurt del Oder. Vimos caminos de cabras, mucha pobreza y tuvimos un incidente de tráfico cuando, por hacer en Slubice un giro que seguramente no estaba permitido, nos retuvo unos minutos la policía.

Estamos seguros de que ésa no puede ser la imagen correcta del país. Hay mucho por descubrir...

1
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Bueno, pues el relato de este periplo comienza de una guisa muy convencional: despedirse de amigos y vecinos y, a falta de retoños, darle las últimas pasadas por el lomo a las mascotas.

Son dos gatitas de raza común europea. Es decir: sin raza. Una muy tontorrona, fiada y cariñosa. Parece un perro pequeño. Se llama Elena.

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La otra, lista como ella sola, esquiva y solitaria. Como ya habréis deducido, responde por Cristina.

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Quizá si adoptásemos otra más, también lista y trepadora, la llamaríamos Letizia, con zeta.

Bien cargada de gasolina de 98 en el surtidor del Leclerc, la más interesante de esta provincia, ponemos proa hacia Vizcaya.

En el maletero algunos mapas de carreteras de Polonia y de las principales ciudades porque el disco del navegador (el de 2005) no trae todavía los países del Este, excepto Chequia. Y no hay ganas de comprar por 400 € los de este año. También hay lo que nos ha mandado por correo la oficina de turismo polaca en Madrid.

De Lituania, nada. Ni planos, ni vocabulario, ni divisas. Quién sabe si llegaremos.

En la guantera un par de tarjetas MasterCard, una de débito (la de la caja de ahorros del barrio) y otra de crédito (la del RACC, que con las compras acumula noches gratis en Paradores). Y una VISA por si falla alguna de las otras. En efectivo, 600 € en euros, 300 € en zlotis polacos y 200 € en francos suizos, encargados la semana anterior.

A los que vivís alrededor, os interesa saber que la gasolinera del Leclerc de Miranda de Ebro es, en las últimas comparativas, una de las más baratas del país. Nosotros solemos abrevar allí si usamos la zona de la AP1. Además, en la cafetería del hiper dan un interesante menú.

Lástima que ese día fuese domingo porque los dispensadores automáticos de tarjetas funcionan mal y siempe nos rechazan las nuestras. Quizá porque no son con chip, las más extendidas en Francia. Así es que nos conformamos con la del área de servicio de Quintanapalla, cerca de Burgos.

Esta etapa de transición termina acoplando felizmente la furgo en el garaje subterráneo de la cuñada en el erandiotarra barrio de Astrabudúa.

A pesar de la mala fama que arrastra en general la figura de la cuñada, ésta es un encanto capaz de rellenar y hornear una merluza del Eroski y acabar la jornada en animada conversación.

2
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Pasar por Vizcaya siempre merece la pena. Así es que madrugamos para ir de librerías por el casco viejo de Bilbao, comprar algo de lotería de navidad por si acaso en la administración número dos del 19 de la calle Tendería. Allí hay una curiosa colección de décimos capicúas integrales de los años ochenta pasados.

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Con alguna compra más y una rápida pasada para ver cómo están reformando el mercado de La Ribera se nos llegó la hora de comer; o, mejor dicho, la de hacer la comida donde la anfitriona, porque me tuve que currar la paella que, como pasa siempre, pudo haber salido mejor...

Al volver en el metro nos asalta la anécdota del día: un marido pasea por la Gran Vía con el teléfono de una mano

-No, cariño, estoy aquí en Bilbao, aburrido...

y bien agarradita de la otra a una voluptuosa rubia recién entrada en nómina.

La escena, a las puertas del ascensor del metro, es seguida con todo el interés por una ancianita no por provecta menos espabilada que nada más entrar en el cajón soltó en voz alta en ese entrañable acento bilbaíno:

-Los móviles ya son una alcahuetería.

Todos nos reímos con ganas. Es así la vida.

Cumplimentada la familia y repostado y lavado el coche en el Alcampo de Irún, en la AP8, una voluntariosa comercial se nos acerca al coche antes de pasar por las cajas. Nos lo hizo tan bien que consiguió que nos apuntáramos a la tarjeta del hiper, esa de los descuentos. Total, nos viene bien para todas las veces que solemos subir de fiesta a Biarritz.

Adonde llegamos una media hora después. En el paso fronterizo, como casi siempre desde hace meses, la famosa huelga encubierta por la que las policías hacen bastante la vista gorda a todo lo que pasa, justo lo contario de cómo se portan en La Jonquera, a la otra punta de la cordillera.

Los acordes de La Marsellesa, tal vez el himno más bonito de los nacionales, inunda el habitáculo durante 20 segundos. ¡Ah! Se me olvidaba decir que en los viajes internacionales llevamos descargados en MP3 los de los países a visitar y, en el crítico momento de atravesar la frontera, escuchamos el del país que nos recibe.

Es un poco horterada, pero hace bonito. Diferente. Es incluso emocionante alguna vez, sobre todo al volver a España después de miles de kilómetros fuera.

Biarritz es un destino algo subidito de precios y siempre glamuroso en condiciones normales. De las que no gozaba en absoluto un pobre conductor ya de cierta edad que se había despistado en el peaje y estaba a punto de ocasionar una carnicería.

Veamos la situación: Éste es el plano del enlace suroeste 4 de Biarritz sobre la autopista A63. En el eje horizontal se ven las calzadas principales de San Sebastián a Burdeos. Esta salida es la típica que tiene una barrera para los vehículos que circulan en tránsito, y otra específica para los que salen y entran en ese punto a la ciudad.



Pues bien, por las apreciaciones que creimos entender, el suceso debió de suceder así: un vehículo procedente del lado San Sebastián, tras abonar el peaje de tránsito, decidió o bien pararse a descansar en lo que creyó acceso a un área, o bien entrar en Biarritz pensando que le bastaba girar a la derecha en la primera ocasión posible. Y lo que hizo en realidad es acceder en dirección prohibida por un bucle que sirve para que los vehículos que acaban de entrar por el peaje de la ciudad accedan a la calzada sentido Burdeos.



Por los restos de cristales que había en el suelo y la posición en la que estaba el coche siniestrado, parcialmente colisionado contra la mediana de hormigón por la aleta delantera derecha, en su inocente avance por dirección prohibida debió de encontrarse con alguno de los coches que por su carril avanzaban correctamente. Y trató de esquivarlo arrimándose lo más posible a su derecha. El otro conductor, en plena aceleración y en curva cerrada, como mucho, debió de pararse una vez alcanzada la calzada principal y no en ese peligroso punto.



Pasados unos instantes de esta hipótesis de trabajo, llegamos nosotros procedentes de San Sebastián y tomamos la salida que nos conducía al peaje de entrada en Biarritz, puesto que no deseábamos usar el de tránsito hacia Burdeos. Allí, al otro lado del parapeto en curva vimos la situación



y no pudimos más que avisar continuamente con el alumbrado de carretera a unos cinco o seis vehículos que entraban por el peaje y se dirigían deprisa y fatalmente contra el pastel, que casi obstruía la calzada entera.



Antes de pagar, con excitación, avisamos en nuestro francés de instituto a la operadora para que cerrara las barreras y diese la alarma, cosa que hizo en el acto. Ignoramos ya la suerte del encontronazo de todos los que iban hacia la curva, pero horas después, cuando abandonamos este bello enclave de la costa vascofrancesa, nos dijeron simplemente que ya estaba todo arreglado, aunque quedaban restos de la batalla por el asfalto.

Cosas que pasan... Y menos mal que casi no había tráfico...

¿Qué decir de una playa de aristocráticos palacetes, farallones rocosos que iluminan cada noche la negrura del Cantábrico sobre la que destaca ese Casino mítico rodeado de hoteles de película romántica?

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Y de sus olas... no creo que haya surferos que no se hayan acercado alguna vez al otro lado del imponente faro blanco, en la playa de La Chambre d'Amour, en Anglet.

Allí hay furgos preparadas de todos los gustos llenas de tablas y neoprenos.

Nos gusta venir más o menos todos los trimestres a comer por aquí. Inexcusable siempre también una visita a la confitería Mandion, que es sublime en todos los aspectos.

Ya he explicado en privado a varios foreros un lugar furgoperfecto al que siempre volvemos y del que nunca nos cansaremos, sobre un acantilado, rodeado de paz, sin prohibiciones y con unas vistas sobre las aguas de las que no se olvidan.

En él dimos cuenta de la cena mientras la lluvia se empeñaba en atormentar la fibra de vidrio de nuestro techo.

Vueltos a la ruta, a la altura del área de descanso de Lacq-Audejos, en la A64, el sueño nos vence. Comienza nuestra pernocta número 208ª en la Marco Polo.

Estamos solos en el aparcamiento. Claro: es lunes. La autopista suena muy a lo lejos con un rumor de tarde en tarde. Al fondo, la cumbre del Pic du Midi. Buenas noches...
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viano

Octubre 26, 2006, 13:40:53 pm #1 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:11:26 pm por viano


Al despertar nos encontramos rodeados de familias entregadas a sus pic-nics. Como la envidia todo lo corroe, hecha la compra en el Intermarché del siguiente pueblo grande (St Gaudens), que encontramos gracias a la amable colaboración de la operadora del peaje de la autopista, almorzamos en la furgo en un lateral de su aparcamiento con las cumbres como fondo.

De ver la tele, nada. La nuestra, como casi todas en España, está adherida al sistema PAL/NTSC, mientras que en Francia se difunde en SECAM.

Tras repostar con un buen descuento en la propia station essence del sitio, nos enfrentamos  a un fenómeno paranormal al volver a la autopista: tras recorrer unos treinta kilómetros desde donde la operadora nos había indicado, nos la volvemos a encontrar en otra barrera.

-Mira, ¡es la misma tía de antes!

Para más confirmación, motu proprio, la misteriosa piba nos pregunta si nos habíamos apañado bien para encontrar el Intermarché. Invadidos por la aprensión, empezamos a temernos que, caída la noche, nos aparezca en el asiento de atrás como chica de la curva diciéndonos lo de aquí me maté yo para luego desaparecer...  Glups...

Como ya hemos ido muchas veces a Toulouse y la hora del atasco monumental en la rocade (circunvalación) no acompaña, la A61, autopista de los Dos Mares, dirección Carcasonne, nos dice cómeme y entramos al trapo.

A nuestra derecha, cinco años después, continúan abandonados junto a un caudaloso Garona los restos del terrible siniestro ocurrido en la Fábrica de Fertilizantes Químicos AZF a las 10:18 horas del 21 de septiembre de 2001.

Poca gente en Europa le dio importancia a este suceso porque estaba muy reciente lo de sólo diez días antes en el World Trade Center de Nueva York. Pero el cráter de 30 metros de diámetro y diez de profundidad en el suelo del hangar 221 de la planta todavía hoy recuerda que allí murieron 30 personas y resultaron heridas nada menos que nueve mil. 228 millones de euros ha costado reconstruir todo el barrio que la onda expansiva arrasó literalmente.

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La investigación concluyó que un empleado de una subcontrata, por error, confundió un saco de 500 kg de productos clorados (DCCNA) con granulados de nitratos y lo vertió sobre el stock de amonitratos un cuarto de hora antes. Entonces, la mezcla se transformó en tricloruro de nitrógeno, un gas inestable que explota a temperatura ambiente.

Nos horroriza pensar en los que murieron en plena hora punta en esta misma circunvalación, que pasa a escasos cien metros del epicentro de la tragedia aplastados en sus propios coches bajo los cascotes de la fábrica caídos del cielo...

Tras reposar de tanto kilómetro en el área del Canal de Midi,

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una buena recreación de la vía de comunicación acuática más importante del sur de Francia (une indirectamente el Mediterráneo con el Atlántico),

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la estampa de Exin Castillos hecho realidad de la doble muralla de Carcasonne corre a lo lejos. Pasamos Montpellier y una cena rápida nos repone en el área de descanso de St Aunès, ya en la A9. En otra, con los grifos más accesibles, rellenamos la furgo de agua. Y en la de Montelimar, célebre por sus turrones tipo Alicante, que tiene un bosquecillo bastante apartado de las calzadas, despachamos en el móvil la cuenta de correo y nos acostamos sin ninguna compañía.



Cumplidas las urgencias matinales en los baños del área, muy limpios por cuanto no es verano, al volver al Viano veo que tenemos casi al lado una caravana holandesa con bola con un matrimonio entrado en la sexta década. De la puerta abierta sale un olor a café recien hecho que subyuga.

Nos hacemos en un rato clientes del hipermercado Géant de Valence y de su económica gasolinera. Y nos comemos la merluza estupenda que nos cortó su pescadera en un área de la A7 antes de llegar a un Lyon con los accesos atascados.

Tenemos la intención, como  la ruta hasta Polonia está muy trillada de otras veces, de hacer etapas largas sin entrar demasiado en localidades conocidas como ésta: así podremos aprovechar más días el circuito polaco.

Así es que de las dos opciones que hay para alcanzar Ginebra, optamos por la que llaman Autopista de los Titanes (A40/A42), muchos de cuyos tramos son volados, en curva y con calzadas escalonadas. Todo lo explican muy bien en un área de descanso con museo automatizado, más o menos en el punto medio.

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En la siguiente, en cuanto se marchó una señora que aliviaba los reservorios de su perro, nos duchamos en una esquina arbolada muy codificada. 23ºC.

En la aduana suiza, nuestro aspecto de furgón de carga levanta las sospechas de los agentes, quienes nos apartan de la cola para freirnos a preguntas sobre origen, destino, profesión, motivo del viaje, mercancías, aparte del control de documentos personales y del vehículo, que no registran tras la pronunciación de las palabras mágicas:

-C'est un camping-car.

Algunos ya sabéis que las autopistas suizas son gratuitas y excelentes. Pero si vas a usar alguno de sus tramos durante la estancia en el país, hay que pegar en el ángulo superior interior del parabrisas en el lado del conductor una pegatina que no puede quitarse sin autodestruirse llamada la vignette.

Esto también sucede, entre otros, en A, H, CZ y SK. Y en cada uno se pega en un punto distinto, sobre los que no voy a abundar, pero que permite la coexistencia pacífica de los cinco pegotes si el viaje está pensado por toda la zona.

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Mientras es esos últimos países se puede comprar la que vale para una semana, un mes o todo el año, en la Confederación Helvética, gente lista, es obligatoria la de todo el año. No hay otra. Aunque sólo vayas a pasar la variante de Ginebra.

Un guardia suizo, menos vistoso que los de Su Santidad, que luego resultaría ser madrileño, una vez nos soltaron sus colegas, se nos arrimó para vendernos la de 2006 en cuanto retiramos la del año pasado.

Y menos mal que era enrollao en la apariencia, porque en el fondo, tal vez obedeciendo instrucciones, se comportó como un banquero sin escrúpulos: quiso cobrarnos los 40 CHF de su precio, o bien 30 €, cuando todo el mundo sabe que esos francos se consiguen con 25 €. De no haber llevado divisas precompradas, cinco euros hubieran sido para el bote. ¡Cómo estudian...!

Camino del norte del país, en Founex, en unos unifamiliares con vistas al lago Léman, nos esperaba un viejo amigo a cuya mesa cenamos antes de avanzar hasta Friburgo.

En un área de descanso con una barra de gálibo que rezaba 2 m pero estaba mal calibrada (la sorteamos entrando por el carril de salida), pernoctamos no muy lejos de un coche de matrícula rumana en el que dormían hacinados un montón de ellos. El resto de la tripulación lo hacía ¡en el suelo del WC! para resguardarse del ralente de los Alpes.

Las botellas vacías ya de bebida del techo del auto fue la última estampa antes de caer rendidos.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:42:41 pm #2 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:14:20 pm por viano


Como, a semejanza del diestro de Cartagena, estábamos tan a gustito, la mañana se dedicó a las labores hogareñas en la Marco Polo hasta que la realidad nos hizo comprender que nuestro destino no era permanecer allí eternamente.

Una comida en el el bosque de Hallenstrasse,



la prolongación de Langstrasse; un repostaje donde la gasolina vale menos que el gasóleo;



un estacionamiento en un callejón secreto donde por arte de magia no está nada prohibido ni tiene uno por qué meter monedas donde no quiere; y una visita al ciber, fueron los siguiente pasos de una Berna más que animada.

El que quiera saber de este lugar furgoperfecto cuando vaya por allí, que lo pregunte y se lo explico encantado.

La pizzería familiar Mappamondo, allí al lado, la única de este sector que cierra a las tantas su cocina, nos hizo el favor de darnos de cenar, sin que destacara en especial ningún plato. Luego a patear el Rosergarten con sus fantásticas vistas del casco viejo.

La autopista llega a Zurigo, la ciudad de los bancos que todo el mundo conoce por Zurich, por entre enormes barrios residenciales que nos sirvieron para llenar de gasolina. De allí a tomar el último refrigerio del día en el Arboretum, un bonito parque rodeado del puerto de recreo sobre el lago.

Un poco más de valor nos lanzó hasta la triple frontera de St Margretten, donde en diez minutos se puede estar en Suiza, en Austria (Bregenz) y en Alemania (Lindau).

El aduanero austricaco, con cara de anuncio de sierras de calar de Leroy&Merlin, se desadormiló con retraso (casi pasamos sin detenernos). Miró de reojo los deneíes, pensó que ser español era sinónimo de cachondeo y añadió con sonrisita pícara:

-¿Qué? ¿A la Oktoberfest, no?
-Pues no. Vamos a Lituania.
-¡A Lituania? ¿En coche? ¡Uf! Bueno, bueno...


Luego pronuncié el conjuro mágico para evitar el registro:

-Das ist eine Wohnmobil- y el sapo se convirtió en príncipe de repente, como en el cuento de Blancanieves: Nos despachó en un instante.

La dichosa Oktoberfest es un sarao multitudinario al que se entregan los muniqueses durante quince frenéticos días, con sus noches, llenos de etanol, desde el último fin de semana de cada septiembre.

Como en Baviera, destilado puro de la Alemania del sur, Andalucía centroeuropea en su estado esencial, hace todavía bueno durante las horas de sol, prolongan el gozo del verano en una especie de Feria de Abril sin farolillos, pero con galernas de cerveza, salchichas y repollo ácido.

Como ya habíamos estado un par de veces en München, a la que, con gran acierto etimológico, llaman los italianos Mónaco di Baviera, agotada ya la vista por tantos faros circulando en sentido contrario, nos paramos a dormir en Wangen im Algau, en el coqueto aparcamiento del templo de los testigos de Jehová, de cuidados parterres florales.



La tranquila vida de barrio con niños volviendo del cole, señoras peripuestas con tacones pero llevando su compra en la cesta de la bici, y un tímido sol que nos ha ahorrado casi todo el viaje el encender la calefacción independiente, nos hizo volver a la carga.

Concretamente a las cargadas autopistas A96 y A7, con varios tramos de retenciones por obras y sentidos únicos. Lo bueno de conducir vehículos-vivienda es que cuando el tráfico te toca los webs, tú te paras y haces vida normal. Sin estresarse.

Lo que hicimos fue comer cerca de Ulm, patria chica de don Alberto Einstein, la de la catedral de única y bellísima aguja que puede verse desde kilómetros a la redonda.

Descansado también el cuerpo en otras áreas y ya casi a las puertas de Nürnberg, empezamos a darnos cuenta de que lo ventajoso en esta región es darle de beber al motor donde esté la marca Aral, unas gasolineras completamente azules.

Lo primero que nos pillaba de paso fueron las inmensas explanadas Zeppelinfeld, de contornos inacabados, donde se celebraban durante el auge del partido nacionalsocialista alemán en los años 30 pasados sus multitudinarias concentraciones de hasta cien mil personas.

Ahí, en quizá la más típicamente alemana de las poblaciones,



patria de otro Alberto, el pintor Durero, cuya casa se conserva,

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algo así como la Castilla la Vieja germánica, se daba el perfecto caldo de cultivo para la exaltación de aquella ideología proaria, patriótica y fascista de batallones alineados.



En esta plaza también, acabada la última gran conflagración mundial, se sentenciaron por un tribunal internacional los crímenes de guerra cometidos por el gobierno nazi en el famoso Proceso o Juicio de Nürnberg (1945-1949).

Tuvimos suerte estacionando en un aparcamiento cubierto en silo en el mismo centro de la ciudad, de ésos que parecen oficinas por fuera



y por dentro tienen coches con sus humos bien ventilados.

Lo que más sorprende aquí es el hecho de que, siendo una ciudad de más de medio millón de habitantes, moderna y extensa, conserve intactas sus murallas y las integre como un todo en la estructura urbana.

Por más que era noche de viernes, la animación callejera encubría ya restaurantes alemanes con la cocina cerrada. De nuevo hubo que recurrir en el 51 de Königstrasse a una mesa napolitana. Comida rica, trato familiar y estilo bromista:

-La cartina è rubata! è rubata!- decía el camarero cotejando el DNI como de coña.
-Tú no eres éste de la foto. Y la tarjeta es robada- gritaba mientras sonreía...

Porque fuera de España todos se extrañan de que aquí sea más o menos obligatorio de exhibir junto a la tarjeta en los pagos. Ambiente simpatiquísimo el de este garito llamado Cucina Italiana, de tiramisú cremoso como pocos.

El deambular de sitio en sitio nos hizo toparnos, aparte de con montones de vidrios que habían tenido vodka horas antes,



con este ejemplar de IVECO turboDaily 4x4 en una calle oscura :



Las A9 y A72 nos acercaron rápidamente hacia Taltitz, y, como todas las zonas de descanso estaban invadidas de camiones, hubo suerte y junto a la salida 5 encontramos en la carretera paralela B173 un tranquilo aparcamiento frente al lago.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:46:10 pm #3 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:16:31 pm por viano


Hoy toca rellenar las bodegas. De forma que el cercano centro comercial Elster Park, en Plauen, nos viene al pelo. El hall es como cualquier otro, pero las enormes salchichas blancas braseadas hacen de actores protagonistas en un puestecillo atendido por dos bravas bárbaras bávaras.

Así es que nos ahorramos hacer la comida con esos bocados chorreantes de salsiki y otros cócteles especiados.

De lo que no nos libramos es de buscar una esquina apartada en el aparcamiento, dotada de sumidero, para evacuar el agua de la que en quince minutos pasó a ser la primera colada del recorrido.

De esa forma íbamos a aprovechar la longitud de la etapa de hoy para tender la ropa en la barra interior. El aire forzado entre las ventanillas traseras y la velocidad harían el resto.

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En la gasolinera de Chemnitz nos rechazan por primera vez la tarjeta MasterCard. Suerte que salió al quite, airosa, la VISA: Siempre hay que llevar rueda de repuesto.

El imponente busto de Carlos Marx hecho en 1971 por Lew Kerbel en granito de Ucrania (la ciudad se llamó entre 1953 y 1990 Karl-Marx-Stadt) de casi 13 metros de altura nos recibe en el más céntrico de sus bulevares con la celebérrima última frase del Manifiesto Comunista: ¡Proletarios del mundo, uníos! escrita en varias lenguas (en castellano, no).

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Es una ciudad típicamente del racionalismo socialista del Este: grandes colmenas de edificios comunitarios a lo largo de anchas avenidas, corte industrial, apabullante transporte público, nada de atascos y escasa vida en la calle.

Un poco de comida rápida y mala nos ameniza la estancia. La frontera polaca ya está cerca, a la vuelta de la autopista que en unos minutos nos deja en el paso de Görlitz, con algo de colas.



El oficial de aduanas nos dirige un escueto bisílabo extendiendo una mano con el índice vendado:

-Passport!

Y aprendemos la lección del día: ¿A que no os imagináis para qué son en la parte trasera inferior del DNI todos esos angulitos que hay junto a la expresión ID ESP?

Pues muy fácil: al pasarlo como si fuera una 4B por un lector de tarjetas, a los polis les aparece toda nuestra ficha en la pantalla y ven en un periquete si tenemos alguna cuenta pendiente, en letras blancas sobre fondo oscuro. Se deja de dormir esa noche en la furgo si se tiene la mala suerte de que un juzgado nos haya dictado una orden de búsqueda y captura internacional.

A continuación la tirita hizo desde dentro de la garita un barrido imaginario que comprendía toda la longitud del vehículo: Inequívocamente el pavo pedía el permiso de circulación. Cuya matrícula tecleó. Tensa espera. Más tensa aún cuando un congénere nos indica que nos apartemos de la cola y nos situemos en diagonal un poco más adelante.

El suspense acabó rápidamente cuando el botones se acercó a devolver todos los papeles juntos y apartó una valla. La mirada lo dijo todo: podéis entrar en Polonia.

Un precioso himno nos llenó el pecho de alegría.

Aunque tienen previsto acabarla, desde la frontera hasta la autopista transilesiana se acaba la vía de alta capacidad. Una infernal carretera abarrotada de madrugada (imaginaos a media mañana) era todo lo que se ofrecía. Cinco metros de calzada sin arcén, baches como simas y camioneros con prisa chisporroteando en el retrovisor.

Si las carreteras checas están salpicadas de pequeñas casitas de madera acristaladas ofreciendo vulvas receptivas a precio convenido, las polacas lo que tienen son restaurantes de cocina casera abiertos -atención- ¡24 horas!

Habéis leido bien: empanadillas de la abuela (pierogi) y sopas de harina ácida (zúrek) non-stop. De humildes chozos con dos coches a la puerta y manteles de cuadritos a desarrollados holdings abarrotados de trailers. Hay de todo. De aparcamientos de barro a esmerados asfaltos rotulados para minusválidos.

En uno de los primeros entramos a dormir con ese recelo de novatos en las peligrosas áreas fronterizas.

El soniquete de la lluvia, irregular, llenaba de gotas juguetonas el techo solar.



No había mafias a la vista. Sólo el tintineo de cientos de velas encendidas en el cercano cementerio de Czerna.



La pereza nos junta el desyuno con la comida en un típico e improvisado brunch dominical, todavía bajo el aguacero que no cesa.

En la Polonia rural, del terruño, en las entradas de infinidad de pueblos hay una cruz iluminada de candelas, floreada, venerada por pías mujeres. Unas son sencillas, otras barrocas hasta el paroxismo; unas abiertamente kitsch y de proporciones humanas, otras inmensas, descomunales, geométricas, como ésta de Wilczy Las, que conmemora el último año jubilar:

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En alguna travesía de las primeras localidades vemos a la que aquí se llama Policja recetando medicamentos de bolsillo o cotejando bastidores a los numerosos agentes de compraventa de coches alemanes que, provistos de su permiso C+E, llevan y traen en remolques turismos sin matricular para su reventa en Polonia, donde, por cierto, ser pillado con más de 0.0 mg/l de alcohol en sangre es un delito penal que comporta la inmediata detención y la puesta a disposición judicial. No se andan con bromas.

Comprarse un Ibiza es pan comido. Ahí lo veis: setenta euros al mes tienen la culpa...



La autopista transilesiana fue construida, igual que la de Pomerania, al noroeste, en época del Tercer Reich. Ya sabéis que una de las obsesiones del nazismo era ampliar el espacio vital que Alemania necesitaba para realizarse como nación: lo que se denomina Pangermanismo. Polonia estaba entre estos planes de anexión, igual que pasó en el Sarre, en los Sudetes checos o en Austria.



Por eso esta vía era un eje vertebrador para el desarrollo y explotación de Silesia, que forma una especie de polígono escaleno imaginario llamado el triángulo sulfúrico, comarca con alta contaminación ambiental por la explotación de mineral de carbón y los vertidos de la industria pesada colateral. La minoría alemana de estas comunidades está presionando bastante para que los principios ecológicos se respeten también aquí.

Todavía pueden verse no sólo el trazado original de las calzadas sino también imponentes obras de fábrica de hormigón de estilo rectilíneo, decoración a casetones y formas puras que suele empapar las construcciones de los regímenes totalitarios. Además, van pintadas ahora en el color nacional: el verde clarito.

Ya sabéis que cada país tiene un color nacional oficioso. No está escrito en ninguna parte, pero se sabe que es el color nacional. A ver: ¿de qué color es siempre la lona que envuelve los variopintos bultos que los marroquíes llevan en las bacas cuando atraviesan la península ibérica? Pues azul claro. Siempre. ¿Y las furgonetas de carga en Portugal? Pues beige. Siempre beige. ¿Y muchísimos de los utilitarios y vehículos oficiales en Francia? Pues azul eléctrico chillón.

Bueno, pues en Polonia es el verde agua, de tono pastel. Si exceptuamos el color de lo que aquí se denomina Otoño Dorado Polaco, que es de antología:



Lo malo de esta autopista, como de casi toda la red viaria polaca es que no existen los arcenes en la plataforma. A cambio, en las mejores carreteras, como ésta, hay un ensanchamiento de emergencia cada kilómetro y medio.

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Lo llamamos autopista por utilizar una palabra convenida, pero lo mismo te aparecen puestos de venta de setas a la derecha que un inesperado semáforo o señal de STOP sin preavisar. En las carreteras convencionales hay carros, tractores sin pirulo giratorio amarillo-auto... en fin, una locura para el que va por primera vez.

Tanto en las calles de las ciudades como en las gasolineras, hay cabinas prefabricadas de WC en el color nacional. Apestan al entrar porque la ventilación es sólo por convección natural a rejillas, y el agujero de la letrina, sin tapa, deja ver cual registro de la propiedad, todas las cargas infectas sin las que sus titulares salieron más aliviados en veces anteriores. Un asco.

La puerta de la que hay en la estación de servicio antes de entrar a Wroclaw (antigua Breslau), seguramente con el pestillo mal cerrado, fue abierta por un camionero  que sorprendía así, entrando a matar, a una avergonzada señora mayor. Las disculpas que le pidió después no fueron suficientes para que, a la vista de toda la numerosa concurrencia que allí estábamos, la pobre mujer se fuera corrida y cabizbaja de vuelta hacia su coche...

Para entrar a la ciudad había unos tres km de atasco que con paciencia fuimos sobrellevando. En estos casos de ciudades desconocidas, hasta viene bien porque vas repasando el mapa y no te saltas ninguna intersección.

Llegando a los primeros semáforos de las avenidas vimos el importante cementerio de militares polacos caídos en la guerra 1939-1945 defendiendo su independencia. Y allí nos paramos: La ocasión la pintan calva.

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Hay fortuna y el primer aparcamiento subterráneo céntrico que se nos cruza es bueno, bonito y barato. Está en la calle Antoniego. Dos metros de gálibo, a dos pasos de la plaza mayor, dos gorilas a la puerta y 0.80 € la hora. ¿Alguien da más?

Por toda la ciudad se exhibe estas semanas el último éxito de mi paisano. Somos nacidos casi en el mismo pueblo.



Y por los suelos, en inesperados rincones de las calles aparecen pequeños gnomos de bronce recostados dando una atmósfera de hadas madrinas.

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Muy interesante el ambiente de su antigua universidad, pero también muy acusada la religiosidad de la juventud: nada más salir del parking nos topamos con una iglesia, a la que entramos asomando tímidamente la patita, en el crítico instante en que salía el cura al presbiterio. Es rarísimo cómo suena en polaco lo de En el nombre del Padre..., y más raro, o quizá más integrista, es verlo de espaldas a los fieles, como antes del Concilio Vaticano II. La feligresía, lejos de ser beatas a punto de entregar sus almas por la edad, es tremendamente joven y no ahorra en devoción ni en genuflexiones por todas partes.

Decididamente, Polonia goza de una excelente salud religiosa. Mientras que el que gozaría en Wroclaw es el mismísimo Gallardón: las calles están abiertas en canal para la extensión de la red de tranvía de piso bajo de última generación y la urbanización de muchas arterias.

Pero ello no desmerece: el sitio es una lección de ¡cien puentes! sobre innumerables islotes y penínsulas

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y bellos espacios medievales.

Desahogamos los bajos instintos en uno de esos Pizza Hut que no son como los españoles normales, sino que se parecen más bien a los VIPS o a los GINOS, con mesa, mantel y alargada hora de cierre.

Una pareja enamorada comienza también sus copas en la mesa de al lado con una rosa roja de por medio y gestos de complicidad.

Ella, al rato, comienza un largo discurso en esa críptica fonética que seguramente no descifraremos jamás, pero con un tono que sí es común al de todas las lenguas: el de contar algo importante.

En ese instante él saca los ojos de las órbitas como interrogando y se pone las manos tapando la cara. Los codos transmiten a la mesa toda su pesadumbre.

La escena es tensa. Muy tensa durante inacabables minutos por los que las pizzas y platos de pasta de la mesa continuan su lento devenir hacia nuestros interiores. Hay malas caras, reproches. Luego la cosa se apacigua, se unen las manos, se enternecen las miradas.

Por un momento él queda solo, con la mirada perdida. Y es que, claro, en Polonia el cuarto supuesto de interrupción voluntaria no es legal.

El estado es demasiado católico todavía. De ello se quejan los diputados laicos en el parlamento.

Bueno, a lo mejor no era así y le estaba contando ella que el injerto del naranjo con la sanguina no había salido bien después de tanto esfuerzo... ¿Quién sabe?

El barrio de la universidad, la península de la catedral, los puentes colgantes sobre el río Oder, que aquí se llama Odra,

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y un ameno recorrido por el centro nos dejó de nuevo en el punto de partida.

De allí nos marchamos por la A4 adelante hasta donde pudimos. El tranquilo y pequeño aparcamiento de un centro de bricolaje en Gogolin, un poco más hacia el sureste, soportó el último giro del día de nuestros neumáticos.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:47:44 pm #4 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:21:20 pm por viano


Escupía niños el cercano colegio junto al supermercado del pueblo, no por pequeño menos aprovisionado y económico. ¿Alguien ha visto en España los paquetes de chicles Orbit a 0.20 €? Pues allí hicimos el agosto: somos comedores compulsivos. Nos llevamos una tonelada.

La misma cantidad, pero de cinta adhesiva de doble cara a mitad de precio que aquí cayó en el centro de bricolaje.

Flores por las aceras y la mitad de los vecinos de toda edad moviéndose en bicicleta nos dejaron un buen sabor de boca al abandonar este rinconcito de Silesia. Encantador y de ambiente muy alemán, como sucede en la cercana Opole. No parece Polonia sino un barrio de Berlín.

Camino de Gliwice por la misma ruta adelantamos a los compañeros del Dioni que desplegaban un convoy de más de trescientos metros compuesto de vehículo blindado seguido y antecedido en total por seis vehículos atestados de polis con gafas oscuras y rectos mentones. De comienzo de película americana de atracos gordos. O de 007 Misión en el Este. Bonito de ver desde un helicóptero. Cuando abandonamos por la salida de nuestro destino, ellos continuaron a 70 km/h hacia el sureste. Algo más que calderilla llevaban. O a lo mejor eran dos maletines de plutonio... Si no, no se va armado hasta los dientes.

No demasiada gente, fuera del cuerpo de historiadores y forofos del tema sabe que a las ocho de la tarde del 31 de agosto de 1939, la víspera del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, dos personas disfrazadas de insurgentes polacos, entre ellas un agente secreto nazi, Alfred Naujocks, irrumpieron en esta emisora de radio (Radiostacja) en las afueras del pueblo, entonces alemán, y tomó por la fuerza las instalaciones. Después emitieron por radio la frase: ¡Atención! Aquí Gliwice. La emisora está en manos polacas.

Ello, oficialmente, supuso la gota que colmó el vaso de las ganas de Hitler de iniciar la invasión del país. Se conoce esta acción como La Provocación de Gliwice. Pero parece ser que simplemente fue un plan orquestado desde Berlín para precipitar el comienzo de la contienda echando la culpa a los polacos.



Lo espectacular de esta torre es que, con 111 metros de altura, está íntegramente construida en madera y permanece en perfecto uso desde entonces. Ahora se emplea, además, para la repetición de telefonía móvil y televisión.

En las calles que rodean a la que aquí se conoce como Torre Eiffel de madera, no hay más negocios de comida que la modesta pizzería Radiola,

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llevada con parsimonia por tres particulares paisanas:

Bárbara, que seguramente tenía algún retraso, es una rubita guapa a falta de depilar su labio superior. Nos recibe con el local vacío envuelta en la distancia corta en un aliento al paso intermedio entre la uva y el vinagre, pero con la mejor voluntad de entender nuestras cuatro palabras de polaco, folios en mano. De inglés, ni hablamos.

Pasados unos minutos llegaría un vecino, con modos de camionero, para coquetear con ella en clave de chica fácil. En vano. Ella decía a toda propuesta que no.

Igual que yemeníes en un pueblo de Cuenca, así éramos de novedad los que venimos de Hiszpanja en los arrabales de Gliwice.

Al principio Bárbara se nos sentaba a la mesa con sonrisas de alterne y ojos vidriosos. Y era gracioso. Luego resultaba agobiante. De hecho, Beata, la segunda chica, la más normal de todas, que llegó un poco más tarde a ayudar en cocina le decía de vez en cuando algo que sonaba así:

-Posza!, posza!

y que traía como consecuencia que ella se levantara de nuestra mesa para ponerse a hacer otras cosas, mientras Anita, la tercera, la que amasaba con soltura las pizzas que acabamos comiendo, y que chapurreaba algo de alemán, saliera de vez en cuando a la barra ¡a ponerse a bailar!, a no menos de 120 decibelios, la canción que está en el top ventas estas semanas en Polonia: Just me good to me, de Karmah, y que ya no nos abandonaría en el dial de la radio de la furgo en todo el periplo.

Por cierto, seguramente por la llanura del país, no he visto lugar donde funcione mejor nuestro RDS.

La comida estuvo buena, pero el ambiente era decididamente para escribir un libro de psiquiatría clínica.

De vez en cuando pillábamos miradas cómplices a Beata y a Anita, de muy buen rollo, como de taberneras enamoradas, y referencias a los tópicos más fuertes del ser español. Ya sabéis: la fiesta, Antonio Banderas y todo eso...

Como no servían postres, tomamos un café de puchero de gusto requemado. Lástima que la cámara estuviera en el maletero y no pudiéramos retratar la taza en la que quedó un sedimento de posos de ¡dos centímetros! (lo juro) de profundidad.

Mil años que viviéramos, no olvidaríamos nunca aquel lugar.

Como el mapa de carreteras de Planeta-De Agostini, sin ser malo del todo, no estaba actualizado, ni mucho menos, compramos por 10 € otro a escala 1:200000 en el modernísimo centro comercial Plejada, de Bytom, muy cerca de allí. También repostamos en clave Carrefour en pleno centro de la cuenca minera de Silesia, entre transportadores industriales de carbón, acerías obsoletas, olor a SO2, sucios trenes de mercancías avanzando lentamente y una maraña de pasos a nivel sin barreras, de ésos en los que uno no sabe por dónde le va a venir el tiro.

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Y nos vino de perlas porque gracias a la interesante escala de los planos urbanos conseguimos encontrar, tras perdernos durante más de una hora por los sucios barrios de Chorzow, el ciber que buscábamos. Allí nos extasiamos durante un rato bien largo sin temer por la furgo aparcada a la puerta, a pesar de ser un suburbio degradado, sin luz en las calles, ni distinción entre aceras y calzada, con corrillos de gente a las puertas y la vida latiendo asomada a las ventanas ...

Estábamos tranquilos por el sucedido que nos acababa de pasar:

Cuatro hombres, con pinta de prejubilados mineros, estaban sentados a la puerta de un bar, mirando cómo pasaba la furgo despacito. Cuando no te cuadra lo que ves en el mapa y en la realidad, se va despacito. Me acababa de saltar por despiste una señal de dirección prohibida (la típica calle que a partir de la mitad ya no es de dos sentidos) y empezaba un tramo curvo, sin visibilidad.

De repente nos empiezan a hacer gestos con los brazos, diciendo algo que por supuesto no entendimos. Pero estaba claro que era mejor no avanzar.

Instintivamente hice una maniobra evasiva, como de trompo a cámara lenta, metiéndome en el entrante de un garaje y cambiando el sentido, como simulando que salía de él. ¡Y qué bueno fue!

En dos segundos apareció la policía por la revuelta, a la que, por su posición en la curva, ellos sí veían. Fue todo un detallazo que les agradecimos. Polonia está llena de gente maja. Como se verá después, un suizo no habría hecho lo mismo...

¿Qué mejor sitio para aparcar sin preocupaciones?

Nos echaron de comer en el Mc Drive de la circunvalación casi a la hora de cerrar. Y sólo nos dio más tiempo para lavar en coche en el túnel de BP y llegar hasta Rajsko, la aldea más cercana a los campos de concentración de Auschwitz/Birkenau.

Allí nos desconectamos al arrullo de un ladrido apagado por la madrugada.



Para visitar el horror del Holocausto atravesando la sarcástica entrada presidida por la frase El trabajo libera (Arbeit macht frei) no hay que pagar entrada. Sólo si uno quiere, hay proyecciones de videos, muy cortos pero elocuentes, en varios idiomas según las horas, previo paso por taquilla, donde también se venden completos planos y autoguías para conocer los distintos espacios.

Por resumir un poco entre tanta hectárea dedicada al genocidio de cientos de miles de personas entre polacos, criminales comunes, homosexuales, deficientes mentales, gitanos, presos peligrosos, prisioneros de guerra... en aras de depurar la raza aria y la grandeza del pueblo alemán, hay que decir que un sólo día no basta para ver bien ambos campos.

El de Auschwitz está en el término municipal de Oswiecim. El de Birkenau, a unos tres km, en el de Brzezinka. Y eran sólo dos de las decenas que hay catalogados.

El aparcamiento vigilado del primero cuesta sólo dos euros al día. El del otro es gratuito, pero casi siempre está muy vacío porque hay autobuses-lanzadera sin cargo que cada hora los interconectan.

Las lágrimas de familias enteras y el respetuoso silencio de la gente cuando va saliendo de los barracones y cámaras de gas donde todavía huele a muerte son sobrecogedores.

Apilados en inacabables vitrinas yacen el calzado, los objetos personales, las ayudas ortopédicas, las gafas, los pucheros en los que se desnutrían, las maletas con sus direcciones... de unos prisioneros que entraban para no salir más que en forma de humo.

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El material ingente que aquí se expone no es más que lo que encontraron las tropas aliadas que liberaron el campo en 1945. Es decir, sólo de las últimas remesas de ejecutados.

Imaginaos la naftalina que ponemos en los armarios que, al contacto con el aire, se sublima en gas. Pues así eran las pastillas de gas Ciklon B, miles de cuyos envases están también aquí como mudos testigos de cómo en unos quince minutos podían matar a doscientas personas juntas a las que, con el pretexto de que iban a tomar una ducha higiénica nada más llegar al campo, eran encerradas desnudas en estas cámaras.

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Consumado el sacrificio, robados los objetos de valor de las dentaduras, cortado el pelo a las mujeres para hacer tela, estos hornos acababan el proceso.

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Varios de los crematorios y edificios fueron volados por los nazis en un intento de borrar pruebas en su abandono del lugar, pero las ruinas, reconstruidas unas, respetadas tal cual otras, gritan la verdad para que no vuelva a repetirse.

En medio de la visita a los dos campos, hicimos un alto en el bufé de Auschwitz para probar los pierogi, raviolis de pasta rellena de carne pero de 100 g. Muy ricos.

En el campo de Birkenau, más de lo mismo pero con un tamaño varias veces mayor, y eso que no llegaron a ejecutar la ampliación que pretendían. Las condiciones aún más duras, porque los barracones ya no eran de ladrillo, sino de madera, razón por la que sólo se conservan un puñado de ellos.

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Vallas electrificadas para separar los distintos sectores del recinto evitaban el progreso de cualquier motín aislado.

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Con la sensación de haber visto uno de los mayores horrores que puede cometer el ser humano, independientemente de si es cierto que murieran entre un millón y un millón y medio, o si la cifra fue exagerada tras la guerra, nos marchamos. Por poco que fuera, hay mucho de cierto. Nadie puede falsificar tantas evidencias ni tantos testimonios.

Wadowice no está lejos. Allí nació, en esta casa,

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el papa Karol Wojtila quien en su infancia, parece ser, se desayunaba con unas mejorables milhojas de crema con sabor a mantequilla, en torno a las cuales hay montado un grandísimo negocio. Eso sí, es una tentación barata:

Dos pasteles Kremowka y dos enormes cafés con leche sentados en terraza en la plaza más céntrica no llegó a ¡2 €!

A escasos minutos pudimos admirar la preciosa iglesia de Barwald, hecha en madera al estilo escandinavo.



Y nos admiramos igualmente, una vez en la cercana Cracovia, de que a doscientos metros de la plaza mayor puediera existir un aparcamiento paradisíaco, sin limitación de altura, 24 horas, vigilado, ¡arbolado!, con zonas de césped, WC y, encima, silencioso. El no va más si en vez de precio normal, también hubiera sido barato. Si vais próximamente, está en la calle Floriana Straszewskiego.

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O sea, lo más parecido a un camping urbano.

En el restaurante Pod Gwiazdami (Grodzka 5), a dos pasos del Mercado de los Paños, un centro comercial del siglo XIV plantificado en medio de la plaza mayor más grande de Europa (4 Ha), nos dieron de cenar bastante tarde, en parte porque la ciudad, sin duda una de las más bellas de Polonia, es destino turístico de vuelo+bus y por tanto se amolda a las tardías costumbres de muchos turistas.

Se habla inglés sin problemas y sus calles y locales ofician como meca de la marcha estudiantil de la región. Lo más parecido a Salamanca, Santiago de Compostela o Granada en sus respectivas áreas de influencia.

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Desprovista de casi toda su muralla, en el solar que antes ocupaban hay ahora un kilométrico parque circular que se conoce como Planty. En él se puede admirar uno de los torreones defensivos, la Barbacana.

Cosa que estábamos haciendo cuando cuatro veinteañeras de no sé qué pueblo polaco junto a la frontera ucraniana, la portavoz de las cuales decía llamarse, para más recochineo, Uva, como lo de la parra, nos asaltaron con sonrisas y un melífluo inglés, amarradas a una botella de vino peleón. La excusa era a ver si les podíamos ayudar a abrirla sin sacacorchos. Y el objetivo real continuar la noche con compañía extranjera.

Mientras confesaban su admiración por telenovelas hispanas como Betty, la fea, a las periódicas pasadas de la policía a lo lejos, ellas respondían con una frase que ya nos sonaba de Gliwice:

-Posza!

Con esta nueva experiencia, dedujimos inmediatamente que puede traducirse como

-¡Quita!

porque la que lo escuchaba se guardaba corriendo el vidrio debajo de la chupa. Aquí a los del botellón también los atan corto.

Las riberas, anchísimas, del río Vístula y la fortaleza del Wawel



nos acabaron de acompañar hasta que flojearon las fuerzas.

La vigilancia del aparcamiento era desempeñada principalmente por un circuito cerrado de televisión que nuestro vigilante no podía ver: Estaba profundamente dormido. Lo comprobamos porque antes de volver definitivamente a descansar salimos a callejear un poco con la furgo para desbloquear un problema con la suspensión neumática.

Nos dio pena tocarle en el cristal de la garita para que nos abriera, pero es que, si no, no podíamos poner horizontal del todo nuestra cama. Al acostarnos en la cual, podía verse al tipejo devorando programas de teletienda. Que en Polonia también los hay.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:49:27 pm #5 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:25:58 pm por viano


Como estábamos tan ricamente acampados en todo el centro nos quedamos desayunando y todo eso hasta que se acercó la hora del toque de trompeta de las doce del mediodía.

Resulta que durante un asedio de los tártaros a la ciudad, el vigía de la plaza, encargado de dar la alarma con una trompeta desde la torre de la iglesia de Santa María,

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la más alta, fue alcanzado por una flecha enemiga, pero Cracovia se salvó gracias a su aviso.

Para rememorarlo siempre, un trompetista

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toca a ciertas horas (creo que a las 9, a las 12, a las 15 y alguna más) una corta melodía que repite cuatro veces en otras tantas ventanas de la torre orientadas a los puntos cardinales. Al acabar cada paso, saca la mano con la trompeta y saluda a los congregados. Es divertido de ver.

Allí que nos fuimos. Recorrimos también los mercadillos de artesanía, pasamos por uno de los numerosos locutorios de internet de la calle Florianska (ya se sabe... con tanto estudiante...), e incluso comprobamos que sigue con vida el trabajo de adivina callejera.

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En las iglesias, que como en toda Polonia siempre están dando misa, hay una curiosa manera de poner las esquelas de los entierros: unas encima de otras. No quitan las anteriores.

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Se nos acabó de ir lo poco que quedaba de mañana con una rápida visita al castillo y a la feísima catedral de rico mobiliario de donde era arzobispo el día que lo eligieron papa el que nació en Wadowice.

Lo interesante de hoy nos sucede en una recomendación para comer vista en algunas guías: el restaurante Hawelka de la plaza mayor (Rynek Glowny 34), de corte turístico a precios razonables en la sala de la planta baja. La primera nota nos la da el que sea un local doble.

Es decir: en la planta alta, más cuidada de decoración y de calidad culinaria, está la sala Wiejska que, de existir algún día la Guía Roja Michelín de Polonia, estaría muy bien considerada.

En lugar de carta de vinos, le traen a uno directamente los vinos delicadamente expuestos en un carro escalonado.

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Nos inquieta al llegar a las mesas el ser los únicos clientes, a  pesar de que un miércoles no es un día concurrido. Pero estamos en la principal calle de una de las ciudades más turísticas del continente y a mediodía.

Nos reciben dos ociosos camareros con impecable servicio y correcto inglés. Entre los vistazos a la carta subió un empleado en ropa de calle que discretamente se introdujo en la cocina: pista número uno.

Memorable el pato al estilo de Cracovia, que fue lo que más destacó hasta que llegó la pista número dos: casi nos exigían abonar la cuenta en efectivo por más que a la entrada ondeaban ufanas las pegatinas de las distintas tarjetas aceptadas.

La puntilla la puso la susurrada y pedigüeña frase, muy habitual en los países anglosajones:

-The service is not included, sir.

Las conclusiones al enigma, creo yo, son muy simples: Ese día no esperaban reservas en la parte de arriba, de precios más altos. 20 € por barba es una fortuna para el comensal medio polaco, que además tiene muy poca afición a comer fuera. El jefe o no estaba o no llegaría a saber que había habido sólo dos clientes. El cocinero del de abajo subió un rato expresamente a cocinarnos y a ocultar en la despensa el escaso consumo. Pagar en efectivo es el modo más fácil de repartirse la minuta entre los tres, sobre todo si el cliente es espléndido abonando además lo que llaman el servicio.

Pero claro, las organizaciones de consumidores y usuarios nos enseñan lo contrario: Si hay logo, hay que respetar el pago con plástico. Y, segundo, no se puede cobrar dos veces por lo mismo, por un acto integral.

Nadie paga a su frutero por un lado la lechuga y por otro el esfuerzo de meterla en la bolsa y entregarla. Nadie paga en su tienda de muebles una vez por el sofá y otra por ayudarte a elegirlo en la exposición.

La diferencia entre un piso de estudiantes con derecho a cocina, un bufé libre o un supermercado con respecto a un restaurante está precísamente en que en este último el concepto incluye hacerte la comida y servirtela a la mesa, con una vajilla y unas atenciones. Si no, no sería un restaurante.

Salidos de allí sin ser sableados como pretendían, dedicamos la tarde a recorrer librerías de viejo, ir completando la serie de zlotys para colección, ver escaparates con cosas diferentes, como este ajedrez para tres jugadores (madre mía, ¡qué lío de partida!)

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y darnos una agradable ducha antes de tomar la autopista de nuevo hacia Katowice, capital de la comarca minera.

Dos ridículos peajes de en torno a un euro nos hacen sonreir y seguimos considerando a Polonia como un país de autopistas gratuitas. La vía vira al norte hacia Czestochowa, una tranquila localidad que vive volcada en torno a las perennes y multitudinarias peregrinaciones al monasterio de Jasna Gora, donde se venera la célebre advocación de la virgen negra, tan querida y promocionada por el más célebre de los arzobispos de Cracovia.



En el aparcamiento de turismos, oscuro y solitario, nos hacemos la cena. Por esas ironías de la vida, frente a nosotros está, cerrado, este chiringuito para turistas de tan estremecedor nombre en polaco:

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Tan continuos son los flujos de fieles, en la misma onda que en Fátima (P) o en Lourdes (F), que, cuando llegamos al lugar con la esperanza perdida de encontrarlo abierto para visitarlo aunque fuese por fuera (eran las dos de la madrugada), nada menos que nos encontramos unos veinte autobuses de peregrinos celebrando una vigilia de oración en honor a la virgen. En el interior, por respeto, sólo obtenemos esta deficiente imagen medio de tapadillo para no herir ninguna sensibilidad. Tendríais que ver a la gente tirada por el suelo, rezando en voz alta, entre devoción y fanatismo. Algo así como llegar al Rocío durante ese ratito en que la imagen de la Blanca Paloma sale a hombros de una turbamulta de romeros enfervorecidos.

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En la parte superior central puede verse el camarín del icono bizantino sobre el que se basa la imagen, bastante desenfocado.

No sé cómo será meterse entre la gente que da vueltas alrededor de la Kaaba en La Meca, pero mucho me temo que no haya demasiada diferencia.

Al fin y al cabo ya lo dijo el del monumento que habíamos visto en Chemnitz: es el opio del pueblo.

Visto todo lo que tocaba ver hoy, nos volvemos a la carretera y a la manta. Que extendimos, repostados en la Jet, en el aparcamiento TIR de la autopista A1 a la altura de Kruszyna.



Me imagino que en todos sitios roban ordenadores y cosas así de los camiones. Por eso este gran área tenía vigilancia 24 horas a cargo a la sazón de dos que sólo parecían vigilantes porque llevaban un chaleco fosforito con el nombre de la Prosegur local, pero con pinta de no desarrollar reprise alguno persiguiendo chorizos.

Uno primero, y al rato el segundo, vinieron a merodear por la Marco Polo a media mañana. Claro: una furgoneta tan rara, tantas horas parada... despierta sospechas en un lugar así.

La cosa empezó a resultar cómica cuando uno de ellos se obstinaba en querer mirar, sin conseguirlo, lo que había dentro. Incluso apoyó las dos manos en la aleta delantera derecha y le dió ese par de empujoncitos hacia abajo, como para probar los amortiguadores. De verdad que no me preguntéis por qué ni para qué...

Tras una cabaña de madera en donde compramos un bizcocho de frutas de ésos que te resuelven las meriendas, ya cerca de Gomunice, descubrimos por azar el mejor establecimiento rural que hayamos visto nunca.

Íntegramente construido en madera en forma de troncos completos pero dotado de los más avanzados medios de alojamiento y restauración está esta maravilla para los sentidos:

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Se llama Krywan y no exagero si digo que sólo por conocer este lugar merece la pena desviarse de cualquier ruta por el centro del país.

Y no por la trucha con almendras,

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o por cuanto se brasea a la vista de los comensales, sino por admirar lo que seguramente es obra de un Leonardo de la artesanía, de un cerebro de la ambientación de interiores.

De lo bien llevado que está este negocio, rápido y cálido a la vez, consigue uno transportarse a lo más remoto de esa Escandinavia que ya empieza a anunciar la latitud y la luz plomiza que se deja sentir hacia el paralelo 50º.

En esta parte se lleva mucho lo que, pareciendo una autovía, no es más que una vil carretera desdoblada. O sea, que no sólo no es el doble de segura ni de rápida, sino que es justamente el doble de peligrosa. Los que hayáis viajado por el tramo de la A1, curiosa coincidencia, que atraviesa el burgalés Condado de Treviño sabréis exactamente lo que digo.

Se trata de dos carriles por sentido, frecuentemente reducidos a uno, sin vallar y con todas las intersecciones a nivel en las que pueden hacerse giros y cambios de sentido. Las incorporaciones se hacen en ángulo recto y con señal de STOP. Otras veces mediante inesperados semáforos y, en general, salpicadas cuando apetece por pasos de cebra para peatones heroicos que desafían a camiones lanzados a tumba abierta.

En Polonia, los semáforos son como en Suiza y Alemania: antes de cambiarse el rojo en verde pasan otra vez por el amarillo. Así la gente está más prevenida para arrancar.

Para acabar de arreglar el asunto, debido al continuo tránsito de vehículos muy pesados para la escasa calidad de la solera sobre la que va el asfalto, los carriles tienen horadados dos surcos longitudinales durante cientos de kilómetros. Ello fuerza a circular permanentemente metido en ellos porque intentar no hacerlo obliga a la dirección a volverse a meter de nuevo.

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El riesgo se multiplica si, como nos ha pasado varios días, llueve mucho. Entonces se crea una piscina doble por la que debe uno circular levitando en un eterno aquaplaning, como podéis ver en esta foto en cada uno de los tres carriles posibles:

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Tan inapropiados caminos nos sirvieron para alcanzar una ciudad intermedia de servicios, Piotrkow Trybunalski, en donde hicimos un poco la casa. Lo de siempre: llenar todos los depósitos, hacer la colada y llenar la despensa en el Carrefour, donde tienen una tarta de queso que se parece peligrosamente a las ricas quesadas del Valle del Pas.

Cuando nos las prometíamos felices tratando de inmortalizar esta curiosa iglesia

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a la entrada de Lodz, la Bilbao polaca sin mar, nos apareció el párroco para prohibirnos, en el francés que cuando él era joven era todavía la lengua franca internacional, que siguiésemos con la faena.

Como los de Aquí hay tomate ya hacen suficientemente de rabiar a la gente, le hicimos caso y nos disculpamos.

Digo que se parece a Bilbao porque hay los mismos palacetes de la clase dirigente industrial, como en Neguri, Las Arenas o Sopelana. Y hay también los mismos bloques de colmenas constreñidas de cualquier punto de la margen izquierda de la ría. Además se palpa que hay mucha pasta. La fabricación textil, entre otras, aquí ha creado mucha riqueza. Pero también han hecho mella las reconversiones y el paro.

Toda la vida urbana gira en torno a la calle peatonal más alargada del país, ulica Piotrkowska, trufada de templos para el ocio y el placer,

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como una especie de quinta avenida neoyorquina donde están reunidos la administración, la moda, las buenas mesas, la música, el teatro, el comercio y la banca. Es más, el plano de Lodz recuerda bastante a Manhattan, un damero alargado de largas avenidas y cortas calles.

Fuera de esta deslumbrante avenida, la vida se convierte en gris, en bloques socialistas de viviendas, en desidia, en oscuridad...

En un funcional aparcamiento cuya entrada peatonal recaía hacia esta arteria nos cupo por los pelos la furgo (en algún cartel señalizador del techo, de los flexibles que se mueven un poco, incluso rozábamos). Como llevábamos la colada acabándose de secar con el accesorio de semiapertura del portón,



el encargado de la entrada, pensando que por despiste podríamos olvidarnos el coche abierto, vino muy gentilmente a avisarnos, para evitar que nos robasen.

-Your car is open!

Luego se lo explicamos y lo comprendió todo. Como veis, ni rastro de los ladrones que nos cuentan en la tele.

Al acabar de pasarnoslo bien por la ciudad tomamos el atajo hacia Varsovia por la nacional 72, adonde llegamos a las cinco y media de la madrugada con esta bellísima vista del Palacio de la Cultura y la Ciencia, (PKIN Palac Kultur i Nauki) buque insignia de la arquitectura soviética en la capital. Por cierto, ¿la Ciencia no estaba incluída en la Cultura?



Por medio de un foro de polacos en España, habíamos conseguido averiguar la dirección y gálibo de este aparcamiento del 27 de la calle Nowogrodzka



en cuya 5ª planta había un rincón pefecto entre dos muros para hacer vida en el centro de la ciudad a menos de euro la hora. Es lo bueno de internet: te enteras de las cosas y vas directamente al grano.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:53:00 pm #6 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:32:18 pm por viano


El distrito de negocios de Varsovia es estilo Norteamérica

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a base de capitalismo rabioso, como acojonando sin conseguirlo (sigue siendo el más alto) al viejo icono comunista.

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Su mirador, situado en la planta trigésima se alcanza en medio minuto justo. Se ve todo en 360º, la ciudad y la gran llanura en la que está enclavada.

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Un sitio con tan poco relieve es relativamente fácil de invadir. Ellos lo tienen muy reciente: Hace sólo 67 años.

Le compramos un puñado de postales y sellos a una simpática viejita que tenía instalado arriba su sencillo chiringuito de recuerdos. Esas cartas han llegado exactamente hoy, veinte días después, a los nuestros. Parece que Correos y la Polska Pozta van de la mano como hermanas.

Con mucha prisa se nos llegó la hora de comer en Villa Foksal, un antiguo palacete reconvertido en restaurante en una apartada calle homónima del centro residencial, como si fuera el ensanche barcelonés. Brigada joven, servicio atento, montaje moderno y comida creativa. Precios normales.

Una hora de ida y otra de vuelta paseando nos quemaron esas calorías por el bonito parque Lazienki, que es como el Retiro madrileño en más grande, un pulmón para Varsovia moteado de villas y de estanques serenos, como éste que, sin ninguna imaginación, se llama Palacio sobre el Agua.



Cuando pasábamos por uno de ellos nos llamaron la atención unos vehículos militares de los que bajaba un músico ataviado de terciopelo azul que corría hacia algún lugar como con prisa.

Con curiosidad felina lo seguimos y aparecimos en una explanada donde la policía municipal se apresuraba a poner esas cintas de plástico para que la gente no pasara de un lado a otro justo en el momento en que, de no haber atravesado nosotros, nos hubiera tocado dar un enorme rodeo para volver hacia la ciudad.

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A los pocos minutos, la banda se formó, apareció un ministro con cohorte cuya cartera nadie nos supo precisar o si nos lo dijeron no lo entendimos, y comenzó un disparatado concierto en el que los músicos de la formación ¡también hacían coreografías! con marchas marciales y también temas de bandas sonoras cinematográficas. El director parecía una majorette.

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Le hicimos con el móvil un pequeño video que en cuanto aprenda a subirlo puedo enlazaroslo para que os riáis un rato.

Estuvo divertido, pero antes de que acabaran, allí los dejamos con otros afortunados y casuales espectadores y continuamos el paseo volviendo hacia el centro por Al. Ujazdowskie, la elegante avenida de las embajadas extranjeras acreditadas en la capital. Aunque también vimos cosas chulas como esta tienda exclusiva de ositos de peluche:

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Antes de tomar nuestra ducha, ya cerca del aparcamiento, intentamos coger del suelo, junto a unos roñosos cartones, de ésos que parecen los de pasar la noche los vagabundos, un grueso libro que parecía abandonado. Las extrañas frases pero conocidos gestos de un señor que estaba junto al maletero de un coche cercano nos hizo desistir. Parece ser que era suyo...

La noche se debatió entre ver el escenario donde el 14 de mayo de 1955 se firmó entre los países del Este y la Unión Soviética el famoso Pacto de Varsovia, la OTAN de la esfera comunista durante la Guerra Fría, hoy palacio del presidente de la república,



y una panorámica de la calle principal de la parte nueva, la Ruta Real, que termina en el caserío de la vieja, completamente destruida por los bombardeos, pero fielmente reconstruida.

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En ella nos entró el hambre y, a pesar de la mala reputación que arrastran los negocios regentados por judíos, nos aventuramos a esta desconocida cocina mediterránea en el Pod Samsonem (algo así como Taberna de Sansón).

Alguna otra vez la hemos probado y realmente son platos ricos (purés de garbanzos, panes ácimos, salsas con yogur...), pero queríamos darles otra oportunidad, sobre todo a los que impregnan su vida con esta religión.

Teníamos la mala experiencia de haber sido invitados hace un par de años junto a otras tres personas por un matrimonio judío a un restaurante para celebrar el cumpleaños de uno de ellos.

Recordemos los datos:

Primero: que estábamos invitados; segundo: que el cumpleaños era de uno de los anfitriones. Pues bien, llegada la hora de la cuenta, los judíos sólo pagaron su parte y la de una de las invitadas, también judía. El resto tuvimos que pagar las nuestras con cara de póker.

Con la carga de esta mala experiencia nos metimos en el sitio que aparentemente era un animado mesón de los que cierran tarde. Aunque en la carta venían a la derecha de los platos y bebidas expresadas las cantidades en gramos y mililitros, como si fuese un laboratorio de química analítica, lo pasamos por alto y disfrutamos de una comida sana y correcta.

La primera sorpresa fue cuando al bajar a los baños del local vimos que ¡había que pagar para entrar! La segunda cuando al pasar la tarjeta por el datáfono para abonar la cuenta, el propio camarero, como disimulando, añadió un diez por ciento del importe y me pedía imperiosamente que pulsase la tecla verde OK.

Le tocó anular la operación, sacar la boleta de truncado y volver a hacerla adecuadamente.

¿Por qué arrastrarán esa fama de peseteros?

En su descargo hay que decir que tanto aquí como en casi todos los demás establecimientos traen siempre a la mesa el terminal para que la tarjeta nunca se pierda de vista. Esto en España está todavía muy por perfeccionar.

Después de pasar por varios escaparates llenos de recuerdos religiosos, esta vez ya de la iglesia católica de rito romano, preñados de pósters de Ratzinger y biografías de Wojtila (Aún nos corroe la duda de si el bávaro de Marktl am Inn habrá ido alguna vez en su juventud a desmelenarse en la Oktoberfest...),

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llegamos a un, cómo no, abierto 24 horas local de cambio de moneda. Donde canjeamos algunos zlotys por litas lituanas. Aunque la mitad del tiempo y del dinero ya estaban agotados, haríamos un último esfuerzo: llegar hasta Vilna, una de las tres capitales exsoviéticas bálticas, aunque fuese a costa de nuestro descanso. Total, ya que estamos por la zona... nunca más cerca.

Es como cuando se reforma el baño de casa... ya que se está de obras... pues cambiamos también esto y lo otro... y al final la cosa se va subiendo...

El cambio a la moneda lituana es muy simple: comprar una lita vale 1.25 zlotys. Por vender una, te dan un zloty. Ideal para hacer las conversiones mentalmente. Bueno, también era fácil calcular de euros a zlotys: un euro, cuatro zlotys. Y de euros a francos suizos, o mejor dicho, de pesetas a francos suizos: el billete de 10 CHF es aproximadamente como mil pelas; el de 20 como el de 2000 y así hasta el de 100, que es como nuestro antiguo de 10000.

Pagar apenas 15 € por más de 20 horas de estacionamiento y repostar en la Statoil fue lo último que hicimos en Varsovia, antes de tomar la destartalada carretera nacional 8 hacia Suwalki donde volvimos a rellenar.

Se atraviesan decenas de kilómetros de espesos bosques

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donde no es difícil ver los últimos bisontes de Europa, aunque cuando pasamos nosotros debian de estar todos dormidos.

En uno de ellos volvimos a calmar el hambre antes de llegar a la frontera lituana.

Nada más comprobar la documentación de la furgo, que nos pidieron con la frase

-Áutopapiérren

pronunciada así, como con dos acentos y erre rusa, como en las películas, pudimos empezar a gozar de la sensación de haber visitado 31 países, esta vez sin MP3 porque venir hasta aquí no estaba muy claro en el guión.

Cerca de la frontera, en Trakenai, Morfeo dijo basta y nos perchó en la esquina más apartada del primer área de servicio de la autovía A5, que por su modernidad y buen firme contrasta fuertemente con Polonia.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:54:09 pm #7 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:29:18 pm por viano




Un escatológico sucedido a punto estuvo de hacernos tomar una visión equivocada del país.

Ya se ha hablado en el Foro en los hilos dedicados al WC químico que muchos de nosotros utilizamos la doble bolsa del super acoplada a la forma de la taza para recibir los regalitos menos líquidos de la mañana.

Como parece natural y hasta el momento de depositarla en el contenedor, muchas veces ponemos la bolsa, ya sellada, fuera de la furgo, junto a una rueda.

Pues, he aquí que en esa inmensa explanada llena de camiones, y por tanto con papeleras rebosantes de restos de comida y bebida, entres otros objetos semiaprovechables, una pareja de homeless de unos cincuenta y cinco años mal llevados, seriamente tocados por el drinking de a diario, se apoltronaron en el bordillo de junto a nuestra discreta esquina. Allí bulleron un buen rato de la media mañana rebuscando entre bolsas recién recolectadas cuyos exiguos contenidos fueron libando. Ella, de complexión hombruna y tocada con gorro, parecía recién naufragada en una remota isla. Él, ojo avizor, divisaba nuevas presas en derredor... Hasta que su sonar se topó con nuestra bolsa. Que con mal estudiado disimulo rescató de junto a la furgo ante nuestra silenciosa, anónima para ellos y horrorizada expectativa. A cincuenta metros hacia el sembrado la lanzó como por resorte apenas el detonador le ahogó la nariz y con ella el gesto entero...

Mirad cómo se dice en lituano que el tabaco hace pupa a la salud:

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Dicho así parece la cosa más grave, ¿verdad?

En este nuevo país, que tiene algo menos de población que la Comunidad de Madrid y algo más de superficie que el doble de Cataluña, estamos desprovistos de todo apoyo cartográfico, pero enseguida en la tienda de la gasolinera, para estrenar las litas, vemos un buen tomo en escala 1:200000 con precisos planos también de las zonas urbanas. Perfecto.

Litas también nos gastamos en el supermercado de Kaunas, la segunda aglomeración lituana a orillas del lago Kauno Marios. Doy fe de que se puede comprar de todo en una tienda de un país desconocido sin saber ni decir hola, ni cuánto cuesta, ni adiós. Así es que la gente ¡que se anime!, que no pasa nada. Ni mafias ni delincuencia ni ná de ná. Los manguis están aquí en España. Por allí no atan ni las bicis de noche...

En las carreteras lituanas se conduce a la sueca. Me explico:

Las líneas longitudinales del borde de la calzada (las de los arcenes) son discontínuas todo el rato. Ello quiere decir que si notas que el coche que te sigue se te pega mucho al culo con intención de adelantarte, tú tienes que meterte un poco en el arcén y facilitar. Si viene uno de frente, no importa. También tiene que apartarse a su otro arcén.

No saber esta peculiar costumbre, que se practica continuamente, como digo, en Suecia, puede traer algún encontronazo.

Antes de llegar a la capital del estado, vaciamos el WC en la alcantarilla de un área de descanso y merendamos frente al bosque, a los que hacen una explotación muy racional para la obtención de madera, que luego reforestan.

Como toda ciudad pequeña pero con una importancia administrativa notable, Vilna tiene un aspecto futurista



y una considerable densidad de edificios oficiales (éste es el modesto palacio del jefe del estado),



representaciones diplomáticas, universidades, tiendas de diseño para vestirse y amueblarse, y, desde luego, goza de una gran animación, maxime esa noche, que era sábado, con los abrevaderos a rebosar excretando decibelios y absorbiendo hordas, todo mezclado.

Como o no llegan a dos metros o están muy lejos del centro, vamos descartando aparcamientos hasta tirar la toalla:

-Aparcamos a pelo- convinimos.

Nos metemos por error en una calle de esas que tienen su mitad más céntrica peatonal y el resto para coches de residentes (Vilniaus Gatvé). Así es que, al ser sin salida, allí estaba nuestro hueco, junto a los bolardos del final, en cuanto cambiamos el sentido, vigilado gratuitamente por la gente de las cercanas y pobladas terrazas y a un paso de todo, como de esta original catedral blanca.



De allí nos recorrimos con agrado toda la parte antigua, nos cruzamos con una larga limousine (la nueva clase millonaria rusa anda suelta...) que llegaba a un hotel selecto, y cenamos por 14 € ¡los dos! (colegas: no lo dejéis más tiempo, el sueldo os rinde en el Este más del doble...).

La chica del restaurante se llama Greta y es la única que nos entiende en inglés. Es enrollada y nos consigue buena parte de las monedas lituanas para coleccionar. Tengo una hermana a la que le encanta que le lleve las series de los países que visitamos.

La comida es rica, pero nos llama la atención que, siendo las once menos cinco de la noche y teniendo puesto en la puerta que cierran a las doce, la gente ande con tanta prisa, como recogiendo. Nos dan el café y nos traen la cuenta.

¡Qué atrevida es la ignorancia! Es que resulta que Lituania tiene el huso horario GMT+2, o sea, una hora más que en Europa Occidental, donde tenemos GMT+1 (menos P, IRL y UK, que es GMT, hora de Greenwich). Y, claro, ¡ya eran casi las doce! Aclarado el malentendido nos fuimos tan contentos por lo bien que nos habian tratado.

Con los bonitos espacios verdes de Kalny y Vingio, pasamos el ecuador del viaje, el punto de inflexión triste a partir del cual uno empieza a volver hacia casa. Los días mandan y si nos entretenemos más no llegaremos a tiempo. Es la tensión del montañero que, al hollar la cumbre, casi no disfruta de ella por la ventisca y la falta de oxígeno y además tiene por delante lo más duro: el descenso. Snif.

Empero este repliegue tiene todavía un poderoso aliciente: intentar llegar hasta Rusia. El día D ya había llegado. La hora H la fijamos hacia las 3 de la madrugada. Sería nuestro país número 32º (E, P, GBZ, F, AND, UK, MC, I, CH, FL, A, D, B, NL, DK, S, N, PL, L, MA, V, RSM, SLO, HR, IRL, SGP, AUS, H, SK, CZ, LT y RUS, por ese orden).

Un poco antes ya alcanzamos de nuevo Kaunas y Marijampolé por la misma carretera de la ida. En Kalvarija tomamos la comarcal 200, muy secundaria pero en buen estado, hacia la frontera rusa de Vistytis, que es el punto donde más perfectamente se acercan las tres fronteras (rusa, polaca y lituana) y más fáciles de desarrollar son los planes.



El plan A consiste en llegar hasta el puesto fronterizo lituanorruso y aducir que sólo queremos pasar a Zytkiejmy, en Polonia. Total son sólo 12 km bordeando la ribera oeste del lago Vistytis. Si los rusos se enrollan, a lo mejor nos dejan. Nos ahorraríamos unos 300 € de visados, molestias y papeleo interminable y habremos podido visitar algún pueblo y ver el entorno.



Si el puesto fronterizo ya no está abierto por la hora, o los rusos se ponen estrictos, o simplemente está cortado, entraría en funcionamiento el plan B: entrar a Rusia de todos modos, pero haciéndonos los despistados: todo el mundo sabe que se llega más lejos en la vida así que yendo de listillo averiguao. Fingiríamos ser unos pobres turistas medio perdidos en la noche con toda su parafernalia: gafitas de atrezzo, mapa abierto por la página, cámara y cara de buenos. Para cuando nos pillaran, que seguro que nos pillarían, ya estarían las fotos en la tarjeta y todo sería fingir un rato. Luego retrocederíamos hasta Kalvarija y continuaríamos normalmente hasta Polonia.

El objetivo está cerca. Nos cruzamos por primera vez con un coche desde la carretera general. Enseguida con otros tres, esta vez rusos. Luego nadie hasta la pequeña aldea lacustre de Vistytis, donde si te metes en el agua ya estás en Rusia porque la frontera es la ribera norte y este. Todo coincide como habíamos visto en el mapa en la fase de gabinete:



una travesía con dos iglesias. En la segunda hay una curva de 90º hacia el norte y allí precísamente debe salir un ramal de unos 600 m hacia el puesto ruso, al oeste.

Rebuscamos un poco dandole la vuelta al templo y una calle desguazada, que tiene pinta de ser la que nos interesa, en completo silencio y soledad, exhibe la señal oxidada de sin salida.



Como ello no implica prohibición alguna, somos ciudadanos comunitarios con derecho a la libre circulación de personas y estamos en la Unión Europea, allí nos metimos, no obstante, con el corazón a mil. Hasta el punto verde gordo.



Ya sabemos, por tanto, que por ahí no va a haber frontera abierta. Luego ponemos inmediatamente en marcha el plan B con sus aditamentos. No hay tiempo que perder.

A la derecha del pueblo se ven instalaciones militares con algunos jeeps aparcados a la puerta. Muchos focos y centenares de metros de vallas de espino de unos dos metros y medio de altura.

A pesar del silencioso funcionamiento de nuestro V6 y del tono pardo de la carrocería, ladra a lo lejos un perro y empieza a llover un poco. Sopesamos en un instante la posibilidad de avanzar con el alumbrado de posición para ser menos vistos y disponer de más margen hasta que nos trinquen. Pero eso arruinaría la teoría del frágil turista perdido en la maraña viaria. Así es que optamos por ir bien a las claras: con el de carretera, que se nos vea bien y, además, veamos bien el escenario.

Pasamos unas arrumbadas garitas y una barrera metálica levantada, entramos en la franja neutral y un cartel que vemos por el retrovisor con la leyenda

LIETUVOS RESPUBLIKA
Vistytis


nos indica claramente que no rodamos por Lituania: Prueba superada: ¡Estamos en Rusia y sin pagar un duro!

Por si luego nos entran remordimientos de no haber hecho la merced completa, nos acercamos hasta las alambradas que impiden el tránsito hacia la abandonada continuación de la carretera

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que nos aparece de frente. Descendemos de la furgo

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y nos lanzamos a por las pruebas. ¿De qué le sirve a un español poner unos cuernos si luego no lo cuenta en el bar?

Los segundos mismos corren en nuestra contra. A estas alturas ya habrán saltado todas las alarmas en la base. Iluminadas bien las alambradas, que, a diferencia de Auschwitz, no están electrificadas, ponemos las manos en la patria de Putin. Nos pasamos la burocracia por debajo de un capote rosa y albero. La tierra rusa está fría y húmeda. Apenas unos disparos con la cámara. No da tiempo a más...

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La alegría nos dura poco porque un rumor de motor suena a nuestras espaldas. Por si acaso, con el corazón fuera de su sitio, temblando de miedo, nos tiramos a la furgo, la cerramos y damos la vuelta en un entrante visto al llegar para encarar la salida. Aparecen unas luces hacia nosotros a toda velocidad. ¿Serán los buenos o los malos? ¿Una mafia que viene a por los siguientes pardillos o unos furibundos policías a darnos unas hostias por listos?

El jeep militar lituano se detiene en su puesto fronterizo y espera a que nos acerquemos nosotros. Luego sacan una paletina con un punto rojo muy gordo apuntando hacia nosotros y a su altura nos detenemos con normalidad.

No entendemos nada de lo que nos dicen. No parecen enfadados sino más bien que les hemos jodido alguna partida de algo y que van a tener que rellenar algún parte de incidencias esta noche. O sea, trabajar.

En ejecución del plan previsto, sacamos un mapa de la zona y apuntamos con un dedo tembloroso a la localidad polaca que, atravesando Rusia, queda ahí al lado. Niegan con la cabeza. Piden la documentación. El que se bajó del coche le pregunta al otro algo así como si España es comunitaria. El de dentro gruñe algo como que sí. Nos devuelven los papeles y nos señalan medio en inglés medio por señas que debemos rodear por donde ya sabemos: por la aduana de Budzisko: No veáis qué alivio.

La escena sería exactamente la misma con dos lituanos y dos guardias civiles, pero en la valla de Melilla.

Antes de que pudieran arrepentirse, casi sin disfrutar de la presa, pusimos las de Villadiego sin mirar para atrás.

Son esos ratitos por los que merece la pena vivir.

Con todo el subidón encima nos gastamos íntegramente las litas en gasolina barata (en Polonia es algo más cara) en la última Statoil antes de la frontera, en Trakenai. Nos dimos prisa en salir del país por si las moscas.

Esta vez la pantalla del aduanero está un poco girada de más hacia la ventanilla y vemos a la perfección nuestras fichas policiales al pasar la banda del DNI: ningún problema.

Como lo que toca ahora es recorrer toda la costa norte de la Polska Republika, Polen para los alemanes, nos llega el resuello por ir avanzando hasta la pequeña gasolinera, cerrada, de Kalinowo por la que sólo sobre el papel son las carreteras de primer orden 8 y 16.

Uno de esos WC de plástico verde clarito, que nos persiguen durante todo el viaje, nos hace compañía en la quietud de la noche.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:55:14 pm #8 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:30:55 pm por viano


Es domingo. En la católica Polonia es un día importante. La gente pasa con sus mejores perejiles puestos. Los pueblos están de fiesta, un poco deslucida por la persistente lluvia que cae sin cesar. Encima se trata de una etapa muy larga, por mala carretera. El peor día de conducción de las vacaciones.

Vía Elk aterrizamos en la travesía de Orzysz, un poco más al oeste, que tiene nada menos que tres supermercados en una acera de veinte metros. Son pequeños, como los que regentan los chinos en el centro de nuestras grandes ciudades con horarios desquiciantes.

En los tres nos metimos a comprar sucesivamente. Somos así de ecuánimes. Y en los tres había chavales vestidos del día comprando alcohol barato y chuches. Al otro lado, dependientas desconfiadas ojo avizor. Como en España.

Cuando llegamos por la nacional 16 al LIDL de Mragowo a reponer el agua de beber, justo cerraban. Así es que merendamos en el parking mientras el caballeroso novio de la última cajera, como llovía, pasaba a recogerla.

A sólo 20 km al norte está Rastenburg (hoy Ketrzyn), donde el 20 de julio de hace 62 años pudo haber cambiado el curso de la historia si la bomba que le prepararon hubiera estallado de lleno en el cuerpo de Adolf Hitler.

La cena y unas cuantas llamadas en itinerancia a los nuestros tuvieron lugar en el fast food de los aros, en Ostroda. Como siga así la cosa, van a tener más Mc Donald's que en Francia...

Es el capitalismo y la globalización feroces... pero son muy prácticos.

Ya anochecido y hartos de conducir con el limpiaparabrisas a todo trapo y con una molesta filtración de agua que entra desde la óptica de la tercera luz de freno hasta la cortinilla del portón, pasamos de largo por Elblag, en la carretera 7, y por otra, la 22, nos hacemos amigos por unos minutos del maravilloso castillo de la orden Teutónica que hay en Malbork.

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Algo entrada la madrugada a través de una urbanización pequeña intentamos llegar a la orilla derecha del Vístula en Tchew (la antigua Dirschau alemana), pero nos equivocamos un par de veces de carretera secundaria y notamos que somos seguidos discretamente por un misterioso fiat al que conseguimos dar esquinazo y que no volvió a aparecer. Seguramente era alguien de las casas cercanas que pensaba que estábamos merodeando.

Aunque los libros más generalistas sobre la Segunda Guerra Mundial suelen decir que el primer ataque alemán a Polonia fue el bombardeo de Danzig, en realidad no fue así. El primer ataque se produjo aquí:

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En el año 1939 la frontera entre ambos países la conformaba el propio río:

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Hacia oriente era Polonia, hacia el oeste, Alemania. Además, este lugar, por la magnitud de sus puentes, era un paso de elevado valor estratégico para unir los territorios de la Prusia Oriental, también administrados por el III Reich.

Los polacos lo sabían y tenían atenazadas las pilastras del paso ferroviario y carretero con cargas explosivas que en cualquier momento podían ser detonadas mediante un largo cable tendido por los puentes primero y luego por el terraplén hasta unas casetas junto a la estación, donde estaban los mandos.

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A Hitler le interesaba muchísimo que este paso no quedara inutilizado. De hecho, en la estación de Dirschau esperaba ese día un convoy blindado lleno de soldados alemanes y piezas de artillería listos para intervenir en la invasión.

Cuando, ya libres de la persecución del misterioso fiat, la Marco Polo iluminó ese terraplén al llegar, un chaval de nuestra edad, que por los gestos acababa de aliviarse junto al coche donde se resguardaba la novia, volvía al interior por la puerta de atrás. Nuestra incómoda e inoportuna presencia, que tratamos de minimizar alejándonos, no evitó que el coche se marchara con otro rumbo. Nadie se relaja así con una furgoneta tintada y extranjera a las dos de la madrugada con quién sabe cuánta gente dentro.

En realidad nuestra intención no iba más allá de pisar in situ la misma tierra sobre la que el capitán Bruno Dilley, al mando de una escuadrilla de la poderosa Luftwaffe alemana compuesta por tres cazas Stukas Junkers Ju87, descargó en picado y luego en vuelo rasante a las 4:26 del primero de septiembre de 1939, los proyectiles necesarios para cortar el cable y así evitar la destrucción de las obras metálicas.

En un golpe de efecto, los ingenieros polacos consiguen empalmar los cabos del detonador y las estructuras finalmente saltan por los aires a las 6:30, como se ve en esta imagen de época tomada desde la ribera alemana.

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A esa hora, el bombardeo de Danzig, sucedido a las 4:47, ya había comenzado, pero el primer tanto se apuntó aquí. Exactamente 21 minutos antes de lo que comunmente se cree.

Apesadumbrados porque en este bonito mirador (la prueba de que era hermoso se acababa de marchar. Las parejitas suelen buscar sitios así para darse calor) se  hubiera iniciado la más terrible de las trifulcas de todos los tiempos entre los habitantes del planeta, nos marchamos hacia el norte, una vez cruzado el Vístula casi en su desembocadura por este maravilloso puente con el tramado en Celosía (ejemplar raro, porque normalmente suelen construirse por el sistema de Alma Llena o en el de Cruz de San Andrés).

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A las puertas de Gdansk (Danzig) encontramos la más barata de las gasolinas de 98 de todo el viaje. Exactamente 3.88 PLZ (0.97 €/l). Era de las automáticas con tarjeta o con billetes. ¿Para cuándo en España lectores de billetes de banco más generalizados?

Nos paseamos por los canales de la ciudad,



por el muelle largo y conocemos los tristemente célebres astilleros

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y el lugar donde cayeron asesinados por la policía los primeros manifestantes durante las huelgas

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de 1980, impulsadas por el sindicato Solidaridad, dirigido por Lech Walesa, quien llegaría a dirigir el país y a devolver pacíficamente la democracia al estado.

Una enorme cruz diseñada y construida por los propios trabajadores recuerda que estas tragedias pueden volver a repetirse.

En la recepción del hotel Mercure se enrollan bastante bien y nos autorizan a aparcar 24 horas en el recinto descubierto del garaje por mil pelillas: no está mal si se comprende que es una ciudad casi peatonal, al estilo Amsterdam (a la que se parece rabiosamente)



y que los parkings que hemos chequeado son todos entre 1.80 y 1.95 m de altura permitida. Y no cabemos.

Despertar al vigilante a las 4:00 no fue fácil: tenemos nuestro corazoncito. Pero tuvo que abrirnos la barrera manual.



La venganza estaba servida y a media mañana nos despierta a nosotros el maniobrar de una autocaravana portuguesa. Tienen mérito porque Portugal está más lejos todavía de Gdansk.

Un rato después, nos explicarían que en octubre ya están cerrados todos los campings de la zona y que no les quedó más remedio que hacer lo que nosotros.

De verdad que merece mucho la pena llegar hasta aquí. Es un sitio mágico, como los reflejos amarillentos, ocres, dorados, melosos que irradian las joyas de ámbar expuestas por cualquier escaparate, muy especialmente los de la calle Mariacka.

Aunque pretendían cobrarnos por dejar las chupas en el perchero ¡dentro del restaurante!, comimos muy bien, ya no tan económico como en otros lugares de Polonia del sur, en Pod Lososiem (Szeroka 54) donde destacó un estupendo salmón del Báltico con verduritas torneadas.

También fue muy irónico el brindis que cinco ancianitos de la mesa de al lado, todos varones (¿militares retirados?), propusieron a los postres.

-Für Deutschland!- vociferaron.

Brindar por Alemania en voz alta no tiene mayor importancia. El detalle está en que fue justamente aquí, donde cayeron las oleadas de toneladas de bombas incendiarias y de fragmentación más virulentas de la guerra. Tantas, que la ciudad quedó arrasada.

Las primeras, dirigidas al polvorín del monte Westerplatte, frente a los actuales astilleros, las impulsaron las baterías del navío acorazado nazi Schleswig-Holstein veintiún minutos, como sabemos, después de machacar el cable polaco en los puentes de Dirschau. Exactamente a las 4:47 horas del primero de septiembre de 1939.

Es como brindar por Israel en una taberna de la franja de Gaza. Más o menos.

Un paseo para bajar tanta grasilla nos llevó por toda la ciudad, muy animada por la tarde. Una cafetería con internet llevada por una pareja de chicas hacendosas, unas postales echadas al correo... fueron consumiendo los ratos.



En uno de los cuales dos policías, con gran corrillo de turistas, se llevaban al coche patrulla a lo que parecía un raterillo sorprendido in fraganti, el único atisbo de delincuencia evidente que hemos visto en 25 días, si no se considera delito el que en una pastelería de Garbary Tkacka hubiera seis o siete avispas columpiándose en una tarta de queso ¡dentro del escaparate refrigerado!

El vigilante del hotel se empeñó y consiguió cobrarnos 35 PLZ en lugar de los 25 convenidos aduciendo que pertenecíamos a otra tarifa por ser coche alto. La ridícula diferencia de 2.25 € por todo el día no nos pareció motivo suficiente para contrariarlo. Además, le habíamos despertado la noche anterior...

Nos fuimos por los alrededores, nos perdimos (literalmente) un rato por Sopot, pero al final encontramos la Casa Derretida (Krzywy Domek), que por dentro es un pequeño centro comercial con todo bien derecho.

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Lo último antes de marcharnos de Gdansk fue visitar el citado Westerplatte donde los militares sólo dejan ver el punto exacto donde cayeron las bombas y el airoso monumento conmemorativo.



En la Jet de Gdynia repostamos y en Rumia malcenamos dentro del Mc Drive. Con todas esas energías llegamos hasta la frontera alemana de Kolbaskowo, agotada la chatarra de zlotys en la gasolinera antes de pasar.

Apenas un rápido vistazo a las papelas les bastó a los policías para dejarnos entrar en la autopista A11, cuya prueba demuestra que no sólo en Polonia hay carreteras catastróficas. También aquí tienen que invertir todavía mucho en asfalto nuevo.

Ya amanecido, nos paramos a dormir en la diminuta pero bien aprovechada estación de servicio de Hohengüstow.

Cuando ya teníamos colocado el set isotérmico de parabrisas y ventanillas delanteras, el encargado nos recolocó del aparcamiento de pesados (casi sin camiones) al de ligeros: estamos ya en el país de las cabezas cuadradas. Cada cosa en su sitio.

Pernocta número 222ª: Bonita cifra.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:56:12 pm #9 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:34:03 pm por viano

Una llamada de teléfono nos entristece: la lista de espera para cenar en lo alto de la Fernsehturm de Berlín (la torre de la televisión)

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llega ya a los dos meses. Mala suerte. Otra vez será.

En la tienda de la gasolinera Aral compramos por un euro unos prácticos bolsillos autoadhesivos para los asientos de la furgo, aprovechando que son exactamente de nuestro tono gris orión. Los estantes de otros países son siempre un pozo sin fondo de sorpresas.

En el berlinés barrio de Pankow, un LIDL nos vende la comida del día y nos la ajustamos al cuerpo en un recodo forrado de hiedras. Los aparcamientos aquí cuidan mucho sus detalles.

La entrada a la que llaman la nueva capital de Europa la hacemos por Greifswalderstrasse. A la altura del 225 nos aparece una lavandería en autoservicio de monedas (waschsalon). Justo lo que necesitamos para lavar cosas grandes que no caben bien en nuestra lavadora (fundas nórdicas, vaqueros, chupas...) o cuesta mucho que se sequen.

Si una vez conseguimos hacer la colada en una de Odense (DK) con todo escrito en danés, el alemán se convierte en una lengua intuitiva.

En serio: es muy sencillo porque basta meter saldo en la caja central del local

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y a continuación seleccionar todas las cosas que uno desea hacer (coger detergente o suavizante, arrancar la lavadora o secadora número tal, etc).

Después se introduce la ropa en la máquina deseada, se espera a que lave y centrifugue (media hora)

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y finalmente se cambia de aparato mediante unas cestas con ruedas para llevarla a la secadora (otra media hora).

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Acabado todo, se dobla la ropa ya seca en unas generosas encimeras y a correr.

Tuvimos además la fortuna de que justo en un solar de la finca de al lado tuvieran habilitado un pequeño aparcamiento para clientes de las tiendas de alrededor. Como ya era anochecido, pues sin problemas para estacionar.

Además, estas lavanderías suelen tener horarios enormes (no todas abren de madrugada, pero sí de 7 a 23 o cosa así) y en las horas menos punta son más económicas todavía: Así regulan el aforo.

El funcionamiento de los botones y los cajetines para echar los productos en la lavadora son como en casa. Y pueden estar cuatro o cinco personas más o menos a la vez haciendo sus faenas. Hay videovigilancia y el encargado sólo va un rato una vez al día a por la recaudación.

Unas duchas y un estacionamiento en el céntrico aparcamiento cubierto del Zoo, en Budapesterstrasse, fueron los responsables de que nos relajáramos de compras por los distintos ambientes de la ciudad.

Este aparcamiento es de 1.90, pero, como se veía que tenía algo de margen, en torno a 1.95, nos aventuramos bajando la suspensión neumática al extremo. Así la Marco Polo se convierte en una furgo de 1.94. La encargada del parking, una verdadera señorita Rottenmeier, la de Heidi, al principio no quería. Pero luego llegaron los dos vigilantes jurados y uno me hizo un gesto de complicidad para que lo metiéramos en una de las decenas de plazas vacías para minusválidos de la planta a nivel de la calle. No era alemán, seguro.

Al salir, ¡menos mal que llevo las gomas autoadhesivas en las cuatro esquinas de los paragolpes!, porque me comí una viga de hierro de esas que protegen a la máquina de los tickets. Y quedó en un simple susto. Ni se nota. Ni parktronic ni leches... como tengas mala pata, le pegas igual aunque te esté pitando.

Cenamos a dos metros del Muro de Berlín, que tocamos con nuestras propias manos (la última vez no lo habíamos visto), lo que se conoce como East Side Gallery, un fragmento de unos 1500 m que han dejado como museo.

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Y nos costó encontrarlo porque en un primer momento el petardo del navegador nos llevó a una calle que se llamaba igual pero ¡a 9 km! de allí.

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La pared es muchísimo más bajita de lo que parece en las fotos y en la tele. Casi que se la salta un gitano... o un torero.

Dejados atrás la puerta de Brandenburgo



y el inmenso Tiergarten, nos fuimos a dormir a la plaza de aparcamiento que más nos gustó en el del Palacio de Charlotenburgo frente al cual al día siguiente queríamos visitar



el busto egipcio de la reina Nefertiti.



Cuando estábamos a punto de vernos las caras, resulta que por obras los fondos del Museo Egipcio se han trasladado al Altes Museum, a la otra punta de la ciudad. Esto nos pasa por no preparar los viajes. Otra visita para la libreta de cosas pendientes...

Ya que estábamos allí bien aparcados, como ya habíamos recorrido los infinitos jardines versallescos del Schloss Charlottenburg,

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pues nos dedicamos a verlo por dentro.

Es de ese tipo de edificios aburridos, enormes, con valiosas cuberterías de plata por aquí y finísimas porcelanas por allá. Pero por dos euros merece la pena recorrerlo.

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El plato fuerte del día nos esperaba en otro palacete, el Cecilienhof, a unos kilómetros al suroeste de Berlín, hoy reconvertido en hotel-restaurante. Algo así como un Parador pequeño.

Estos langostinos con pasta fresca, entre otras cosillas,

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nos recrearon en la misma terraza donde las potencias vencedoras en julio de 1945 terminaron de arreglar lo que había empezado en el cable de los puentes de Dirschau.

Fue la Conferencia de Potsdam, el pueblo en el que estamos, la que, tras la celebrada en Yalta en la península de Crimea, ordenó al final de la guerra las nuevas fronteras, las indemnizaciones de guerra y la desmilitarización de Alemania, perdedora del conflicto, entre otras muchas estipulaciones.

En esos mismos jardines donde ahora comemos se dejaron inmortalizar, de izquierda a derecha, Churchill (UK), Truman (USA) y Stalin (URSS).

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Para mayor gozo mundano, en el carillo aparcamiento vemos este bonito ejemplar de Viano compacta 4matic de una familia suiza con esas suspensiones subidas. Mmmm:

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De allí con un poco de atasco (está claro que viajar de día es un suplicio) hasta Leipzig, sede de la Biblioteca Nacional. Aquí también trabajó, vivió y murió ese músico inimitable, Bach. Está enterrado en la iglesia de Santo Tomás.

La ciudad, como ocurre en otras muchas de Alemania que fueron casi hechas desaparecer del mapa por la guerra, es una mezcla de agresiva modernidad rodeando pequeñas manzanas de monumentos antiguos reconstruidos. Son las Traditionsinsel (islotes históricos).



Tan agradables de ver como  todo lo que se fabrica en su factoría Porsche.

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Una vez más, comida yanqui en la estación central, absolutamente digna de ver, aunque no se vaya a viajar. Estamos en uno de los nudos ferroviarios más pujantes de Alemania.



Y luego el tiempo justo para tirar millas por las A38/A9 hasta la salida 45 donde nos dio el sueño: en Betzenstein. Dormimos en un antiguo ramal muy arbolado de la carretera paralela habilitado como área de aparcamiento.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:58:18 pm #10 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:35:23 pm por viano


Por la mañana un TIR dejó aparcado su remolque sin mucho estrépito a nuestro lado. Y se marchó. Pasada una hora volvió a por él.

Bien comidos en otro área camino de Sttutgart por las A6/A81, la sede central de la Mercedes-Benz nos aguarda con los brazos abiertos, en sentido figurado, porque por la hora lo único bueno que pudimos hacer fue meternos a cenar en el Alte Kanzlei (Schillerplatz 5), atendidos por un chaval de Marrakech que se expresaba perfectamente en la lengua de Quevedo. Comida agradable, de fusión y bien condimentada. El resto de mesas, como nos ha pasado en casi todas partes, ya estaban tomándose las copas.

Bellísimo y bien cuidado el centro monumental de la ciudad, donde lo que más destaca de cuanto vimos son el Palacio Nuevo y la Ópera.



Y otro montón de cosas como esta tienda de animales con cuyo nombre nos reímos un rato:

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O los coches de la Polizei, que son Mercedes Vito, ¡cómo no! :

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O esta otra, una zapatería dedicada a tallas grandes. Lo del centro es un 52. Mi dedo meñique hace de jalón comparativo:

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Del aparcamiento de dos metros Züblin nos subimos, sorteando como pudimos las obras del nuevo tranvía (las pillamos todas), hasta la extensa vista de la base de la torre de la televisión, con la fosa en la que está emplazada la ciudad a nuestros pies.

Por las  A6/A5, dejando a un lado Baden-Baden, alcanzamos el área de servicio de Urloffen. Las lucecitas indirectas de su pequeño jardin nos arrullaron por última vez.



La compra fue en el ALDI de Offenburg. A punto estuve de quedarme una cizalla de despacho de las que no sólo cortan papel en recto, sino que también hacen esos taladros discontínuos como para que una hoja pueda arrancarse después a mano, como en los talonarios de cheques o en las libretas de facturas.

Y la comida en un área de la A5 con vistas al maletero de un matrimonio cuya esposa, toda empingorotada y con tacones, sucumbía a un envidiable bocata sentada en el umbral del maletero. Y además me recordaba a una catedrática de bachillerato que fue compañera in illo tempore.

En la frontera suiza, como había cola, nos cambiamos conductor y copiloto casi en marcha sin darnos cuenta de que los coches de delante habían avanzado, vete tú a saber por qué, rápidamente. Con lo que nos quedamos pillados en pelotas. Es decir: sin cinturón, con las botas desabrochadas y todo eso.

Remediado como pudimos, los ojos de seis policías de aduanas ya estaban fijos en nosotros y tocó otra vez interrogatorio sobre si llevávamos mercancías. Usada la varita mágica de nuevo, no hubo registro.

Lo que sí hubo fue conato de avería en el cierre centralizado de la puerta corredera.

Los que tenéis esta furgo sabéis que si, pulsado el mando a distancia, no se abre ninguna puerta en unos 40 segundos, todo se vuelve a bloquear de nuevo. Pues bien, cuando cerrábamos las puertas con el mando no había problema, pero si lo cerrábamos desde la consola, el motor de cierre de la puerta lateral hacía ese ruido como de quererse cerrar de nuevo cuando ya está bien cerrado. Y lo hacía cíclicamente cada medio minuto.

Puestos a cavilar, limpié todos los contactos múltiples que hay en el canto de la puerta y sus correspondientes del marco, donde se ajustan. Y dejó de suceder. Por lo que pienso, y os prevengo a los demás, que la suciedad acumulada puede hacer que el sistema entienda que la puerta no está cerrada del todo o algo así. Y por eso falle. Digo yo...

Un poco de relajación en Basilea, donde aparcamos (aquí no hay casi delincuencia) en la calle Chrischona, a orillas del río Rhin, siempre tan majestuoso, frontera norte del Imperio Romano, y en seguida avanzar hacia Ginebra, que se nos acaban los días.

Para el que no lo sepa, hay que decir que los suizos tienen un exagerado concepto de lo que aquí en España el gobierno llama la colaboración ciudadana. O sea, chivarse de cosas que uno ve a la policía.

No es la primera vez que oímos que un conductor que ve a otro por la autopista demasiado deprisa, le toma la matrícula, lo denuncia y van a juicio. Esto también lo prevé la ley en nuestro país, pero poca gente lo pone en práctica salvo que te toque algún interés particular.

Los suizos no. Los suizos miran también por el interés público, por el bien común. Es una sociedad avanzada.

En unas cosas, porque en otras también tiene sus fallos. Por ejemplo, al repostar a las tres de la mañana en la gasolinera BP de la localidad de Perly, junto a la frontera francohelvética, el lector de billetes que usé para repostar (el de tarjetas lo tenían jodido), se tragó mis ¡20 francos! sin darme una gota de gasolina.

Pensé que había hecho algo mal, pero cuando fui a dejar una nota por debajo de la puerta para que la vieran al día siguiente, había otra de una señora a la que le habían trincado otros ¡40 CHF!

Imagináos la escena: una furgo toda negra, no suiza, con un tío trasteando en el lector de billetes y en los botones a ver si funcionaba de una vez, sin otros coches al lado, de madrugada, escribiendo apoyado en la puerta de la gasolinera... No tardó ni minuto y medio en llegar la policía derrapando a nuestro lado y saliendo en plan Hombres de Harrison con micrófonos de los que vienen de la oreja...

¿Son unos chivatos, o no?

Al final la poli se portó bien cuando mi torpe francés les aclaró que era yo el que había sido atracado por una multinacional. Fueron majos y nos indicaron un aparcamiento tranquilo en el Chemin de Rouet para dormir hasta la mañana siguiente, momento en que intentaríamos reclamar lo nuestro. Ventajas de viajar en autocaravana.

Luego los vimos pasar, seguramente para cerciorarse de que éramos turistas de verdad y que ya estábamos dormidos.



Nos urgía no despertarnos muy tarde para aclarar lo de la gasolinera, pero no nos dio otra opción una manifestación de algo así como padres e hijos en pro de no sé qué (alguna reivindicación escolar, parecía) que empezó a proliferar a nuestro alrededor cerca de media mañana.

En la BP fueron un encanto. Nos abonaron los 20 CHF a la cuenta del repostaje que les hicimos  y además nos regalaron chocolate suizo por las molestias. Vimos también que tenían en una lista otras dos reclamaciones más de otros tantos conejillos que cayeron en la trampa durante lo que quedó de noche.

Tanto disgusto requería una compensación, así es que, ya pasados al primer pueblo francés, St Julien, las chicas de la pastelería de la carretera, que chapurreaban castellano, nos vendieron muchas cosas ricas: quiche, tarta de manzana, brownie...

En el aparcamiento del peaje de Viry, mientras vaciábamos el WC, una conductora, consciente de que es bueno hacer estiramientos y distenderse en las paradas se puso a hacer un montón de tonterías en plan tai-chi, como llamando la atención. No era normal. La muchacha estaba un poco pallá. Y lo grave es que el novio le seguía la corriente...

Por las A40/A42 llegamos a Miribel donde entramos para evitar el consuetudinario atasco de los accesos a Lyon. Nos sirvó para lavar la furgo en el Leclerc, hacer la compra en un pequeño Champion, más tranquilo que el hiper y visitar el mirador del Corazón de María, que domina todo el valle desde lo alto.

Teníamos previsto pasar unas horas para ver lo nuevo en la ciudad desde la última visita, pero en el aparcamiento que solemos emplear, prácticamente el único céntrico con dos metros, no hubo suerte. Consta de un sótano limitado a 1.80 y una terraza a nivel de calle de 2.40. Muchos conductores por comodidad dejan los turismos bajos en la terraza, llenándola, en vez de ponerlos en el sótano. Con ello, cuando pasa una furgo y da toda la vuelta a la terraza tiene o que esperar a que surja un hueco (cosa rara en hora punta) o volver a salir del parking fastidiando casi un euro sólo por probar. Que es lo que nos pasó a nosotros. Pero como al llegar a la garita de salida había una moneda de dos euros caída en el suelo, justo a mano, pues entrar en aquel aparcamiento fue una pequeña ganancia.

La ciudad estaba imposible, así es que tomamos la determinación de continuar. Al salir por la avenida de Carlomagno os hice de tapadillo (para no irritar a ningún proxeneta) esta foto-testimonio:

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Podéis ver un uso alternativo a nuestros vehículos que se hace en la segunda ciudad de Francia, aunque en los Bois de Vincennes y de Boulogne de París también lo hemos visto en menor medida.

Consiste en que las putas viven en los vehículos, unas a continuación de otras. Si están listas para recibir, ponen una vela encendida en el interior del salpicadero. Si están fuera de servicio o completamente entregadas a él, la tienen apagada. Así de fácil. Lástima no haberla hecho por la noche...

En Lyon, de todas formas, la gente tiene muchas otras formas de divertirse además de ésa:

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Nos damos la gran paliza a conducir hasta Toulouse parando únicamente largo rato en el área de St Aunès a cenar, en la A9.

En el aparcamiento de la Île du Ramier, un verdadero lugar furgoperfecto en la capital del Midi, dimos la primera cabezada completamente exhaustos. Concluía la etapa más larga.
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viano

Octubre 26, 2006, 13:59:11 pm #11 Ultima modificación: Octubre 29, 2006, 12:36:39 pm por viano


En este aparcamiento hay un cercano centro de formación de kayak, así es que mañana de domingo significó mucho movimiento de chavales y fibras de vidrio, de remolques-estantería e ir y venir de palas.

En la megazona comercial de Muret, donde están todos los hipers, el IKEA y los centros de ocio del sur de la ciudad, rellenamos de agua y cambiamos por tercera vez consecutiva la lámpara H7 de la luz de cruce izquierda. Es curioso: desde que salió de fábrica sólo se me ha fundido esta bombilla y tres veces. El resto son las originales.

Y sorprende más que dure tanto la otra porque suelo llevar el alumbrado de cruce también de día para ser mejor visto (carrocería oscura). Ya me enteraré.

Lo que milagrosamente sigue durando es la bombona original de gas. ¡Dos años sin cambiarla! Ya casi ni me lo creo.

En el área de descanso de Comminges comemos a la sombra de un trailer porque aquí el sol ya vuelve a picar. Sólo a última hora arribamos a Biarritz. Un poco de descanso al cuerpo y, con todo ya cerrado, tenemos que recurrir a la taberna, de estilo euskaldún, La Cantina (Maréchal Joffre 2) que es la única que queda abierta a estas horas. Como el otoño está de rabiosa actualidad, se impuso probar la tortilla de hongos: Riquísima.

Junto al faro está la hélice del carguero Frans Hals,

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que cuando era remolcado desde Murmansk (RUS) hacia el puerto de Bilbao para su desguace, quedó a la deriva por la rotura de los cabrestantes de los que pendía en una tempestad y naufragó en la playa de Biarritz el 20 de noviembre de 1996.

Allí mismo, como en la segunda etapa, volvemos a contemplar desde el acantilado el intenso oleaje de la noche hasta dormirnos.

En ese crítico momento, la furgo lleva matriculada dos años justos. Se volatilizó la garantía.



Hoy nos levantamos más tarde de las tres. Sin prisa, sin gendarmes que te molesten, sin vecinos ruidosos. Sólo el mar y el mecer de los árboles. Y sin embargo en pleno casco urbano de Biarritz.

Estamos ya cerca de casa. Vamos a ver un poco el entorno del pirineo occidental en ambas vertientes. Las cosas que nos hemos ido dejando otras veces.

Nos vamos a Ascain, no lejos de San Juan de Luz montaña arriba. Pan y gâteaux basques (una especie muy rica de bizcocho amazapanado) frente a La Poste. Después, como no hay nadie, nos duchamos en la pequeña área de descanso que hay antes de llegar al gran aparcamiento del ferrocarril de La Rhune.

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Por primera vez en dos años cocinando se nos cae parcialmente un cazo lleno de agua caliente (todavía no hervía por suerte) dentro de la furgo. La causa: no haber nivelado bien la suspensión antes de ponerse al tajo (es un parking muy inclinado).

Los alambres de los hornillos de la Marco Polo no son antideslizantes... mucho ojo, compañeros, sobre todo los que tengáis pekes.

Como no llegó la sangre al río, nos enteramos para el día siguiente de los horarios del ferrocarril de cremallera. Resulta que los lunes cierran. Y hoy lo es.

Lo más chocante de los precios de esta atracción es el que pagan los perros por acompañar a sus dueños.

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Entramos por primera vez en España desde hace veinte días por Bera de Bidasoa, a conocer el caserón de la familia Baroja. Allí vivió don Pío y escribió sus obras. Y allí siguió viviendo a temporadas su preclaro sobrino Julio Caro Baroja.

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En el ultramarinos de Ángela nos surtimos de mermeladas caseras. Al entrar, la hija nos dice:

-¡Qué tiempo!, ¿eh?-  por aquello del buen otoño que estamos teniendo.

Al salir, la madre nos dice:

-¡Qué tiempo!, ¿eh?

Claramente aquí en otoño suele llover más otros años.

En la gasolinera del pueblo, que es muy agradable de pasear,

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al costado de la N121a, la Pamplona-Behovia,  nos intentan llenar el depósito de gasóleo. Menos mal que lo vi a tiempo...

Otra pasadita por Biarritz para aprovechar que todavía no hemos cumplido los cuarenta nos hizo terminar el día en el lado francés de nuevo, pero en otro lugar furgoperfecto.

Al final de esta estrecha vereda, en la aldea de Sare,

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hay una cascada nada más pasar un pontejo. A la revuelta hay un merendero semiescondido que da sobre la cabecera del pequeño salto de agua.



Ahí se nos cerraron los ojos escuchando sólo el chisporroteo de los chorros. Un sitio magnífico en pleno Pirineo.



Sabíamos por el día anterior que el tren que asciende hasta la cumbre de La Rhune (905 m) tiene dos salidas fijas: a las 10:00 y a las 15:00. Pero si hay público suficiente, sale todas las horas enteras.

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Así es que, sin haber comido todavía y sin esperanza de que hubiese viaje a las dos, nos acercamos a menos cinco al aparcamiento para prepararnos para la hora siguiente.

Allí nos posamos al lado de la que luego resultaría ser la furgo de inamai,



pero, como habíamos visto que estaba el convoy preparado para salir y lleno de gente,

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apenas nos dio tiempo de coger la cartera, los prismáticos y las llaves y salir corriendo. Luego miraríamos al bajar si era un forero o no.

La experiencia de escalar con un tren de éstos es muy bonita. Van muy despacio, inclinados a muchas milésimas, el viento te azota en según qué zonas. Y desde luego las vistas son impresionantes.

A mitad de camino, el tren que desciende se cruza con el que sube. El conductor del que asciende se apea y hace manualmente el cambio de agujas. Adicionalmente, el de nuestro trayecto echó también una meadita sin importarle tener ciento y pico espectadores.

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Al bajar en el tren siguiente, sin saberlo entre tanta gente, viajaban también inamai con su chica y una cría pequeña. Incluso en la parte de abajo compramos casi juntos en la tienda de alimentación sin conocernos.

Luego al marcharnos, su furgo seguía allí sin mover; vimos entonces el caracol



y pensamos que se habrían quedado arriba hasta el tren siguiente y no les esperamos. Sólo les dejamos un saludo en una nota.

¡Qué pena! ¡Habíamos estado al lado, casi casi!

Para otra vez será.

Volvimos a pasar a España, esta vez ya definitivamente.

El satélite nos informó de que había mucha retención en la autopista de Hendaya, así es que lo más sencillo era ingresar otra vez por Bera, donde volvimos a repostar además de gasolina todo el depósito de agua. Cuando estaba casi lleno, se nos acerca un camionero un poco despistado:

-Este agua llevan los Mercedes para la refrigeración o así del motor, ¿no?

No sé si le aclaré del todo lo de que en ese cacharro se podía vivir muchos días sin volver a casa, pero quedó más convencido que antes.

El Alcampo de Irún nos los pateamos un rato y le dimos un poco de lustre al coche en el autolavado, más que nada por no llegar con mucho barro al aparcamiento de Arzak, en Donosti, donde nos dieron muy bien de cenar todo esto:



Siempre es una gozada volver a la mesa de Juan Mari por varias razones:

-Porque te hacen sentir como en casa. El trato es familiar a rabiar, humano, personalizado y encantador. Se acuerdan hasta de lo que tomaste la última vez. Les da igual que lleves corbata todos los días o que eches un euro en la hucha de vez en cuando para darte un día el homenaje vestido con camiseta.

-Porque se come maravillosamente bien. Lo mejor de la cocina vasca unido a lo mejor de la creatividad.

-Porque para lo impresionante que es, puede decirse que es barato. De hecho es el tres estrellas Michelín más barato del mundo. Por eso ya hemos repetido tres veces. Cuesta lo mismo que cenar ocho veces en un McDonalds. ¿Quién no lo cambia?

Unas risas con un amigo en Lasarte después de cenar y, a eso de las cinco, nos plantamos en el parque provincial de Garaio con la intención de comprobar si siguen las restricciones.

Pues para el que no lo sepa todavía: ni rastro del chaval que vigilaba por las noches, ni rastro de los hombrecillos rojos®, y ni rastro de los gitanos.



Estuvimos en absoluta soledad toda la madrugada y toda la mañana en el aparcamiento del final.



Bueno, pues el último día de esta pequeña odisea voluntaria estuvo lleno de kilómetros también. De casi un tirón, salvo el repostaje en el Leclerc de Miranda de Ebro.

Mucha lluvia en el puerto de Somosierra al entrar en la Comunidad de Madrid y mucho atasco en el nudo de Manoteras.

Pasamos la tarde de librerías por el centro una vez que dejamos la furgo bien estacionada en el aparcamiento de Barquillo, en la calle San Marcos.

Lo mejor, volver a patear el multiétnico barrio de Lavapiés o la casa donde vivió Miguel de Cervantes

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y comer un arroz en el Ventorrillo Murciano, una diminuta pero afamada arrocería levantina en el 20 de la calle de los Tres Peces. En la paella, la profundidad del arroz es exactamente de un grano.

En su consecuencia es un plato evanescente, técnicamente perfecto. Como lo tomamos negro con chipirones, pues doblemente rico. El trato, inmejorable.

Más vulgar y triste fue el regreso a casa, ya en la madrugada del 19 de octubre, por esa ruta tan conocida, tan monótona, tan de tantas veces. Pero la vida es así. Hay que volver.

Una cosa que solemos hacer al concluir cada viaje, aunque no sea largo, es guardar la furgo repostada y limpia. Así siempre se la encuentra uno en orden de marcha el el garaje, preparada para cualquier salida. Así es que la última visita fue el Leclerc de Salamanca.

Si alguien ha llegado hasta aquí leyendo, sólo puedo agradecerle el interés. Y a todos pediros disculpas por ser prolijo y excesivamente subjetivo.





Saludos.
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furgokike

Como siempre..... eres un maestro.

Kike

montesremotedev

Aún no lo he leido, solo lo he ojeado, ya pondré mi opinión cuando lo lea completo.

Viano por ahora solo unos comentarios, lo primero, estoy de acuerdo con tioguiller, jamás había leido una crónica de un viaje como esta en ningún foro de ningún tipo, es ACOJONANTE.  ¿Fuiste preparando la crónica durante el viaje? Seguro q si, solo en papel o también ayudandote de un portatil?? Yo en el viaje a francia fui preparando los 3 primeros días todas las noches en el portatil el resumen diario pero luego no segui haciendolo, vago q es uno ;D

¿Para las fotos como te lo montas? ¿Vas volcando a portatil o a uno de esos discos duros q vuelcan las tarjetas de memoria? ¿Varias tarjetas de memoria?

Enga, hoy por la noche a ver si me puedo leer entero q tiene una pinta del copon...
https://montesremotedev.com
Montes -[Miembro del club de fans de Eneko]-
*Por falta de tiempo no puedo contestar privados sobre dudas, para cualquier cosa preguntad en el foro para que sirva para todos*

Zurbo








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